ribbon

Los perros tampoco duermen bien

14 de marzo de 2015

|

Ocurrió en el justo instante en que abría la puerta. El chirrido del auto y el asustado perro entre sus piernas. El chofer continuó su camino. El perro temblando en sus pies. Lo observó. A primera vista, no estaba herido. Temblaba de miedo. Era un perro fino, diría que de raza legítima, un salchicha todavía cachorro. A un animal así, nadie lo bota. Posiblemente, escapado en un descuido.
Recordó a su último perro, un sato muerto de pura vejez a los quince años. Aquel perro traído por el marido. Ese si estaba herido, golpeado por la maldad de alguien. Siempre se preguntaban como podía haber tanta maldad en el mundo. Pero también sobraba la bondad. Y el era un representante de la bondad. Curaba al perro día por día, antes de cumplir su turno de custodio. A ella le tocaba alimentarlo. Al regreso, el con la segunda dolorosa cura. Pero El Pirata la resistía, no protestaba. Porque el le puso ese nombre y el animal lo aceptó al instante, pues cuando todavía no podía ponerse en pie, ya lo seguía por el cuarto con la vista del único ojo. ¡Qué perro tan agradecido!. Se dejó colocar el cordel que le sujetaba el parche en el hueco dejado por el ojo. El le explicó porqué lo hacía. Con el parche y el nombre de Pirata, haría reír a la gente. Nadie se burlaría de el ni le tirarían piedras. Si se quedaba con el hueco abierto, lo despreciarían, les daría asco porque no era igual a los otros perros y tal vez, intentaran matarlo.
El Pirata, fiel hasta el final. Acurrucado al lado de la cama. Le lamía las manos porque en las muecas de la cara sabía leer los dolores del amo, dolores perro como dice la gente, dolores sin una queja, sin una maldición. Ella y el perro se lo preguntaban. ¿Por qué a las personas buenas le entraba el cáncer?
Pirata murió cinco años después y ni chilló. La anciana decidió no llorar a mas muertos. Ni un perro más. Y este salchicha temblando en sus pies.  Lo entraría, le daría algo de comer y para la calle. Que buscara el a sus amos.
Pasaron dos semanas y las ocurrencias del cachorro sin nombre la hacían reír. Hasta esa mañana que del viejo radio salió el anuncio. Con los datos del salchicha perdido, la locutora parecía retratar a este salchicha encontrado, llorado por una niña. Se llamaba Chanlí y al repetir ella el nombre, el sin nombre levantó las orejas. Un día y una noche le costó tomar la decisión. Lo cargó y le explicó. No lo hacía por la gratificación anunciada. El era un perro fino, un perro de vacunas y veterinario. De esos que jugaban con pelotas y mordían huesos de goma. Ella no podía darle esos lujos. Además, había una niña llorando por el. Lo devolvería a su hogar verdadero.
Este perro no tenía la inteligencia de Pirata, se resistía a entrar en la jaba, al regreso. no entendía que era por su bien y el de la niña, o no quería entenderlo porque le tenía lástima a esta vieja solitaria.

Comentarios