Llenar correctamente el vaso
30 de marzo de 2018
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La vida es un camino que emprendemos cuando dos personas –nuestros padres– lo decidieron, y resulta que es muy diverso, complejo, largo y lleno de contradicciones. Ahora bien, como recorremos ese camino es una decisión personal, y sé que pensamos que hay muchos factores, incidentes, situaciones, tanto positivos como negativos que intervienen en que este proceso que se llama “vida” sea más fácil o más difícil.
Esto no lo niego, porque hasta la suerte, buena o mala también influye, aunque yo soy de las que cree firmemente que no tiene un papel protagónico en la felicidad y el éxito, sino que ese lugar central lo tiene cada uno de nosotros con las decisiones que tomamos, la voluntad de lograr las metas que nos proponemos y la forma en que miramos y evaluamos la vida. Aquí viene la frase archiconocida de ver el vaso medio lleno o medio vacío, y las emociones tienen también un lugar de relevancia, porque no solo acompañan cada acción que emprendemos, sino que también suelen provocarlas, además ser la consecuencia de lo que nos pasa.
Pongo ejemplos, que como saben los que me siguen en este espacio saben que me gusta hacer para hacerme entender. Las emociones que anteceden a una conducta bien puede ser el optimismo que nos da la seguridad de que poseemos determinados méritos, por lo que creemos que podemos triunfar en la entrevista de trabajo para obtener el puesto que queremos, y si el optimismo está bien fundamentado porque la autoevaluación es correcta, tienes muchas posibilidades de lograr su objetivo.
Sin embargo, ¿qué sucede si es un falso optimismo? Hay más posibilidades de fracasar, y aquí me detengo para hacer hincapié –una vez más– en la importancia de poseer conciencia de uno mismo, que significa tener conciencia de las propias emociones, identificando sus causas y asumiendo sus efectos en el estado anímico, lo cual incluye la autoconciencia emocional, la autovaloración adecuada de uno mismo y la confianza en sí mismo.
Por lo que si bien es cierto que ser optimista es bueno, puede ser –como toda emoción mal valorada– un arma de doble filo si no está correctamente sustentada. Si como consecuencia de un optimismo bien sustentado se logra el puesto de trabajo, entonces se potencia y nos damos cuenta que estamos bien ajustados en cómo nos evaluamos, y eso nos permite ser más seguros y seguir adelante en otras empresas personales. Si por el contrario, el optimismo es falso y se sostiene en creer que la suerte nos va a acompañar, porque, como se suele escuchar, hay que ser optimistas para que la suerte esté con nosotros, pues no solo no se tiene una correcta autoconciencia emocional, sino que el fracaso es casi seguro, como pasa a los estudiantes que van al examen sin estudiar con la esperanza de que salga lo poco que sabe.
En el extremo opuesto tenemos el pesimismo, esa emoción que tratamos de evitar y que evaluamos tan mal a los que la tienen, y pensamos que atrae la mala suerte. Bueno, ya he dicho que para mí la suerte es una denominación un tanto superficial del éxito que se logra con talento, trabajo y oportunidad, pero siguiendo con lo que ocasiona el pesimismo. Efectivamente, si vas a la misma entrevista de trabajo con la idea negativa de no lograrlo, posiblemente te rechacen, aún si tienes los requisitos porque no proyectas seguridad, o sea, no te acompañas de las emociones positivas que potencian la convicción. Es por ello que si estás triste, ansioso, enojado, el consejo es que primero maneje estas emociones antes de enfrentarse a una tarea importante, porque ni Usain Bolt hubiera ganado una carrera si hubiera creído pesimistamente que no lograría, ya que se pierde la fuerza, y los talentos se opacan.
Ahora bien, si el pesimismo es producto de una correcta evaluación porque no creemos que podemos alcanzar ese trabajo, entonces no nos dejemos llevar por los que –con muy buenas intenciones– nos convocan a “lanzarnos” esgrimiendo frases como: “que de los cobardes no se ha escrito nada”, “el que no se arriesga no gana” y otras más, mientras que la verdad es que es una decisión inteligente no enfrentarse a lo que creemos no podemos lograr acertadamente.
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