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La oración de Tampa y Cayo Hueso (III)

25 de febrero de 2022

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Estoy convencido de que el 17 de febrero de 1892 la sala Hardman de Nueva York estaba repleta de cubanos emigrados residentes en esa urbe. Hombres y no pocas mujeres de diferentes clases y sectores sociales; blancos, negros y mulatos; intelectuales, comerciantes y obreros asistieron para escuchar el informe de quien ya reconocían como su líder acerca de su viaje a las comunidades de los compatriotas del sur de la Florida.
Desde días atrás ya circulaba por los corrillos de cubanos y puertorriqueños de Manhattan y Brooklyn que José Martí había sido bien acogido y que había logrado la aprobación de las Bases y los Estatutos secretos de una nueva organización para unirlos a todos hacia la independencia de la patria. Y el poderoso torrente oratorio del que muchos llamaban Maestro es evidente que inflamó sus corazones, pues en días sucesivos los clubes que trabajaban desde años atrás y los nuevos que comenzaron a formarse aprobaron tales documentos y se incorporaron al Partido Revolucionarlo Cubano.
La vehemencia y el ardor de la palabra martiana se fueron acrecentando durante los momentos finales de su discurso. Emocionadamente rindió tributo al verdadero patriotismo que había encontrado en Tampa y en Cayo Hueso, como lo expresaron los oradores de aquellas poblaciones en sus discursos: “Caballeros de la verdad y la palabra humana, y casacas de la virtud, y magníficos cuelliparados del patriotismo eran aquellos hombres de cuello alto o bajo, que de la tribuna se asían como de su dominio natural, y proclamaban en ella que la política o modo de hacer felices a los pueblos, es el deber y el interés primero de quien aspira a ser feliz, y entiende que no lo puede ni merece ser quien no contribuya a la felicidad de los demás; que la política, o arte de ordenar los elementos de un pueblo para la victoria, es la primera necesidad de las guerras que quieren vencer: las que no quieren vencer, sino corretear y rendirse, esas no llevan plan ni espíritu, que no es llevar política.”
Estas ideas Martí las culmina expresando la importancia del amor que encontró en ambos lugares: “¡Yo no vi casa ni tribuna, en el Cayo ni en Tampa, sin el retrato de José de la Luz y Caballero…! Otros amen la ira y la tiranía. El cubano es capaz del amor, que hace perdurable la libertad.” Y desde allí conduce sus palabras en el cierre emocionado por considerar que se había abierto el camino hacia la unidad, y se pregunta: “¿usaremos nuestra libertad para disponer con tiempo y grandeza el modo de servir a la patria infeliz, o mereceremos el estigma de la Historia por no haber unido nuestras fuerzas con el empuje necesario para salvarla?”.
La emoción del orador subía de tono y seguramente la de sus oyentes también y el colofón refiere la unidad de la emigración de la tres localidades mediante hermosas imágenes, briosas y sugestivas, que llegaron al corazón de la audiencia.
“¡Estas citas que nos estamos dando a un tiempo, este abrazo de los hombres que ayer no se conocían, esta miel de ternura y arrebato místico en que se están como derritiendo los corazones, y este arranque brioso de las virtudes más difíciles, que hacen apetecible y envidiable el nombre de cubano, dicen que hemos juntado a tiempo nuestras fuerzas, que en Tampa aletea el águila, y en Cao Hueso brilla el sol, y en New York da luz la nieve —y que la historia no nos ha de declarar culpables!”.
La historia no ha declarado culpable a aquella pléyade de patriotas que acompañaron a Martí hacia aquel 24 de febrero de1895.

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