Los actores juegan como niños I
27 de junio de 2013
|Las puertas, una a una, se abren. Los diques se quiebran. Los velos y los misterios se deshacen. Como en un cuento, como en los relatos que suelo admirar y narrar, a la vera del camino, solitario y brumoso, aparece un personaje, salido de no se sabe dónde y las más de las veces con una apariencia que no le hace honor a sus poderes y destino, uno que pide ayuda, más no tengo lo que busca. No sé qué hacer, lo miro, y decido. Puro instinto. Le entrego lo único que cargo. Me pueden sobrevenir el hambre, la soledad y el miedo. Corro el riesgo de desembarcar en el oscuro callejón de los menesterosos. Daré, y finalmente dono, lo que puedo. Con el tiempo y el dolor he ido tejiendo redes, más en un primer momento no creía que eso fuese lo se me solicitaba con premura, una similar a la que provocan la sed y el deseo. Al final me entregan la prenda, un objeto mágico. Gratitud. Sueño y me despierto.
Durante años quise ver trabajar a los actores, de cerca, estar junto a ellos mientras construían sus criaturas; pero como estoy casado, hace más de veinte años, con una actriz y pedagoga, que tiene por norma no llevar a casa “el veneno de Teatro” o las trampas y los sortilegios de su oficio, todo quedaba en imposibles. Me había acostumbrado a repetir que “la vida es sueño”…y “los sueños, sueños son”.
Hassane Kassi Kouyaté, Maestro de la Palabra y delicado artesano, nacido en Burkina Faso, miembro de un clan de seres humanos grandes, documentado en Occidente desde 1235, año en el que Sundhiatha Keita funda el Imperio Mandinga, pero que se pierde en la noche de los tiempos hasta desembocar en uno anterior a todo Tiempo; él, que ejerce el oficio de crear y difundir lo bello, lo bueno y lo útil, envuelto en variados ropajes, había venido varias veces a La Habana. En esos viajes fue creciendo su deseo de, con un elenco cubano, hacer Teatro. Según repetía a cada paso, quería, casi sin importarle el resultado, estar, únicamente para poder compartir la energía de este país, tan rodeado de mar y de horizontes. Un primer intento falló, la encargada de las conversaciones tenía una palabra hueca; y eso asusta. Tuvo que esperar a marzo del 2012, mientras se celebraban los 50 años como narradora oral de Mayra Navarro, festejos a los que se sumó junto a Mimí Barthelemy – ahora en el paraíso de sus loas- y Coralia Rodríguez, que con discreción y finura fue tendiendo puentes. Yo llevé al djli hasta mi casa. Sabía que cuando mi mujer los conociera abriría las puertas de su inteligencia y de su corazón, que a veces parece una fortaleza sitiada, pero que es más un delicado nido de alondra. Ya ella había vibrado y gozado ante el arte magnífico del africano. Lo escuchó atentamente, penetró en sus ojos e hizo un viaje que ella solo podría describir; aunque yo creo que la confirmación vino cuando su madre, tan arisca y desconfiada como la clandestina que fue, afirmó, sin palabras, que aquel era un hombre bueno.
Para muchos saber que Hassane es hijo de Sotigui Kouyaté, que trabajó durante muchos años junto a Peter Brook, que dirigió su compañía, que es Caballero de las Artes y las Letras, que es uno de los dos africanos reconocidos como directores de escena en París, que dirige múltiples proyectos y festivales en varias partes del mundo, que es el actor y director de varias puestas teatrales que sobrepasan la barrera de las dos mil funciones, que le preceden fama, prestigio y solvencia, hubiera sido suficiente. Para ella no. La maestría debía ser acompañada de la pureza de espíritu, de la bondad y de una inteligencia brillante y sana. Esa es su norma. Lo reconozco, es un raro privilegio el que yo y mi familia nos hayamos tropezado con un hombre excepcional desde el pie hasta el alma. Esas fueron las llaves que abrieron las puertas de Corina Mestre. Nada de arietes.
A partir de ese instante ella, a pedido suyo, fue contactando actores que también pudieran acercarse a esa “norma de bondad y excelencia”. Debería ser un equipo capaz de mover todos los recursos expresivos del cuerpo y de la voz, pero, además, que pudieran establecer una convivencia creativa e intensa. La obra soñada era una tragedia, inspirada en Eurípides, pero que convocaba temas, historias y motivos africanos contemporáneos, escrita por Caya Makélé, un dramaturgo del Congo. La Extranjera devolvía a Yemayá, una de las madres de la fertilidad en el imaginario negro de América y África, a los ámbitos de una ciudad o de un país en guerra fratricida, a la que se llegó a través de un proceso de destrucción de la estructura familiar y de las normas tradicionales de convivencia, la renuncia o negación del legado ancestral o de la sabiduría de los mayores. Obra intensa, que cumple con las regularidades de lo que se entiende como trágico en Occidente, pero que refuerza el sentido celebratorio y ritual de la fiesta y la religiosidad populares.
