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Las flores también mueren

23 de junio de 2018

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¿Abuelita, cómo era tu pueblo?, pregunta una voz infantil. No pasará de los seis años. Sin ser un primor, es menudita, graciosa. A su alrededor, sus hermanos mayores, sus primos forman un gran alboroto. Corretean por el patio. Gozan del espacio abierto, diferente a las paredes que los encierran en la ciudad. Entre ella y la anciana existe un enlace especial, porque tiene unas ganas de atrapar los recuerdos familiares para ser la dueña futura de la continuación. La abuela hace un esfuerzo, la carga, la sienta en sus piernas. Y cuenta. Una pequeña casa de madera y tejas, el parque, muy limpio y cuidado, en el centro del pueblo. Un local, cuando estaban las sillas de tijera era un teatro. Cuando no estaban las sillas, un salón de baile. El cine con funciones para los niños el domingo por la mañana. En las tardes calurosas se paseaba por el parque. Grupos de amigas que respondían los saludos de los jóvenes.
¿Abuelita, tú tenías novio?, pregunta la pizpireta. En la primera vuelta por el parque, no tenía. Después de muchas, muchas vueltas, sí tenía. Tu abuelo fue a visitarme. Todas las tardes de domingo, íbamos al cine, acompañados por Mariíta, mi hermana menor. Tú no la conociste. Se fue lejos, muy lejos.
¿Abuelita, Mariíta volverá?, y la pregunta esta vez en el aire, espera la respuesta. Porque la abuela ahora está lejos, en la búsqueda del significado de la muerte para clavarlos en el semblante alegre de su nieta. Cómo decirle que las mejillas tersas se arrugan, los ojos pierden el brillo y un día cualquiera, su abuela partirá como la hermana Mariíta. Cómo endulzar para esta niña, la inclemencia del final.
Trata de evadir la contesta. Su voz entona una canción infantil, de esas adoradas por la niña que pronto cae en la trampa. Las dos repasan las letras y melodías acompañantes de las diversas generaciones. Ya la voz de la anciana se quiebra de tanto escuezo de sus cansados pulmones, cuando de súbito, surge otra vez la interrogación:
¿Abuelita, dónde está tu hermana Mariíta?
La anciana acepta el peligro. No hay escapes. La memoria, la curiosidad, la impaciencia de su nieta le tiende el inevitable cerco.
Regresa a las historias del pueblo. Habla y habla de Mariíta, de los dulces que le gustaban, de lo lindo que bordaba, de lo lacio y negro de su pelo. En medio de un párrafo donde recordaba el día que fueron al circo, lo abordó con palabras que la quemaban y lo vistió así: Mariíta tenía una cosa mala en su corazón y su corazón no trabajó más. El vocablo muerte no pudo salir de su boca.
-Ah, abuelita, tu hermana Mariíta murió, como murió el pollito de mi amiguita Luisa. No te pongas triste.
Se bajó de las piernas de la anciana y corrió al jardín. Volvió con una flor mustia en sus manitas.
-Mira, abuelita, las flores también se mueren.

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