La Habana contada por sus símbolos
11 de noviembre de 2019
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La otrora villa de San Cristóbal de La Habana ha logrado esa máxima aspiración de cualquier ciudad del mundo: ser identificada más allá de sus fronteras.
Son diversos y ricos, por ello, los símbolos que le conceden a la capital de la mayor de Las Antillas una magia, un sortilegio, un encanto, de incuestionable alcance y trascendencia.
La Giraldilla, la Plaza de la Catedral, el Templete, son algunos de esos símbolos que han permitido, desde hace siglos, reconocer la identidad de una ciudad próxima a cumplir su medio milenio de vida.
Los poetas se han encargo de reflejar en sus versos esas construcciones, esos espacios, esas imágenes, que se han convertido en los más auténticos rostros de La Habana.
He aquí una colección de esos poemas que, con la firma de autores de diversas generaciones, estilos y tendencias, cuentan La Habana a través de sus símbolos.
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La Noble Habana
¿Por qué, Señora,
el aire, el desafío,
pierna y botín robustos
y pecho de paloma?
¿Por qué, conquistadora,
sobre los raros farallones
de desiguales ángulos
te empina, desdeñando
abajo el foso oscuro de las aguas?
Castillo de la Fuerza,
Giraldilla,
tu donaire y victoria.
¿Será por eso el acierto
de la profunda gracia del tamaño,
torneado y breve, combado
como jarra, hospedera?
¿Que sabes tú, Señora
de la Gran Llave,
apoyada en tu propia apertura
a los golfos abiertos?
¿Será lo abierto tu secreto,
noble Habana, Señora,
tu breve corpulencia,
tan graciosa,
tendrá por eso ese perfil de ave
-el pie bien afincado-
y ese ligero aire
fanfarrón?
Fina García Marruz (La Habana, 1923)
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El Templete
Oro solar la paz del viejo templo dora;
hoscas sombras de antaño invaden la cornisa,
y evócase en el tedio fastuoso de la hora
la sencillez remota de la primera misa.
Aquí se alzó gallarda la ceiba primitiva,
que esta columna histórica simboliza y reemplaza.
Bajo el ramaje próvido la heroica comitiva
plantó los transatlánticos pendones de la raza.
Esto tiene una antigua grandeza de aventura;
cuenta de locos éxodos, de oceánica locura
de carabelas frágiles y de un viejo león.
Y a través de las olas nos llega con el viento,
eterno e implacable como un remordimiento,
el ruido de la injusta cadena d Colón.
Agustín Acosta (Matanzas, 1886-Miami, 1979)
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A la Bodeguita
Para Ángel Martínez,
fundador de la Bodeguita
del Medio.
La Bodeguita es ya la bodegona,
que en triunfo al aire su estandarte agita,
mas sea bodegona o bodeguita
La Habana de ella con razón blasona.
Hártase bien allí quien bien abona
plata, guano, parné, pastora, guita,
mas si no tiene un kilo y de hambre grita,
no faltará cuidado a su persona.
La copa en alto, mientras Puebla entona
su canción, y Martínez precipita
marejadas de añejo, de otra zona
brindo porque la historia se repita,
y porque lo que es ya la bodegona
nunca deje de ser La Bodeguita.
Nicolás Guillén (Camagüey, 1902-La Habana, 1989)
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Morro. Nueve de la noche
El auto transita asaltando las brumas,
entra por esa boca donde estuvo
–conmovedor azul—
el milagro del mar.
Los cristales corridos atraen eléctricas estrellas
que van cediendo paso hacia el agujero donde habitan
los insectos que portan remembranzas.
Andamos sumergidos tratando de vencer
el denso crucigrama de la historia.
Una mosca luminosa danza perturbando la salida del túnel,
¿qué ingénito motivo habrá inventado esa sombra mayor
que envuelve las paredes del Morro?
Ya no se oye el canto enigmático del grillo que otrora hizo
presencia
acompasando, el monótono chirriar de los carruajes.
Hoy estallan las luces de los autos contra las paredes
carcomidas
por los picos de pájaros salobres y las uñas del tambor
retumbante del agua.
La peregrinación es un enigma sensible a lo perenne.
El cañón retañe victorioso para alcanzar el tiempo
de los hombres
que ansiaban ser dueños de su suerte.
Ahora que lo son el cañonazo se asegura
de que la hora disparada con el número 9 del reloj de la noche
despierte los recuerdos.
Carmen Serrano (Holguín, 1939)
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La Plaza de la Catedral
Posee mi ciudad
una plaza del siglo XVIII,
empedrada y pequeña,
cuadrado de adoquines
con casas señoriales
y un callejón
donde tomar el agua.
En ella, majestuosa y sencilla,
barroca y para mi
un tanto sobria,
portada de columnas onduladas,
dos torres firmes
más altas que su cúpula,
la Catedral.
Nadie recuerda
su origen jesuita,
sus decenas de años
construyéndose,
Este templo,
finalmente ofrecido
a la Inmaculada Concepción
de la Virgen María.
y a la arquidiócesis de la ciudad,
para los habaneros
solo tiene un nombre:
La Catedral, dicho así,
con amor y respeto
y un orgullo de aldeano,
si se quiere.
Justo enfrente, en el fondo,
en lo que fue mansión de un conde,
está la casa más antigua,
ventana y bóveda
de un pasado museable.
Tiene no sé que magia
la plaza, su conjunto:
historia, tradición,
belleza, identidad,
esperanzas, ensueños,
quizás amor mayor,
himno a la Vida.
Rolando López del Amo (La Habana, 1937)
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