Liderazgo y éxito
30 de mayo de 2014
|Hace algunos años, cuando aún no trabajaba el tema de las competencias emocionales —creo incluso que fue antes de que alguien hablara de esto—, recuerdo que una amiga me decía que a su jefe ningún subordinado le negaba lo que pedía, incluso cuando fuera realizar un esfuerzo enorme para realizar el trabajo, llevara horas extras, fin de semana sin descanso y me explicaba que era porque “sabía convencer”. Cuando traté de profundizar (esta costumbre de psicóloga de siempre querer llegar al fondo de las conductas humanas) me decía que él trabajaba más que nadie, que estimulaba a todos al realizar buen trabajo, y cuando no lo hacían bien, la crítica no era para destruir, sino alentando a que mejorara y le daba vías de solución; que nunca se atribuía el éxito solo para él, sino que siempre decía que era un trabajo de equipo y no los dejaba anónimos, mencionaba nombres, no quería sobresalir a costa de los demás, incitaba a compartir ideas y nunca promovía el individualismo ni la competencia entre ellos, sino que competían con otros grupos de afuera, pero para ser mejores no solo por el hecho de ganar títulos y ganancias, sino también y fundamentalmente para aportar resultados útiles.
Mi amiga terminó diciendo que si alguien se le resistía, era un maestro en “tocar la fibra del corazón”, lo cual yo traduzco que era capaz de manejar acertadamente las emociones en bien del trabajo y de la tarea a realizar. En aquel momento me dio envidia no tener un jefe así (el mío era todo lo contrario y hasta se había mandado hacer una silla parecida al trono de Napoleón, al cual solo se parecía en la baja estatura) y no “psicologicé” más el asunto, pero se me quedó en la memoria y ahora, años después, soy capaz de decir que ese jefe lo que tenía eran todos los rasgos del liderazgo, o sea que él era capaz de dirigir con mucho éxito y el secreto era que creaba un ambiente colectivista muy cálido, de confianza, de comodidad, repleto de emociones positivas, logrando que la “mente emocional” no solo acompañara a la “mente racional”, sino que la motivara, la desarrollara, obteniendo como resultado que sus trabajadores se esforzaran al máximo porque nunca serían defraudados ni cuando fracasaban, porque siempre aprendían y sus vidas laborales iban siempre en ascenso de una manera u otra.
De lo que no se daban cuenta los trabajadores —y es tal vez lo mejor de esto— es que realmente estaban siendo competitivos entre ellos, pero una competencia desprovista de negatividad, o sea, sin dientes, ni pezuñas venenosas, y entonces ustedes se preguntarán: ¿cómo es posible que compitan si es un medio tan bondadoso y amigable? La respuesta no es complicada y se refiere a la verdadera competencia, ya que ellos querían mejorar guiados por quien lo hace mejor dentro del grupo, imitando modelos, creando nuevas formas de hacer el trabajo, estudiando más, desarrollando nuevas habilidades; en pocas palabras, queriendo ser mejor, para que el equipo fuera mejor en su totalidad. Y fíjense la diferencia enorme que puede establecer en el trabajo este tipo de líder y aquel otro (mi jefe pequeño) que nunca estaba satisfecho con el trabajo de sus subordinados, siendo quien único creía tener la razón, erigiéndose en una suerte de profesor omnipotente que daba lecciones magistrales a los “pobres incapaces” que éramos los demás, con lo cual creaba un ambiente de mucha tensión, depresión, ira, ansiedad y fundamentalmente de desánimo, lo cual hizo que yo personalmente me fuera de ese lugar, y para terminar la historia (para que los chismosos no se queden con las ganas) ese jefecillo dejó de serlo muy pronto y para siempre.
Yo les deseo a todos que tengan como jefe un verdadero líder, que les haga la vida agradable y que cada mañana se levanten con el deseo de llegar pronto al trabajo para disfrutar haciendo lo que les gusta.
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