El director había llegado hasta la isla con el nombre de su protagonista, Amanda Cepero, actriz y cantante cubana afincada en Suiza, como Coralia Rodríguez, quien encarnaría la madre del protagonista y, además, serviría como asistente y traductora. Antes de marcharse ya había decidido entregar a Corina el Vaval, personaje mitad macho, mitad hembra, no humano, Maestro de las Ceremonias, aunque más que eso, en realidad, hacedor ellas, poseedor de los destinos, los tiempos y los sucesos, narrador omnisciente del relato dramático. Escuchando una historia de diablos sin cabeza encontró a Ury Rodríguez, y ateniéndose la fragilidad que encontró en el actor y cuentero, pensó que este humanizaría a su personaje, Balikul, jefe guerrero y protagonista, que después sería un “cheche bacheche”, de lenta y tortuosa construcción.
Quedaban pendientes para una selección, que se haría con posterioridad, el coro -tan importante en la tragedia-, los personajes de Élékham y Tillios – ancianos venerables, voz de la sabiduría-, Kwalayé, especie de ministro de guerra del caudillo, y Ryammie, joven traidora y lengua suelta. Las exigencias para estos interpretes eran altas, pues el coro debía estar formado por actrices capaces de actuar, bailar y cantar con maestría; los actores que encarnarían los ancianos estarían casi todo el tiempo visibles y sus escenas serían de una intensidad dramática particular, e incluso, los personajes aparentemente menores tendrían momentos en la puesta que de no salir airosos entorpecerían la comprensión de la fabula. Esta sería una puesta en escena coral donde se rompe el esquema clásico que clasifica al elenco en personajes protagónicos, de reparto y grupo. Hay un protagonista: la historia que debe ser contada y las orejas que escucharán, los ojos que verán y terminarán de hacer lo que falta.
La selección final la iremos conociendo pasito a paso. Incluso verán aparecer a un personaje, Akwalayé, que encarna Lucas Nápoles, que no aparece en el texto, y que sin embargo tiene una historia que contaré. No hay que apurarse. Esto apenas está comenzando. Vale la pena detenernos unos instantes y en este oasis, junto a las datileras, el té de hierbas hirviente, y el sonido de los camellos mientras abrevan, como si estuviéramos en el desierto, a las puertas del África profunda, rodeados de tuaregs de turbantes azules y miradas fieras, les haré algunas advertencias. Este no es el relato oficial, canónico, de la puesta en escena de La Extranjera. No tengo, siquiera, la certeza de que sea “tolerado” un observado con plácida indiferencia. Será solo el testimonio de lo que vieron mis ojos, escucharon mis orejas y de lo sintió mi corazón o lo que pensó mi cabeza mientras se hacía ante mí el milagro de hacer nacer la belleza. Lo haré sin renunciar a la multitud de voces, o más bien de ecos. Algunos sucesos los anoté, otros los guardé en mi memoria, pues lo que no he contado hasta ahora es que, finalmente, terminé siendo un asistente de producción más, encargado de los que Teresa de Ávila llamaba “vastos oficios”, es decir, mis laboreos tuvieron que ver más con la contratación de los artesanos, la coordinación del proceso de fabricación de la escenografía, el vestuario, la utilería y los atrezos, que de lo realmente creativo y artístico, que en algún momento supuse haría, y que está más cerca de mis bastimentos literarios y orales. Si se me permite, para dar claridad al asunto, echaré mano a un término militar, ¡estaba en la impedimenta, en la retaguardia!; pero esto, lejos de ser una desventaja, me permitió observar y escuchar casi sin ser visto. Tomar nota. Yo era solo la sombra que atravesaba la escena, discreta y silenciosa, a veces casi un vientecillo juguetón que pronto desaparecía entre telones. A nadie le preocupaba, por lo que la gente se desnudaba con impudicia o sin reservas.
Contaré, pero como esos trabajos míos no dejaban mucho tiempo para la escucha y la atención, necesariamente mi relato será algo así como un cajón de sastre, del que ustedes sacaran retazos e hilos, y harán su propio tapiz. Muchos serán entonces las aspilleras posibles, muchos los encantos y los misterios, porque como hubo una vez, existirá …otra … y mcuhas.
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