Las redes imaginarias
18 de enero de 2021
|Colgó el teléfono. Sonriente, pasó la buena noticia al gato. El felino asintió y sonrió también. Se extrañó. En sus siete años de vida, ese gato nunca imitó al famoso colega del título “Alicia en el País de las Maravillas”. Dejaría esa investigación para la tarde. Se comprometió con el editor a enviarle la crónica solicitada esa mañana. Al fin, la pandemia se retiraba y el reino de las redes abría un hueco para los usuarios del papel. El periódico en papel, retornaba. Era el oasis de los ancianos a quienes los teléfonos de inteligencia superior les eran ajenos por decadencia de las habilidades cognitivas o del bolsillo. Solterón empedernido y con el único vicio de la lectura, en su oficio de crítico recibía los nuevos títulos con solo emitir las gracias. Así, llegó a la jubilación con dinero en el banco. Por obligación de la profesión, aceptó la computadora y la conexión. La utilizaba para enviar y recibir mensajes de colegas y buscar materiales de firmas reconocidas. Despreciaba las redes y más, cuando las culpaba de la histeria padecida por los vecinos.
Vecino del edificio desde la infancia, vio crecer niños ya padres y madres. Muchachos a quien brindó y brindaba clases gratuitas de asignaturas humanísticas. Consiguió una adoración familiar que en la vejez le proporcionaba múltiples auxilios. En los días del confinamiento los oyó gritar, insultar, alabar, celebrar, condenar, orar a los descreídos, maldecir a los creyentes, extraerse rencores guardados, y colgarlos en oídos públicos. Presenció cambios en la personalidad de un día para otro. Ternuras adolescentes escondidas en chicos y chicas olvidados de las modas, abuelas salidas de sus rincones en exigencias de atención, madres y padres cuarentones en ronroneos amorosos relegados por la costumbre. Él, solitario, sumido en sus libros, como todos los días, se sintió indemne al mal de las habitaciones cerradas y la obligada permanencia cara a cara con los otros. Conectó la computadora y enfocó la crónica hacia los misterios y recovecos del alma humana en su estilo literario y con la mira puesta en sus arraigadas concepciones de lo moral. Nada había cambiado en él.
Escribió como siempre. En ráfagas nacían las ideas y solo al final se detendría en la lectura. Lo leyó una, dos y tres veces. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Ese no era su estilo, utilizaba palabras no aprobadas por la Academia y dicharachos de última generación. Lo peor, aflojaba en los límites entre el bien y el mal, columnas inamovibles para él. ¿También él había cambiado? El gato sonrió. Siempre había sonreído como el gato de la Alicia en el país de las maravillas. Su amo tan recluido en sí mismo, no lo notaba.
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