Luciano «Chano» Pozo. Algo más que una leyenda del tambor (II)
21 de marzo de 2014
|El tambor llegó de manera espontánea a la vida de Chano desde el más auténtico crisol callejero, y de cuanta rumba o ceremonia litúrgica de antecedente africano se produjera en los entonces “tenebrosos” solares habaneros, localizados en los vericuetos más agrestes e intrincadas zonas marginales de la capital cubana, entonces enseñoreadas en un foco social caracterizado por la violencia, el hambre, y donde el color de la piel, inobjetablemente le confería una condición social excluyente.
En este ambiente de pura marginalidad, Chano Pozo llegó a considerarse un tipo con mucha suerte, una especie de elegido del temible íreme abakuá y de las veleidosas deidades del rico panteón yoruba –se sabe con certeza que Chano estaba iniciado en la secta abakuá y que era un ferviente adorador de los orishas Shangó y Yemayá.
Apreciándose como un elegido, en esta especie de halo místico, Chano alimentó un égo desacertado desde abiertas manifestaciones violentas propias de su carácter; esto en muchas oportunidades y desde muy temprana edad, lo llevó a ser internado en reformatorios de conducta para menores.
Al arribar a la mayoría de edad su temperamento por naturaleza belicosa, agresiva e incorregible, lo llevaron a involucrarse en serias y oscuras confrontaciones físicas y hechos de sangre que le acarrearon una amplia estela de enemigos. Solo unos pocos –entre los que se relacionan a los cantantes Miguelito Valdés, Juan Antonio Jo Ramírez; los virtuosos tamboreros habaneros Silvestre Méndez y Mongo Santamaría, además del gran boxeador Eligio Saldiñas (Kid Chocolate), gozaron de su afecto y respeto.
Estas y otras oscuras cualidades han llevado al imaginario popular, a conjeturar una supuesta complicidad entre Chano y su destino, finalizado fatalmente y de manera abrupta en una cantina de Harlem la tarde del 2 de diciembre de 1948. ¿Descargó implacablemente su ira Shangó sobre la cabeza de Chano? ¿Había terminado su suerte? ¿Lo abandonaron sus dioses por las continuas desobediencias? Quién sabe.
Sin embargo, algunos que han estudiado parte de su vida consideran que, con una detenida mirada desde una óptica que entrelace la genialidad de su gestión musical y su controvertida forma de vida, muchas de estas consideraciones que han girado por muchos años en torno a su destino, pudieran generar otras apreciaciones más concluyentes.
Aparejado a ello Chano descubría no solo una personalidad rara, acaso también inquieta y trashumante. De sus andares dan fe su presencia en singulares espacios rumberos de Placetas, Camajuaní, Santiago de Cuba, Guantánamo, Remedio y Matanzas; quizás estas rutinas lo inspiraron a crear una rumba titulada Placeta, Remedio y Camajuaní grabada el 4 de febrero de 1947, en la ciudad de New York, para el sello SMC-2518-A.
En 1940 este insatisfecho deambular llevaría al gran conguero a frecuentar con su inseparable instrumento, los portales de la entonces poderosa radioemisora cubana RHC Cadena Azul, en esos años identificados como El Palacio de la Radio, acción que llamó poderosamente la atención del industrial Amado Trinidad Velasco, entonces propietario de esta histórica entidad radial. Se dice que del contacto entre ambos, Chano quedaría contratado como conserje, aunque otros afirman que el gran tamborero más bien era una especie de “guardaespaldas” del dispendioso empresario.
Lo cierto es que a Chano Pozo se le podía ver merodeando con frecuencia, con su inseparable tumbadora al hombro, el local donde ensayaba la gran orquesta “Havana Casino” –entonces agrupación musical de planta de esta emisora-, para esta etapa dirigida por el maestro Leonardo Timor; y aparejado a ello, haciendo algunas demostraciones de pasillos rumberos junto a la legendaria Manuela Alonso en el estudio teatro de esta emisora.
Aunque no se conoce con certeza cómo fue que Chano llegó a alinear con su instrumento en una orquesta tan exclusiva, nos inclinamos por creer que el hecho ocurre en el especio donde ensayaba la orquesta; se dice que en ocasiones, allí Chano seguía con su tumbadora y chispa constante el ritmo de la orquesta. Esto estimula a pensar que fue entonces que Timor pudo valorar las virtudes del gran tamborero.
Lo cierto es que en 1940 y de manera insólita, el director de esta orquesta lo invita a participar, como percusionista, en algunas sesiones de grabaciones concertadas con el sello discográfico norteamericano RCA Victor. De este programa, quedarían registrados dos históricos discos que atraparon en sus estrías las rumbas Loló, loló, loló (RCA-83166), La rumba y la guerra (RCA-82939-A); la conga Quinto mayor (RCA-83107-A); y el son-pregón El vendedor de aves (RCA-82932-B).
Registrados en Cuba, estos discos dieron inicio al despegue de la luego meteórica carrera discográfica de Chano Pozo como intérprete.
Un año después -aunque nadie aún se lo explica- Chano aparecería como percusionista de la orquesta del selecto y encumbrado Hotel Nacional -agrupación en la que cumplía funciones como vocalista el entonces muy joven Tito Gómez.
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