La música en Cuba durante la conquista (I)
23 de octubre de 2018
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Comenzaré hoy una serie de comentarios relacionados con la música que se escuchó en nuestro país durante la conquista.
Ante todo debo decir que a la llegada de los invasores peninsulares, las manifestaciones musicales y danzarías que existían aquí eran las de nuestros primeros habitantes: los aborígenes, a quienes Cristóbal Colón denominó indios, término más utilizado cuando se habla de ellos. Los recién llegados pisaron suelo cubano cuando ya Europa conocía la notación musical, algunos instrumentos pero, sobre todo, el número de cantores había aumentado en las iglesias dando lugar al surgimiento de la polifonía, que marcaría el período denominado Renacimiento, razón por la cual, a los conquistadores les pareció demasiado atrasada la cultura musical de estas tierras y decidieron imponer la suya, por lo que carecemos de información suficiente para afirmar cómo era aquella música “atrasada”, de la cual se desconocen sus melodías, sus cantos, y sólo el nombre de algunos instrumentos quedaron recogidos en los documentos existentes. De esto dice nuestro Alejo Carpentier en su libro: “La música en Cuba”: “Huérfana de tradición artística aborigen, muy pobre en cuanto a plásticas populares, poco favorecida por los arquitectos de la colonia –si la comparamos en este terreno, con otras naciones de América Latina– la isla de Cuba ha tenido el poder de crear, en cambio, una música con fisonomía propia que, desde muy temprano, conoció un extraordinario éxito de difusión.” Y tenía razón nuestro gran intelectual. Comencemos entonces esta historia por el siglo XVI.
Lo primero que llamó la atención de los conquistadores al llegar a Cuba fue el areíto, donde se cantaba, se bailaba y se tocaban instrumentos musicales construidos con objetos de la vida cotidiana: el caracol grande que se conoce como guamo o fotuto; el arco de caza; troncos de árboles ahuecados convertidos en idiófonos y nombrados mayohuacán; pequeños caracoles ensartados que se usaban a manera de collares o pulsos en las manos y los pies; maracas construidas de güiros secos, ahuecados y rellenados con piedrecitas… Respecto a las danzas, los testimonios encontrados están llenos de contradicciones en cuanto a los pasos y las coreografías, por lo que no sabemos con exactitud cómo eran. Por todo lo expuesto, podemos afirmar que la música cubana carece de tradición aborigen, a pesar de que algunos autores, como Eduardo Sánchez de Fuentes, hayan querido demostrar lo contrario. Entonces, ¿qué fue lo que comenzó a escucharse aquí cuando llegaron los hijos de la Madre Patria?
Sabemos que para los españoles, la religión católica era muy importante, por lo que, al fundar una villa, lo primero que hacían era construir una iglesia. No es difícil maginar entonces que fueron los cantos religiosos los que, desde el principio llenaron el entorno de nuestros aborígenes quienes, deslumbrados por las hermosas imágenes traídas de España, fueron fáciles de convencer para que abandonaran sus toscos y primitivos ídolos. Y el canto llano recién llegado, fue aprendido por quienes ya no eran dueños de su vida, sino el esclavizador, que les dejaría muy poco tiempo para otra cosa que no fuera obedecer.
Cierto que en las carabelas de Colón no vino lo mejor de España, pues la mayoría aceptó viajar hacia lo incierto aún, para evadir la justicia que le buscaba en sus tierras de origen; pero tres nombres quedaron recogidos en los testimonios: un cantor de apellido Porras; Alonso Morón, quien tocaba la vihuela y se estableció en Bayamo; y Ortiz, parece ser el más destacado porque lo llamaban “el músico” y tañía la vihuela y la viola de gamba, aunque se afirma que danzaba muy bien. Fueron ellos quienes trajeron las primeras músicas profanas (no religiosas) a Cuba.
En mi próximo comentario continuaré esta historia.
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