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¡La Tebaldi en La Habana! (I)

20 de enero de 2025

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Aunque el suceso se había anunciado a bombo y platillo en la prensa, la llegada de la célebre soprano Renata Tebaldi (Italia, 1922- 2004)    a la capital cubana el 11 de junio de 1957 llenó de júbilo al público entusiasta de la ópera ansioso de escuchar en vivo y en directo a quien, según la leyenda, el gran Toscanini llamó “la voz del ángel”.

Como era de esperar, la presidenta de la Sociedad Pro-Arte Musical, Conchita Giberga de Oña, junto a otras asociadas, le dio la bienvenida a la diva en el aeropuerto mientras la revista de la institución pronosticaba, con muy buen tino, que “la gran figura de Renata Tebaldi encabeza y respalda artísticamente el selecto evento con el que Pro-Arte habrá de anotarse uno de sus triunfos más resonantes”.

La italiana, según los entendidos, tenía una voz muy hermosa, una técnica apabullante, un sentido de la musicalidad excelente y un perfeccionismo en el límite de lo enfermizo. Su tesitura facilitaba el lucimiento de personajes de Verdi y Puccini, sus autores favoritos, pero, por otra parte, la rivalidad que se le atribuía con la también excelente soprano griega nacida en Estados Unidos María Callas –y con quien la Tebaldi se negó siempre a entrar en polémica- dio lugar a cientos de páginas en los periódicos y a todo tipo de anécdotas, reales o figuradas, lo que, sin duda, fomentó por una o por otra el fanatismo de los dilettanti absurdamente divididos.

Por supuesto, esta hostilidad entre las dos grandes artistas era atizada, en primer lugar, por sus respectivas casas discográficas, directores de teatros y alguna prensa, con el avieso propósito de despertar una curiosidad más allá de lo acostumbrado que solo los beneficiaba a ellos desde un punto de vista únicamente comercial.

Dicho conflicto –como declaró en una ocasión la cantante italiana- “se centraba más en los celos de los fans que en nuestras carreras”, lo cual resulta obvio pues qué razón podría esgrimirse en este caso para impedir al público aplaudir en una misma temporada el prodigioso arte de las dos artistas, que, por demás, tenían repertorios diferentes, con apenas títulos en común, como “Tosca”, “Aída” y “La Traviata”. No obstante, para algunos en su época la admiración hacia una debía significar el rechazo a la otra sin más explicación.

Se cuenta que a cierta representación en La Scala, señorío de la Callas, asistieron un día multitud de seguidores de la Tebaldi, quienes al final lanzaron el escenario frutas y verduras en vez de flores. Corta de vista la Callas, no se percató de inmediato del agravio pero cuando se dio cuenta pidió silencio y preguntó a sus adversarios dónde habían comprado verduras tan frescas sin estar en temporada.

Como se sabe, la Callas, por su parte, no era fácil en modo alguno. Sus excesos mucho dieron que hablar.

Y con esto, entiéndase bien, quien esto escribe no está defendiendo a una ni atacando   a la otra, nada más lejos de la verdad, y mucho menos emprendiéndola contra sus apasionados seguidores. Lo importante del asunto   es que en La Habana los partidarios de las dos grandes estrellas del Bel canto, que jamás debieron ser comparadas, dejaron a un lado sus posibles diferencias, que en   en honor a la verdad, en Cuba no llegaron a tales extremos.

Pero así y todo, es justo reconocer, que tebaldistas y callistas, disfrutaron juntos en la capital cubana de la presencia de Renata Tebaldi, cuya voz, según los críticos, era pura, homogénea en todos los registros y bellísima, al servicio de una expresividad y musicalidad intensamente sugestivas. Incluso quienes la recuerdan en vivo no dudan en afirmar que los estudios de grabación no registraron la notable amplitud ni tampoco en toda su riqueza, la belleza del instrumento.

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