La música y los compositores cubanos (IV)
26 de septiembre de 2014
|Damos continuidad hoy en nuestra sección al ensayo así titulado, el cual el crítico y musicógrafo español Antonio Quevedo publicó el 15 de septiembre de 1957 en una edición especial del “Diario de la Marina”, con motivo de cumplirse entonces 125 años de la fundación de tal rotativo habanero.
DOS FIGURAS REPRESENTATIVAS
Un compositor de producción inconfundiblemente cubana es Gonzalo Roig. La historia artística de este maestro pasa por todas las etapas: contrabajista, concertador de coros y grupos teatrales, director de orquesta, compositor de obras líricas, “Las musas americanas”, “Cecilia Valdés” (un éxito internacional), etc. Hay un aspecto de su obra que le acredita una inspiración enraizada en lo mejor de la tradición popular cubana: sus canciones. Algunas de ellas, como “Quiéreme mucho” y “Ojos brujos”, han sido cantadas en todos los idiomas y países del mundo. Ha sido director de la Escuela Municipal de Música y lo es actualmente de la Banda Municipal de La Habana. Ya tratamos de él como pionero de la música sinfónica en Cuba.
Quisiéramos hablar de Lecuona con las palabras que dijo hace años un diplomático extranjero — a su vez distinguido musicógrafo — invitado por el gobierno cubano a la Conferencia de la Sociedad de las Naciones, que da la tónica del valor internacional de Ernesto Lecuona: “Si en Inglaterra tuviéramos un Lecuona estaría a salvo de los vaivenes de la fortuna, estimulado por la nación, y sostenido en lo material por el Estado. Comprendo que la abundancia de talentos musicales, tal como se da en Cuba, hace que la oferta supere a la demanda, pero ¿cuántos Lecuona tienen ustedes? En Londres todavía se cree que «Siboney» y la «Danza lucumí» son supervivencias musicales de los aborígenes cubanos, al igual que los antiguos cantos folklóricos recogidos por nuestro Vaugham Williams, por el español Albéniz, el húngaro Béla Bartok o el checo Smetana. Ahora, en contacto de vista, oído y sabor con as tradiciones cubanas, encuentro la música de Lecuona su más genuina representación en lo sonoro, y lo que dijo Manuel de Falla: “que la música popular cubana era única en el continente, y sus valores rítmicos inimitables”, es una gran verdad. Las danzas populares de Cuba, los pregones callejeros hasta las formas dialectales y la cadencia del lenguaje hablado, están admirablemente plasmados en la música de Lecuona, y basta oír una de sus danzas para percibir esa gracia de la criolla, ese dejo sabroso de los bailecitos campesinos, esa coquetería de la mestiza que tantas sorpresas me tenían reservadas. Yo diría que la música de Lecuona es la esencia del hedonismo criollo, del “dejar a ver” para mañana, del “no te ocupes” y del sabroso “cubaneo”.
LA MÚSICA NUEVA
La música nueva ha encontrado en cuba muchos obstáculos, y entró en el país con un retraso de un cuarto de siglo. Este es un fenómeno complejo que no puede tratarse a grandes rasgos sin incurrir en lamentables confusiones; en un análisis somero creemos que obedece a estas causas: tradición melódica apegada a formas consustánciales de a música cubana; conocimiento tardío de la música polifónica; entronización secular del aria de ópera y de la romanza de salón. En lo que se refiere a los medios puestos en práctica para la aclimatación de la música nueva, entendemos que se ha pecado por exceso. Recordamos los célebres conciertos de música nueva, organizados en la sala Falcón hace 28 años. La propaganda que se hizo fue tan agresiva que predisponía en contra de la causa que propugnaba. Al pobre filisteo, al buen burgués, al señor que no entiende nada, se le llevó a estos conciertos a la manera de conejillos de Indias, para servir de tema sabroso en las tertulias minoristas o en los ágapes de la madrugada. ¡Figúrense cómo quedarían estos oyentes, recién salidos del baño tibio del romanticismo, después de escuchar la “Rapsodia negra”, de Poulenc, o las “Piezas para clarinete”, de Stravinsky!
Un ensayo más serio lo realizó en 1928 la Sociedad de Música Contemporánea de La Habana, fundada por María Muñoz de Quevedo, Amadeo Roldán, Alejandro G. Caturla, Antonio Quevedo y un pequeño grupo de aficionados, la cual mantuvo durante dos años una pequeña sala de conciertos con un selecto grupo de asociados. Todas las obras que allí se ejecutaron fueron estrenos en La Habana.
Con la fundación de la Orquesta de Cámara, en 1934, se dio un gran paso de avance. Su director, el maestro José Ardévol, mentor de la nueva generación de músicos cubanos, a través de su cátedra en el Conservatorio Municipal de La Habana, desplegó al frente de esta orquesta una labor cultural sumamente avanzada, la que, justo es decirlo, enaltece a cualquier músico.
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