La música en La Habana del siglo XIX (II)
25 de diciembre de 2018
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Continuando con el tema iniciado en mi comentario anterior debo decir que entre las óperas estrenadas por la compañía española que había llegado a La Habana en 1810, estaban: “El barbero de Sevilla”, de Paisiello; y otras de diferentes autores, incluyendo el estreno de “El mejor día en La Habana”. Pero parece que al público no le interesaron mucho pues daba mayor importancia al baile, ocasión que fue aprovechada, para su lucimiento personal, por Manuela Gamborino, quien hizo desfilar por el escenario varios géneros que nada tenían que ver con la tonadilla escénica, muchas de cuyas danzas pasaron a las academias de bailes que ya existían. Y aunque el vals tropical no creó una tradición perdurable, “Sobre las olas”, de Juventino Rosas, se convirtió en un hit mundial. Al mismo tiempo, debe destacarse el surgimiento de obras que, aunque inspiradas en géneros foráneos, poseían un carácter nacional.
Retomando la Compañía española que se mantuvo aquí durante más de veinte años, en 1821 atravesó por un momento de crisis debido al mantener un repertorio fiel a un solo tipo de ópera, razón por la cual decidió ofrecer partituras nuevas; pero diez años después, el público manifestó la necesidad de nuevos cantantes, y el Ayuntamiento contrató a una excelente compañía de ópera italiana que deslumbró con el estreno de obras de Bellini, Donizetti, y del entonces joven Giuseppe Verdi. Fue así como la ópera italiana invadió, incluso, los programas de la Sociedad Santa Cecilia, y en el Teatro Tacón y el Liceo Artístico y Literario de La Habana, también se escuchaba ópera italiana, cuyo fanatismo llegó hasta otras provincias. Sólo el seminario de San Carlos mantenía el culto a la música del Clasicismo y a otros géneros musicales del Romanticismo. El fanatismo por la ópera italiana llegó al extremo de que los pianistas, violinistas y otros músicos, solo alcanzaban el favor del público, si incluían en sus actuaciones, arias de óperas o fantasías inspiradas en las mismas. Y digo más, a principios del siglo XX, muchos conservatorios deseosos de agradar a la sociedad burguesa ofrecían a sus alumnos partituras que seguían esa misma corriente.
Mucho tiempo transcurrió para que las aguas tomaran su nivel en Cuba y en países de América como Brasil y México, marcados por la ópera italiana; pero siempre hubo músicos aferrados a la tradición clásica, quienes enseñaban a sus alumnos obras sinfónicas de compositores como Haydn, y entre ellos resaltan los nombres de Juan Paris y Antonio Raffelin, de quienes ofreceré una breve sinopsis.
Hijo de un capitán de dragones, Raffelin nació en La Habana a finales del siglo XVIII, y desde muy pequeño evidenció su talento musical, pues a los nueve años escribió una melodía, y aprendió a tocar el violín y el violonchelo; también estudió composición con el director de la compañía de ópera española que actuaba en el Teatro Principal, quien le enseñó contrapunto y fuga. Muy pronto se vinculó a la vida musical habanera y comenzó a formar músicos para integrar su orquesta. Algo muy importante fue la creación de la Academia Filarmónica de Cristina, a la que perteneció Manuel Saumell. A los cuarenta años viajó a París creyendo encontrar nuevas fuentes de información, pero se encontró con un ambiente de caos, pues los compositores más importantes habían dejado de crear partituras o luchaban por sobrevivir en medio de un público que parecía haber perdido el interés por los grandes géneros musicales. Sin embargo, Antonio Raffelín no se dejó contaminar por ese ambiente y hasta llegó a estrenar una de sus Sinfonías.
Por falta de espacio, continuaré este comentario la próxima semana.
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