La jaba de los recuerdos
11 de septiembre de 2020
|A la anciana se le disolvían los sueños del anhelado encuentro familiar. Si pudiera hacer algo en la casa. Poner la mano en una receta en la cocina. Nuevamente haría postres a la hija. Lo conocerían esos nietos encerrados en sus cuartos y de saludo tan frío. Casi en súplica le dijo que podía aprender esos aparatos extraños de la cocina. La hija se lo prohibió. Estaba mal visto entre profesionales como ellos. Que la muchacha indígena lo hacía todo. También le prohibieron que entablara conversación con ella.
Se asomó a la ventana. A esta hora pasaba un anciano con un perro enorme. Le dijeron que tenía el permiso del condominio para hacerlo siempre que recogiera la caca del animal. Le daban ganas de gritarle. De pedirle que la esperara, que ella bajaría y lo acompañaría. Pensaría que estaba loca. Aquí la gente no conversa desde las ventanas, por lo menos en este barrio. Y apenas las abrían porque vivían con el clima inventado por los aparatos. Una vez vio asomarse a una muchachita indígena que al verla, la cerró.
Un golpe de tristeza la sacudió. La hija con un acento y palabras de un español continental. A los nietos integrados a otras costumbres los quería y ellos, quizás también a ella en otra forma del cariño. Añoraba tanto a aquella ciudad de brazos abiertos de su adolescencia, la gritería de los niños ajenos, hasta el tan tan de los reguetones. Comprendió que era la atadura a las relaciones humanas en que las alegrías y dolores de los otros se encadenan con las propias penas o triunfos, crecidas en los recuerdos de la infancia, en los rostros de familiares y amigos desaparecidos. Y pensó que los ancianos olvidan las llaves, los que fueron a buscar al refrigerador, pero nunca abandonan la jaba de los recuerdos y de la idiosincrasia en los aeropuertos.
De la ventana y los recuerdos, la extrajo la llamada en la puerta. Con los ojos bajos, la muchacha indígena le pedía permiso para limpiar el dormitorio. Y la anciana abrió la jaba de los recuerdos. Se vio adolescente con sus sustos de guajirita ante la gran ciudad que le abrió las puertas al conocimiento. Y sintió la felicidad de mujer realizada venida de una tierra en que un apóstol terreno ordenó con su ejemplo, enseñar al que no sabe. Tomó por la barbilla a la asustada y en ese tono bajo de todas las mujeres, le dijo: Seremos buenas amigas. ¿Sabes leer?
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