La orquesta sinfónica
14 de junio de 2013
|Desde la época primitiva, los seres humanos crearon cantos para acompañar su vida; pero también inventaron los primeros instrumentos musicales, fabricados con objetos de su entorno: caracoles, cuernos de animales, troncos de árboles, pequeños huesos… Al paso del tiempo, todo se fue transformando, y así surgieron los instrumentos que hoy conocemos, y las distintas agrupaciones cuyo mayor formato es la orquesta sinfónica. A ella dedicaré mi comentario de hoy.
Se denomina orquesta sinfónica, a la mayor agrupación instrumental que existe, y a cuyo repertorio se denomina de igual modo (sinfónico). Sus primeros indicios datan de la época de Beethoven, cuando, en 1800, creó su Primera Sinfonía; pero la sonoridad que hoy día conocemos, demoraría algunos años en llegar. Entre los primeros compositores que exigieron sonoridades grandiosas están Gustav Mahler (1860-1911) con su Sinfonía de los mil, creada en 1910 y Benjamín Britten (1913-76) con su War Requiem, de 1961.
El surgimiento de la orquesta sinfónica, estuvo determinado, en primer lugar, por el perfeccionamiento de los instrumentos; y fueron algunos compositores del siglo XVIII, como Johann Stamitz (1717-57) quienes establecieron las bases de la orquesta “clásica”, con sus parejas de flautas, oboes, fagotes y trompas, a la que se añadieron, más tarde, parejas de clarinetes, trompetas y tímpanis; los trombones aparecían sólo en las óperas y la música sacra. Otro factor que contribuyó al surgimiento de la orquesta sinfónica, fue la creciente importancia que adquirieron las cuerdas.
El formato de toda orquesta sinfónica se divide en tres grandes secciones: cuerdas, vientos y percusión y, dentro de cada una de ellas existen subdivisiones. A la sección de cuerdas pertenecen: violines, violas, violonchelos y contrabajos; a la de vientos: flautas, clarinetes, oboes, cornos o trompas, trompetas, trombones, fagotes y tubas. La sección de percusión tiene como centro los tímpanis, pero en ella también se incluyen otros instrumentos como el xilófono, el vibráfono, los platillos, el gong, y algunos más, que no siempre están presentes, al igual que otros como: el piano, el arpa, la celesta, el corno inglés, el contrafagot… cuyo número varía, en dependencia del compositor.
Mientras que la orquesta “clásica” estaba integrada por unos treinta y cinco instrumentistas, las sinfónicas actuales pueden alcanzar el número de doscientos, y por eso necesitan de un gran escenario y una instalación que permita disfrutar de la sonoridad real, factor determinado por la reverberación acústica, que puede medirse matemáticamente y que se define como “el tiempo que tarda en descender en sesenta decibeles, el nivel sonoro que persiste en una habitación, una vez que la nota que lo ha creado ha terminado”. Este nivel puede modificarse, utilizando materiales absorbentes o medios electrónicos. A una sala con gran reverberación se le denomina “viva”, opuestamente a las denominadas “muertas” o “secas”. J:S:Bach estaba consciente de la importancia de la acústica, y por eso no compuso el mismo tipo de obra para la iglesia de San Jacobs, en Lübec, cuya reverberación era “viva”, que para la de Santo Tomás de Leipzic, de reverberación “seca”. Pero este principio se tomó en cuena por primera vez, en la construcción del Boston Symphony Hall, en 1900 y, en la actualidad, es utilizado por los arquitectos dedicados al diseño de auditorios. Debido a su importancia científica, en el siglo XX, el Centro Pompidou de París, creó el Instituto para la Investigación y Coordinación en Acústica y Música (IRCAM) de gran trascendencia internacional.
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