La última visita de Martí a México: solicitud de entrevista a Porfirio Díaz
9 de agosto de 2024
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En la medianoche del 18 de julio de 1894 Martí llegaba a la capital mexicana. Solo unos pocos de sus más cercanos colaboradores en el Partido Revolucionario Cubano sabían de este viaje y de su propósito de entrevistarse con el presidente, el general Porfirio Díaz, para pedirle su ayuda para la revolución independentista en Cuba. Al día siguiente Manuel Mercado y su familia se sorprendían cuando Martí les visitaba. Tras mejorar de una afección gripal que le mantuvo en cama durante varios días, el Maestro visitó a otros amigos.
El 23 de ese mes escribió una carta solicitando un encuentro al presidente mexicano, una de sus piezas políticas más destacadas en la cual demuestra su altura de estadista y su capacidad para trasmitir la importancia de Cuba libre a fin, de sostener la independencia de los pueblos hermanos del continente frente al expansionismo de Estados Unidos. La epístola consta de dos párrafos, uno extenso en que trata el tema central y otro, más breve en que le expone al destinatario las cualidades de este para contribuir a esa causa y le solicita “afectuosamente (…) el honor de una conversación que no puede ser inútil a la amistad indispensable de México y Cuba, y que merece quien —como el que firma—conoce como mexicano que en el alma es, toda la delicadeza de la situación de México y todas sus obligaciones oficiales.”
En su líneas iniciales Martí se presentaba así: “Un cubano prudente, investido hoy con la representación de sus conciudadanos,–que ha probado sin alarde, y en horas críticas –su amor vigilante a México,–y que no ve en la independencia de Cuba la simple emancipación política de la isla, sino la salvación, y nada menos., de la seguridad e independencia de todos los pueblos hispanoamericanos, y en especial de los de la parte norte del continente…” Y refiere así por qué se dirige al presidente mexicano:”confiado en la sagacidad profunda y constructiva del general Díaz, y en su propia y absoluta discreción, a explicar en persona al pensador americano que hoy preside a México la significación y el alcance de la revolución sagrada de independencia, y ordenada y previsora, a que se dispone Cuba.
El resto del espacio de ese párrafo inicial lo dedica a ampliar el sentido antimperialista de la pelea libertadora cubana. “Tratase, por los cubanos independentistas, de impedir que la isla corrompida en manos de la nación de que México se tuvo también que separar, caiga, para desventura suya y peligro grande de los pueblos de origen español en América, bajo un dominio funesto a los pueblos americanos. El ingreso de Cuba en una república opuesta y hostil –fin fatal si se demora la independencia hoy posible y oportuna –sería Ia amenaza, si no la pérdida, de la independencia de las repúblicas hispanoamericanas de que parece guardián y parte por el peligro común, por los intereses , y por la misma naturaleza.”
Las líneas finales, con respeto y cuidado, ofrecen al presidente mexicano, actuar con la altura requerida ante la necesidad de altura histórica y de salvar al continente del dominio estadounidense: “En asunto de grandeza, se llama a un hombre grande. Así aguarda la respuesta del general Díaz.
Su servidor respetuoso José Martí.
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