Los colores del crepúsculo
8 de octubre de 2018
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Somos lo que vemos.
Marshall McLuhan
Filósofo canadiense
El cielo es un espectáculo impresionante a cualquier hora que lo miremos, aunque las rutinas de cada día nos impidan disfrutarlo.
El cielo nocturno muestra las estrellas, los planetas y muchas luces que despiertan la curiosidad, el asombro y nos cuentan muchas cosas del universo y de nosotros mismos. Durante el día la bóveda celeste es de un azul deslumbrante que impide ver las estrellas, pero sirve de fondo al patrón de las nubes y sobre ella cada día y a lo largo del año se desarrolla la trayectoria solar.
Pero entre el día y la noche ocurre el crepúsculo, la transición entre el día y la noche, tanto al amanecer como al atardecer.
El crepúsculo es a la vez un fenómeno atmosférico y astronómico. Astronómico pues depende del ángulo de incidencia de los rayos del sol sobre la tierra respecto al horizonte de nuestro lugar de observación. Y atmosférica porque la dispersión de los colores y la formación de las figuras y tonalidades de la luz depende de la composición del aire, su temperatura, humedad y la presencia de nubes.
Durante el día La luz del sol se dispersa en el aire de la atmósfera, produciendo la bóveda celeste diurna, donde la luz difusa es más brillante que la que viene de las estrellas, por eso estas no se ven de día. Esta luz es de color azul porque la mayor dispersión ocurre en este color por las moléculas de Nitrógeno que son las más abundantes en la atmósfera terrestre.
El color que menos se dispersa es el rojo, y el más dispersado es el azúl que da color a la bóveda celeste.
Por esa razón al observar el sol en el horizonte su imagen ha perdido toda la luz azul al atravesar la atmósfera y predomina la luz roja, la que menos se ha dispersado. Por ese mismo efecto al observar las montañas a la distancia las más cercanas se ven con claridad y según miramos las más lejanas se ven cubiertas con un velo azulado. Una aplicación de este fenómeno está en la selección de las señales y luces de peligro que se hacen con luces rojas y que se pueden ver a mayor distancia.
Cuando miramos al horizonte al atardecer o al amanecer, vemos la luz del sol que ha perdido el color azul y los llega a través de la atmósfera, vemos la imagen del sol pero este está en un sector por debajo del horizonte hasta los seis grados de inclinación la luz así filtrada se refleja en las nubes y produce muchos efectos como los haces de luz desde la sombra de las nubes, el rayo verde y la iluminación de la luna en eclipse llamada luna de sangre.
Cuando se observa el sol al atardecer, con la atmósfera limpia, se ve el disco rojo, pero al pegarse al horizonte se ve en la imagen una separación en bandas de colores; como en el bisel de un espejo y al mirar a través de un prisma,, el último color visible en el disco solar al atardecer es el verde y no el azul porque como se explicó antes, este fue dispersado por el nitrógeno de la atmósfera dando lugar a la bóveda celeste del cielo diurno. Hay una descripción detallada de este fenómeno en la novela de Julio Verne “El rayo verde”.
Si se mira el lado nocturno de la Tierra desde el espacio, o desde la luna, veremos que tiene un anillo o borde luminoso de un intenso color rojo, este corresponde al fenómeno que tratamos aquí, el crepúsculo.
En caso de un eclipse total de luna, la luz más intensa que incidirá sobre la cara visible de nuestro satélite es precisamente esa luz roja del crepúsculo, por eso la luna durante los eclipses se ve roja, y en la superstición de los pueblos ha recibido el nombre de luna de sangre, aunque por lo que hemos explicado aquí la causa es la luz del sol refractada por la atmósfera terrestre en el crepúsculo y no por la sangre.
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