Los actores juegan como niños VI
9 de agosto de 2013
|El griot, o más bien, sus diferentes modalidades, no deberían sólo relacionarse con el cuento o con la narración de relatos o composiciones poéticas, tanto cantadas como recitadas, pues su universo es mucho más amplio. Preferiría entonces sustituir este término, ambiguo en su naturaleza, por el que propone Adolfo Colombres, Dueño de la Palabra, que define a una persona que cumple una función cultural especializada, a tiempo completo, con reconocimiento y prestigio, en torno al lenguaje, y que se distingue del resto de los individuos que ejercen la palabra en la comunidad, es decir, de todos los demás, porque, como señala el argentino, no hay hombres situados fuera de su ámbito y uso. Este individuo ejerce, entonces, un oficio, cumple una función, dentro del grupo, que lo distingue, lo señala, lo hace excepcional, entre los que portan el instrumento lingüístico. Pero, ¿cuáles son sus saberes, cuáles sus funciones?, ¿qué hace él con su palabra, qué nombra y qué crea, qué pronuncia y anuncia?
Llegados a este punto, intentaremos recordar, las respuestas de Hassane Kassi Kouyaté, descendiente y patriarca de una casta que se remonta al siglo XIII de nuestra era, cuando el fundador del Imperio Mandinga, el Mansa Soundjata Keita, concede a Balla Fassékeé y a sus descendientes, la condición de griot del emperador.
Notas rápidas, tomadas en una pequeña libreta de teléfonos, y de la memoria, me podrían jugar malas pasadas. Líbrenos la Palabra de tales maleficios.
El patriarca nos recuerda que la sociedad mandinga está dividida en diferentes castas, pero que en poco se toca este concepto con el del hinduismo, más cercano a jerarquías, o al concepto de clases sociales de acuerdo a su relación de propiedad con los medios de producción. Aquí la casta refiere a la función en el grupo, a un saber, o a un don, luego entonces, sin que el orden entrañe niveles o importancias, podremos hablar de una casta de Nobles – que son los que gobiernan, pero que en nada se parecen a los así llamados en Occidente-, de una casta de Herreros, de la de los Guerreros, de la de los Agricultores, de la de los Tejedores-Zapateros y de la de los Griot, entre otras.
La casta de los Griot narra todo tipo de relatos, dice y atesora los saberes paremiológicos, los poemas, pero no termina allí. Ellos, van más allá:
– Conocen y trasmiten la Historia de su pueblo, y en esto se incluyen las genealogías de las familias, y no sólo sucesos militares o políticos.
– Son los Guardianes de la Ley.
– Organizan el triángulo de la existencia (Nacimiento-Iniciación-Muerte), sabiendo que un círculo lo une, lo relaciona, y da forma al presente, a la muerte y al futuro, que es la resurrección.
– Organizan los bautizos, los actos iniciáticos y los rituales de la muerte. Son los amos de las ceremonias.
– Actúan como mediadores entre los hombres, las familias y los países.
– Son Maestros.
– Son Sanadores.
– Son Notarios y Banqueros
– Son cantantes, músicos, bailarines, cuenteros, actores…
Como vemos, la figura del griot, del Dueño de la Palabra, no puede ser encerrada en el muy occidental termino de artista. Aún cuando su funciones logren un alto nivel de especialización en el uso de las artes verbales o se alcancen altos niveles estéticos y expresivos, no deberíamos conformarnos con él.
Dejemos hablar directamente a Kouyaté. Reitero, son notas arrancadas al viento.
La palabra tiene un poder muy grande, y todo pasa por ella.
La verdad más grande del griot es la construcción del ser humano.
El griot es el más fuerte de la sociedad, pero también el más débil.
Hay que ser fiel a la cultura que se trasmite de la boca a la oreja.
El griot no comenta, cuenta.
El trabajo del griot no es decir un punto de vista, sino contar la historia.
El mundo es un gran mercado donde cada uno adquiere su comida.
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La Palabra solo es buena cuando se comparte, dice un refrán africano.
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