La Habana, monumental y estatuaria
18 de octubre de 2013
|Las ciudades monumentales, y La Habana lo es, se enorgullecen de poseer espacios públicos y privados ennoblecidos con la presencia escultórica, rica en su variedad formal y temática. La colocación de La Giraldilla en la torre del Castillo de la Real Fuerza hacia 1632, iniciaba la historia de la escultura pública habanera. No sospechaban entonces su promotor, el General Juan Bitrián de Viamonte, y su autor, Gerónimo Martín Pinzón, que esta sencilla estatua de bronce se convertiría en el símbolo de la villa de San Cristóbal de La Habana.
La formación de artistas cubanos en Italia, la admiración por su cultura clásica, adoptada como patrón, y la posibilidad que brindaba la explotación marmórea de Carrara, hicieron posible la presencia de monumentos vinculados con la tradición europea de conmemorar, rememorar, exaltar símbolos o simplemente embellecer. De ese modo, se enaltece la gloria de los nobles monarcas españoles, junto a las más diversas personalidades, y en las principales vías habaneras, se colocan fuentes públicas adornadas con blancas estatuas femeninas como principal motivo. En cuanto al número de fuentes, rotondas, arbolado y mobiliario urbano la mejor dotada de las avenidas habaneras del XIX fue la nombrada Alameda de Tacón, conocida también como Paseo Militar o de Carlos III. Llegó a contar con cuatro fuentes, tres de ellas con abundantes estatuas de yeso y de mármol con figuras femeninas. La mayor de todas, la fuente de Ceres o de la Columna, estaba conformada por una glorieta rodeada de cuatro esculturas símbolos de las cuatro estaciones, y presidida de una columna central coronada por la figura de Ceres. Muy cerca, otras divinidades olímpicas representadas en estatuas y bustos, engalanaban los jardines de la llamada Quinta de los Molinos, a la sazón, casa de recreo del Capitán General.
Sin embargo, la más famosa de todas sería la Fuente de la India o de la Noble Habana. Concebida para homenajear la ciudad, se colocó en 1837 en el extremo sur del Paseo del Prado. La figura femenina de actitud serena, porte y perfil clásicos, que a la vez evocaba la mujer indígena o nativa, se convirtió en el símbolo más popular de La Habana del siglo XIX. Igualmente, la fuente de los Leones y la de la Alameda de Paula completaron la iniciativa de carácter urbano que la oligarquía criolla, liderada por el Conde de Villanueva, emprendía frente al Plan de Obras Públicas del Gobernador don Miguel de Tacón (1834-1838). El vasto proyecto del Capitán General contempló a su vez el encargo de la conocida Fuente de Neptuno, alegoría a la prosperidad del comercio.
De mayor valor artístico que las obras a escala urbana y con la autoría de artistas reconocidos, sobresalen los trabajos escultóricos integrados a los monumentos funerarios más significativos erigidos, en el propio siglo XIX, en el Cementerio Cristóbal Colón. Tal es el caso del Monumento a los ocho estudiantes de medicina, de José Villalta Saavedra, donde la Conciencia Pública, la Justicia y la Inocencia, traducidas en cuerpo de mujer, son ubicadas en una estructura arquitectónica maciza de forma piramidal, rematada por la ya familiar columna trunca cubierta con manto y corona. Esta obra suya es, además, el primer monumento hecho en la Isla por un escultor cubano. Con igual exquisitez, concibió Agustín Querol, uno de los más grandes escultores españoles, el Mausoleo de los bomberos, en el que cuatro esculturas de mujeres como alusiones al Dolor, la Abnegación, el Heroísmo y el Martirio, rinden tributo a las víctimas del fatídico incendio del 17 de mayo de 1890.
Con la República (1902-1959), se acrecienta el gusto privado por la estatuaria para ornamentar los interiores, en tanto la iniciativa estatal persigue inmortalizar hechos y honrar nombres trascendentales para la historia cubana y universal. Así, antiguos y nuevos emplazamientos como parques, plazas y avenidas, se colman de bustos y suntuosas estatuas ecuestres, entre las que resaltan las de los próceres independentistas Máximo Gómez y Antonio Maceo, realizadas con la más alta factura artística, pero deudoras de los modelos europeos más tradicionales o los bustos de varios sitios de la ciudad como los del Parque de la Fraternidad, el del Conde de Pozos Dulces en Línea y L, el Monumento a José Miguel Gómez, en la Avenida de los Presidentes, y la estatua de Carlos Manuel de Céspedes en la Plaza de Armas, por sólo citar algunos ejemplos.
Con las concepciones modernas, las obras escultóricas se integran sabiamente a la arquitectura, a los espacios urbanos y naturales con mayor libertad y economía de formas. Lejos de reproducirse, los motivos son interpretados. De ello dan fe las esculturas de Rita Longa en la Terminal de Ómnibus y el Museo de Bellas Artes; la Maternidad Obrera de Teodoro Ramos Blanco; y el Cristo de La Habana de Gilma Madera o el gran Monumento a José Martí, de Juan José Sicre, en la Plaza de la Revolución.
En las últimas décadas, la armonía entre la obra conmemorativa y su entorno físico ha generado muestras acertadas por su originalidad, audacia y funcionalidad, aportando a la monumentaria habanera loables valores artísticos, urbanísticos y ambientales. Son estas las obras del Parque de los Mártires en la calle San Lázaro, el Monumento Funerario de Julio Antonio Mella frente a la Universidad, y el Mausoleo de los Mártires del 13 de Marzo en el Cementerio Colón.
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