La música callada
8 de enero de 2016
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En el año 2009, la Editorial Arte y Literatura publicó un libro que, con título homónimo al de este comentario, recoge algunas páginas de las escritas por Juan de Yepes y Álvarez (1542-1591, canonizado por la Iglesia Católica como San Juan de la Cruz. A él dedicaré mi comentario de hoy.
Según consta en la contraportada, la obra de este fraile carmelita, fascina a poetas, comunistas religiosos y, sin embargo, nunca antes se habían publicado poemas suyos que, por su calidad, merecen ser incluidos en la literatura universal. Pero, felizmente, el poeta y ensayista camagüeyano, Roberto Méndez Martínez, miembro de la Academia Cubana de la Lengua y Consultor del Pontificio Consejo para la Cultura en la Santa Sede, decidió sacar a la luz este preciado tesoro que, al decir suyo: “… el mayor de los dones de la poesía es el misterio. Vamos por otro camino, el de ofrecer al lector, con discreta pedagogía, algunas pistas para leer a un autor del siglo XVI, cuya influencia sigue siendo notoria en nuestra época. De él no se habla como de Lope, Calderón o Gracián, como parte de un pasado histórico, sino siempre desde un apasionado presente.”. Y ahora veamos algunos datos sobre San Juan de la Cruz, que estoy segura usted desconoce.
Según Méndez Martínez, “Cuentan que pocos años después de fallecer el fraile en Úbeda, este monasterio y el de Segovia se diputaron sus restos mortales, y se llegó a la decisión “salomónica” de serrucharlo por la mitad, de modo que cada cual tuviera su porción del cuerpo para venerarlo como santo y que tomó mucho tiempo el poder restituir sus piernas aserradas al resto de los despojos”. Pero a continuación explica Méndez Martínez, que existen otras “historias” donde se evidencia la existencia de defensores ydetractores extremistas del fraile, que podían haber impedido la canonización. No olvidemos que estamos hablando de tiempos donde la Santa Inquisición estaba en su apogeo.
Según parece, este fraile nació en un mísero hogar de tejedores en Fontiveros y allí vivió hasta su entrada en un convento de frailes carmelitas, a la edad de veintiún años. Su personalidad estaba llena de valores positivos como el fervor religioso, la laboriosidad y el afán caritativo. Su única preparación intelectual sistemática la recibió en la Universidad de Salamanca, y en ello también influyó su encuentro con Santa Teresa, quien le convenció para llevar a cabo la reforma de la rama masculina del Carmelo, razón por la cual fue perseguido por los “frailes calzados”, y sufrió prisión en el monasterio de Toledo, donde la soledad y el sufrimiento motivaron sus primeros versos: “Noche Oscura” y una parte del “Cántico Espiritual”. Luego de su fuga de la prisión, continúa su labor poética, en veros como: “Subida del Monte Carmelo”, “Noche Oscura”, “llama de amor viva”…
La trayectoria de este fraile y poeta es muy rica y llena de conflictos, pero nuestros comentarios solo se refieren a temas musicales que, en este caso, solo el título guarda relación, aunque sabemos que algunos de sus versos han sido musicalizados. Y para poner punto final, incluyo un fragmento de su poema “Canciones a lo divino”.
Un pastorcito, solo, está penado, / ajeno de placer y de contento, / y en su pastora puesto el pensamiento, / y el pecho del amor muy lastimado. / No llora por haberle amor llagado, / que no le pena verse así afligido, / aunque en el corazón esté herido; / más llora por pensar que está olvidado.
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