Los actores juegan como niños IV
18 de julio de 2013
|Hay demasiadas cosas que hacer. El trabajo de un productor ejecutivo se parece más al de un negociante que al del artista. Su palabra no es nombradora y deslumbrante, sino que adquiere la consistencia escurridiza y oscura de la del truhán. Comprar mucho con poco, rastrear a las personas y los sitios adecuados, usar las cuotas exactas y nunca revelar el fondo, sino sus apariencias. La cosa parece sencilla; el productor intuye y olfatea, actúa, pero la naturaleza pedestre de sus mañas no le permite adivinar o presentir la consistencia del aire que está sobre su pies, porque ese el sitio donde se configuran las visiones del director. Así que mejor nos enfocamos en el proceso creador y abandonemos los trasfondos, los recovecos. Mejor será testimoniar destellos.
Mientras llegaba Hassane K. Kouyaté los actores recibieron los libretos, ese manojo de letras que nunca llega a ser sino en el texto espectacular, en la “lectura transversal” del director. Cuando leí la obra me pareció un texto fragmentado, que dejaba demasiadas cosas a la imaginación o que daba por sabidos sucesos que, sin embargo, no conocíamos; y que se atenía con rudeza a los cánones trágicos, de modo que el destino del protagonista solo se realizaría en la muerte, en este caso no física, pero que no nos daba la posibilidad de verlo descender hasta los infiernos de su alma sino que, sin perder un instante, desde la primera hasta la última escena nos lo mostraba instalado ya en ese sitio azufrado y tenebroso. Balikul, apenas muestra la cara humana del poder, o al menos eso parecía en lo externo; su relación con la mujer-diosa, esta Yemayá que retorna, la vi tensa y fría, como si ambos estuviesen únicamente enfocados en los asuntos políticos. Más todo se fue aclarando por el camino, la puesta en escena hizo legible cada recodo.
El jefe se deslumbra, se deja seducir, y la diosa usa las armas de la sensualidad y la sexualidad femeninas; Vaval, insufla humanidad a lo divino, los dos secuaces de Balikul poco a poco adquieren y muestran la naturaleza ambigua de los de su clase, llegando a mostrarnos lo grotesco o ridículo de su posición y pasiones. La puesta aclara, limpia, ilumina, incluso rebaja la aspereza de una traducción, que, a no dudar, opta por la sujeción al original en francés pero olvida que traducir es algo más que el traspaso de palabras de una lengua a otra. Donde se hace más farragosa la versión castellana es en aquellos fragmentos donde la metáfora prima, sitios que fueran zarandeados y hasta cortados, siendo esta una solución extrema pero funcional, en tanto es preferible renunciar a ella sino no es exacta o si lo que hace es frenar, enturbiar la acción dramática. Los actores, aunque terminen procesando ideas y estructuras, son, ante todo, seres dotados de intuición que los impulsa a saborear el sentido musical de las palabras. Cuando algo hace que al actor se le trabe la lengua, cuando no suena, este tiende a suprimirlo o transformarlo. Por eso es importante todo el proceso de preparación, ese momento solitario que antecede a confrontación en el grupo. Saberse la letra es el pórtico, pues toda la acción, en el teatro, está encerrada y es mostrada a través de ella, pues la palabra es el continente de la fuerza, de la energía de los conflictos que mueven la fabula. Aunque hay que decir que el proceso de aprehensión del texto se acaba de consumar en el momento en el que aparecen las acciones físicas, estableciéndose entre la letra y el movimiento una relación íntima y sustancial. Las palabras mueven al cuerpo y este, a su vez, las hace visibles, audibles. Previo a la llegada del director los actores comenzaron a juntarse, a conversar, se reunieron para cantar juntos, para revisar la memoria y encontrar las propuestas, sugerencias, los aportes que le harían.
Los recuerdo, una tarde, en el Vedado, alrededor de unas mesas, relajados y felices, dando los primeros pasos. Allí empecé a otear los aires infantiles. Eran niños, de siete años.
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