Las tres pasiones de Emilio Sabourín
3 de octubre de 2014
|La historia del béisbol cubano siempre tendrá un lugar especial para aquellos hombres que, en la segunda mitad del siglo XIX, desafiaron las tradiciones existentes y lograron introducir en Cuba la afición por la pelota; sin embargo muchos de esos iniciadores y también varias de las estrellas que durante las primeras décadas del siglo XX hicieron soñar a los fanáticos han caído en el olvido. La desmemoria parece ser un mal extendido.
Entre esos pioneros que suelen ser olvidados está Emilio Sabourín. Todavía puede leerse en el hospital América Arias, al que muchos llamen simplemente Maternidad de Línea—por su ubicación geográfica, Línea y G—una tarja que recuerda a Sabourín; no obstante, pocos conocen su historia y rara vez se menciona su nombre.
Sabourín fue uno de los jóvenes que creó en 1868 el primer club de béisbol en Cuba: Habana. Divididos en dos agrupaciones de diez jugadores, ellos jugaban con frecuencia, sobre todo los fines de semana. La contribución de este grupo, al que también pertenecieron Ernesto Guilló y Ricardo Mora, entre otros, fue decisiva para que la pelota se afianzara, poco a poco, en el gusto deportivo nacional.
La figura de Sabourín aparece asociada con momentos fundacionales. Por ejemplo, estuvo en lo que se reconoce como el primer juego efectuado en Cuba, el 27 de diciembre de 1874, en los terrenos del Palmar de Junco. Esa tarde ocupó el octavo turno y defendió el jardín izquierdo del Habana que derrotó ampliamente a Matanzas por 51 a 9.
Cuatro años más tarde, Sabourín participó, como segunda base y quinto bate, en el desafío inaugural de la primera edición de la Liga profesional cubana. El 29 de diciembre de 1878 su equipo de siempre, los Leones del Habana, derrotó a Almendares por 21 a 20.
Según cuenta Roberto González Echevarría en su libro “La gloria de Cuba”, Sabourín también fue un excelente director y bajo su mando el Habana ganó varios campeonatos en la década de los noventa, antes de que la Liga fuera interrumpida tres años por el reinicio de la contienda bélica contra el régimen colonial.
Durante la temporada 1890-91, los Leones perdieron a varias de sus figuras quienes pasaron a jugar con los archirivales de Almendares. Esto obligó a Sabourín a utilizar los más diversos recursos para ganar algunos partidos. En un duelo frente al Progreso, en el décimo inning, el primer hombre habanero se embasó y Sabourín le ordenó al siguiente bateador que tocara la bola.
La jugada sorprendió a la defensiva del Progreso, ya que en esa época no era normal el toque, los marcadores eran muy altos y pocos lanzadores podían soportar por varios capítulos la despiadada ofensiva. Con dos corredores en circulación, Sabourín mandó otro toque de bola y, aunque esta vez no logró sorprender, al menos sí avanzaron los jugadores hasta segunda y tercera.
Con la carrera de la victoria muy cerca del plato, a Sabourín se le ocurrió otra exigir el tercer toque de bola consecutivo. El squeeze play funcionó a la perfección y Habana ganó 2 a 1. Quizás esa haya sido la primera ocasión en la historia de la pelota cubana que un partido se decidiera de una manera tan inesperada. En esto Sabourín también fue un pionero.
En los campos de Cuba se luchaba desde febrero de 1895 y la represión española había aumentado en todo el país. Las continuas actividades conspirativas de Sabourín provocaron su detención, el 15 de septiembre de 1895. Las autoridades coloniales lo mantuvieron más de catorce meses en una de las celdas de la fortaleza de San Carlos de la Cabaña y luego lo deportaron—como a otros miles de cubanos—hacia el terrible Castillo del Hacho, en Ceuta.
Allí no había muchas posibilidades de sobrevivir. Las pésimas condiciones de vida y el trabajo forzado minaron la capacidad de resistencia de Sabourín. Enfermó de tuberculosis y murió poco después, el 5 de julio de 1897. Todavía no había cumplido los 44 años.
Juan Gualberto Gómez estuvo encarcelado en Ceuta y en ese lugar conoció a Sabourín. El destacado periodista escribió una sentida crónica donde rememoró las profundas impresiones que le produjo la personalidad de Emilio:
“Asistí a su agonía y nunca se borrará de mi mente el triste pero viril espectáculo del fin de ese hombre de alma estoica y corazón tierno… Y lo recuerdo todavía con sincera emoción. Me llamó, me tomó una mano entre las suyas y me dijo: “Juan esto se acaba y… pronto”. Pocas horas después expiraba. Yo conocí poco de su vida anterior. Lo vi por primera vez en el Presidio de Ceuta. Así es que no puedo asegurar que el juicio que de él formé fuera irrevocable por lo exacto y completo. Pero es cierto que me dejó la impresión de un hombre de alma sana, de carácter jovial, inclinado a las dulzuras de la vida; pero al mismo tiempo muy capaz de echar sobre sus hombros los más graves, sanos y austeros deberes de la existencia.
Y más que todo me dejó el convencimiento de que había amado entrañablemente, y casi por igual, estas tres cosas: el Béisbol, su Familia y la Patria. Sé de algunos glorificados por las pasiones humanas que no han amado tanto ni tan notablemente como Emilio Sabourín”.
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