Louis Pasteur, “caballero de la ciencia”
6 de abril de 2021
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A lo largo de su vida, José Martí se mantuvo al tanto de los avances científicos de su tiempo en las más diversas ramas del conocimiento. Su mirada sobre ese campo estuvo presidida por las demandas éticas que fundamentaron su propio actuar: el servicio al bien humano era la vara por la cual medía la importancia de los descubrimientos que caracterizaron de manera creciente la revolución científico-técnica de finales del siglo XIX.
El francés Louis Pasteur, quien supo unir sus preocupaciones acerca de los procesos químicos y biológicos en función de la salud, y es considerado el fundador de la microbiología, fue personalidad señera cuya activad no escapó al prócer cubano, escritor más de una vez para los periódicos hispanoamericanos acerca de su tenaz labor como investigador.
La primera referencia martiana al sabio fue en 1881 en la “Sección Constante”, una columna con notas acerca de diversas materias que escribía para La Opinión Nacional de Caracas. En esa ocasión habla del informe presentado por Pasteur ante un congreso médico efectuado en Inglaterra acerca de sus “utilísimos descubrimientos sobre los gérmenes de las enfermedades” y destaca que “En los ganados ha logrado resultados sorprendentes…” .
El año siguiente, en la misma columna destaca la candidatura y la elección de Pasteur como miembro de la Academia Francesa, a pesar de que algunos la objetaron por considerar que esta no era lugar para un histólogo sino solo para los mayores letrados de Francia. Empeñado en demostrar que no cabía tal diferenciación, Martí señala que Pasteur ocupó el puesto del fallecido Émile Littré, “que vio el alma humana, con ojos de médico.” La entrada del investigador en esa institución considera que se debía a que en el congreso de Londres “fue reconocido como descubridor magno y benéfico, y jefe natural de los congregados”, y que ·allí “recibió innumerables alabanzas por sus hallazgos felicísimos en sus estudios de fermentación, de generación espontánea, de enfermedades hasta él desconocidas, y por él conocidas, que venían afligiendo a hombres y a brutos, y del modo con que en los tejidos de unos y otros se propagan, llevados por esos animalitos infusorios que pueden vivir sin oxígeno, males rápidos y terribles.”
Obsérvese la manera en que el periodista Martí acerca a la comprensión de sus lectores la explicación de los gérmenes, algo novedoso entonces en los estudios biológicos y médicos.
La entrega de Pasteur a sus estudios le gana su respeto “Pasteur ama a la ciencia como a una hija. La estudia con fidelidad, con ansia y con esmero. Daría por ella su vida y ha estado ya a punto de darla.”
Y en otra muy amplia nota para la “Sección Constante” en que relata la vida de Pasteur, nacido en cuna pobre, detalla sus trabajos acerca de la polarización de la luz, de una enfermedad de los gusanos de seda y sobre los “gérmenes en las enfermedades de los animales” al descubrir que aquellos eran cuerpos orgánicos, que describe como “partículas flotantes e indivisibles que vagaban en el aire, y echan abajo la teoría de su generación espontánea.” Y concluye así¨: “Por eso Pasteur es hoy tan afamado como amado, se le admira por su ingenio y su tenacidad; se le ama por sus beneficios.”
La utilidad de sus descubrimientos y la eticidad de su conducta de entrega, de servicio humanista, llevan a Martí a calificar al científico francés como el “que ha hecho menores los misterios de la naturaleza humana.” Así, él mismo fue el ejemplo de lo que entendía debía abarcar el saber del periodista: “desde la nube hasta el microbio. A Omar Khayyam y a Pasteur.” Poesía y ciencia reunidas en ese oficio que él desempeñó con tanta brillantez creadora.
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