“La última cena”, otro clásico restaurado del cine cubano
2 de octubre de 2020
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Nuevas fechas marcan la historia del cine cubano. El lunes 31 de agosto, en la función de las tres de la tarde, el Festival Il Cinema Ritrovato, auspiciado por la Cineteca de Bologna, Italia, presentó en la sala Arlecchino, la première mundial de la copia restaurada del largometraje de ficción La última cena (1976), realizado por Gutiérrez Alea. Este título forma parte de la selección de clásicos por el Festival Internacional de Cine de Venecia, exhibida en Bologna como consecuencia de la reducción de espacios de ese certamen a causa de la situación epidemiológica. El certamen programó además La muerte de un burócrata (1966) y el documental El arte del tabaco (1974), obras de la filmografía de nuestro Titón que tambien restauró el archivo de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood a través de un convenio con el ICAIC promovido por la Cinemateca de Cuba.
Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), el más universal e importante de los cineastas cubanos en el terreno de la ficción, a lo largo de su filmografía, nutrida por una docena de largometrajes, esporádicas incursiones en el documental y un mediometraje rodado en México (Contigo en la distancia), supo abordar los temas más variados, siempre desde una perspectiva analítica muy ligada a nuestro espíritu e idiosincrasia. Su admiración sin reservas por Buñuel la vierte en su comedia satírica La muerte de un burócrata (1966) y en Los sobrevivientes (1978), cruel burla de una familia aristocrática que, con tal de aislarse de la Revolución triunfante fuera de los muros de su mansión, involuciona a través de los distintos estadios de la historia de la humanidad. Memorias del subdesarrollo (1968), incuestionable obra maestra del cine de la Isla y título prominente del cine iberoamericano —que figura en algunas selecciones de los mejores de todos los tiempos— mezcla la ficción con el documental en una cinta con una estructura abierta, tan pletórica de frescura que parece haberse filmado hoy.
La última cena (1976), irónica alegoría sobre la hipocresía religiosa de la sociedad colonial del siglo XVIII queda como otra pieza magistral desde los créditos hasta la imagen culminante, que emprende ahora una nueva vida gracias a su restauración. La idea para el guion surgió de la lectura de apenas un párrafo del voluminoso ensayo económico El ingenio (1964), escrito por el historiador y ensayista Manuel Moreno Fraginals (1920-2001). Relata la historia del conde de Casa Bayona que como una forma de tranquilizar su conciencia, decidió reunir un Jueves Santo a doce esclavos, a quienes les lavó los pies y los invitó a su mesa. Las consecuencias de aquella acción serían imprevisibles.
La impresionante secuencia de la cena es el núcleo estructural del filme, antecedido por una suerte de prólogo y un epílogo; a lo largo de 49 minutos, se presentan los esclavos como personajes, según las intenciones del cineasta, quien declaró: «Allí se revela la personalidad particular y muy específica de algunos esclavos entre los que interpretan momentáneamente el papel de apóstoles. Se trata de cuestionar la imagen tan tergiversada y prejuiciada que del esclavo construyó la cultura del opresor, y también de revelar en toda su complejidad los disímiles y contradictorios aspectos de su personalidad, provocados por su situación de sojuzgamiento social; su espíritu supersticioso y al mismo tiempo realista, su mezcla de desconfianza y credulidad…»
No solo para su creador, La última cena es una película metafórica basada en la recreación fílmica de acontecimientos reales, narrados en forma de parábola. La crítica ha visto una mirada cáustica para cuestionar la «doble moral» y la duplicidad tanto del catolicismo como de cualquier otra religión; una reflexión sobre discurso y poder, esclavitud y libertad, sumisión y rebeldía, ideología y opresión, rito y ética de absoluta actualidad.
El director, insatisfecho con la frustrante experiencia de Una pelea cubana contra los demonios (1971), ubicado en una población cubana del siglo XVII asolada por el fanatismo, prosiguió la búsqueda de su propia verdad y de la verdad colectiva en los laberintos de la historia. Aunque el conflicto de La última cena se ubique en el siglo XVIII, se remite a la época contemporánea por constituir «una dramática reflexión sobre la intolerancia, la hipocresía y la obstinada lucha del hombre por alcanzar su plena libertad», como advierte Ambrosio Fornet. A este agudo crítico y estudioso de la obra de Titón —como le llamaran familiarmente— debemos otra importante conclusión que compartimos en este análisis de la película: «una verdadera galería de tipos y conductas sirve para explorar los rasgos puramente individuales y, a la vez, los secretos mecanismos de la conciencia colectiva». El uruguayo Jorge Rufinelli conceptúa el filme como uno de los puntos más altos alcanzados por ese «doble y complejo juego entre lo histórico y lo alegórico» que caracteriza el cine de Gutiérrez Alea.
