La música en Cuba durante la conquista (V)
26 de noviembre de 2018
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En comentarios anteriores hemos visto cómo en el siglo XVII Santiago de Cuba perdió su hegemonía debido al desarrollo alcanzado por La Habana, que ya tenía una Parroquial Mayor, una escuela de música en San Ambrosio, y las Fiestas del Corpus habían adquirido gran importancia. Al mismo tiempo, en Cuba crecía la afluencia de negros traídos como esclavos, cuyas manifestaciones musicales y danzarias influyeron no solo en nuestro país, sino en la Península y otros sitios de América, dando lugar a la mezcla que don Fernando Ortiz llamó transculturación. Cambiaba así la fisonomía de lo conocido hasta entonces como “español”. Es imposible incluir en este comentario los nombres de todos esos bailes, pero mencionaré el llamado: chuchumbé por el gran éxito que tuvo entonces en Cuba. Parece que era bastante osado para la época, porque según los testimonios encontrados: “se bailaba con zarandeos contrarios todos a la honestidad y eran mal ejemplo por mezclarse en manoseos de tramo a tramo.” Fue tal la acogida que tuvo este baile, entre la población menos favorecida socialmente, que hasta se elevó una denuncia a la Santa Inquisición de México.
Ya en el siglo XVII, nuestro país poseía instrumentos y danzas que trascendieron en el tiempo, como es el caso de la rumba, la habanera (llamada así por haber nacido en La Habana) y el zapateo que hoy pertenece a nuestro folclor. En cuanto a la habanera, se mantiene como canción.
La llegada del siglo XVIII no trajo mejorías, para la Catedral de Santiago de Cuba, todo lo contrario, pues se encontraba en total abandono. Sin embargo, la música profana corrió mejor suerte, pues había una familia de músicos: doña Bernarda Rodríguez de Rojas, nacida aquí e intérprete del arpa; su esposo, Leonardo González, componía seguidillas; la hija, Juana González, era cantante y violinista y su esposo, Lucas Pérez Rodríguez, era cantor de la catedral. Por otra parte, ya había pequeños conjuntos de guitarras y bandolas, y se conocían sones que no trascendieron en el tiempo. Y es en 1725, cuando nace en la ya capital cubana, el hombre que sacaría de la miseria a la Catedral santiaguera: Esteban Salas y Castro, quien estudió en la Parroquial Mayor y se convirtió en nuestro primer compositor, además de presbítero.
De Esteban Salas no se puede comentar a la ligera, pues sus conocimientos en materia de música y religión eran vastos, razón por la cual el obispo Morell de Santa Cruz le nombró Maestro de Capilla de la Catedral de Santiago de Cuba. Pero no puedo dejar de mencionar algunas de sus virtudes más relevantes. En primer lugar, creó los primeros villancicos cubanos; se enfrentó a las dificultades que encontró al llegar al templo oriental y hasta creó nuevas plazas de músicos para la catedral; ofreció conciertos públicos en los que dio a conocer obras de compositores europeos escuchados por primera vez en Santiago, como Haydn y Mozart; convirtió la catedral en un verdadero conservatorio, al que pertenecieron algunos músicos del siglo XIX… Esteban Salas se caracterizó por su disciplina, su amor al prójimo, su humildad y su paciencia. Se convirtió en presbítero en 1790 y el Viernes de Dolores de ese año ofreció su primera Misa, componiendo para la ocasión un Stabat Mater grandioso. Falleció en 1803 después de haberse desempeñado como Maestro de Capilla durante casi 40 años.
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