A la mañana siguiente de la cena, la realidad se impone para aquel grupo de esclavos «elegidos», engañados por la palabrería del Conde que bajo los efluvios etílicos llega a compararse con Cristo. El microcosmos de esos doce negros es extensivo a toda la dotación del ingenio, al colectivo que se rebelará y será reprimido con especial crudeza. La película, al mismo tiempo, trasciende por la profundidad en el tratamiento del tema de la esclavitud, a la trilogía realizada por Sergio Giral integrada por El otro Francisco (1974), Rancheador (1976) y Maluala (1979). Parece haber desbrozado a La última cena, el camino hacia la aparición de la obra definitiva sobre un aspecto que todos creían agotado o abordado hasta la extenuación por el cine cubano de los años setenta. No obstante, Gutiérrez Alea opinó antes del cierre del tríptico, que las dos primeras de Giral se complementan con la suya y admitió la validez de las tres películas.
«La última cena constituye un trabajo importante, muy original y socialmente significativo —escribió el crítico norteamericano Dennis West—. Su compromiso y alcance radican en una concienzuda exploración artística de la naturaleza y los manejos de la ideología dominante dentro de un sistema social que favorece escandalosamente a una clase dejando totalmente desposeída a otra. El análisis de Gutiérrez Alea añadirá nuevos temas de discusión al debate sobre la naturaleza, los efectos y las contradicciones internas de la esclavitud. Su mensaje es de liberación revolucionaria, tanto de los grilletes ideológicos, de la clase dominante como del sistema social que los mismos contribuyen a mantener».
Con La última cena —estrenada en La Habana el 3 de noviembre de 1977— el cineasta consiguió una auténtica pieza de orfebrería. Consiguió una espléndida fusión de talentos disímiles: el fotógrafo Mario García Joya, el editor Nelson Rodríguez, la música de Leo Brouwer, la asombrosa dirección de arte de Carlos Arditti y la excepcional interpretación por el actor chileno Nelson Villagra del personaje protagónico del Conde, por solo citar algunos rubros descollantes.
El filme recibió, entre otros galardones, el Premio del Jurado Colón de Oro en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva; el Primer premio Hugo de Oro del Festival Internacional de Cine de Chicago; el Gran Premio del Festival Internacional de Cine de Figueira da Foz, Portugal; fue el Gran Vencedor del Jurado Popular en la Muestra Internacional de Cine de São Paulo y el Primer Gran Premio en el Festival de Cine Ibérico y Latinoamericano de Biarritz. La crítica especializada de Cuba y de Venezuela lo seleccionaron, además, entre los filmes más significativos exhibidos en el año 1977 y el Festival Internacional de Cine de Londres lo escogió como Filme Destacado del Año.
Aunque se trate de algún título en la trayectoria de un cineasta mayor como Tomás Gutiérrez Alea, de tema «actual» en que el conflicto gire en torno a un personaje como eje para mostrar determinadas contradicciones (incluso como víctima) con gran peso al humor —La muerte de un burócrata, por ejemplo—, o uno de tema «histórico», en el cual la trama abarca a toda una colectividad a partir de individualidades bien definidas —La última cena—, cada película de este director reafirma sus palabras:
«Estas obras no solo deben mostrar o revelar algún aspecto esencial de nuestra realidad actual y ayudar a interpretarla y comprenderla, sino que pueden —y deben— tratar de ir más lejos en su función social: activar al espectador con un espíritu crítico sobre la realidad y sobre sí mismo para que, una vez que deja de ser espectador y se enfrenta con su realidad cotidiana, se encuentre, no solo armado de una cierta información que le ayude a comprender mejor el proceso en el cual está insertado, sino que se sienta también conmovido y estimulado para participar activamente en ese proceso. No solo obras que ayuden a interpretar al mundo, sino que contribuyan a transformarlo».
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