La gran dama de la radio cubana (I)
11 de enero de 2022
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Su arte y su voz eran únicos.
Así lo reconocían allá por la década del cuarenta del siglo pasado sus miles de admiradores, quienes no se perdían ni una sola de sus actuaciones en las radionovelas, sobre todo, en su personaje de Isabel Cristina en “El derecho de nacer”, de Félix B. Caignet, tenida hoy día como una de las de mayor audiencia de todos los tiempos en Cuba.
Imagino lo mucho que tuvo que bregar esta mujer, sin embargo, para desprenderse del acento traído desde su España natal cuando arribó a la Isla como refugiada de la guerra civil, con veintisiete años, y según dicen, cubierta con una gran mantilla negra, y en las manos, un cofrecito que atesoraba un puñado de tierra madrileña.
En honor a la verdad, no era lo que se dice bonita, las fotos no mienten, aunque tenía un encanto especial y era muy elegante, con una voz que arroba y una personalidad recia, al menos así lo admitían hasta las propias mujeres, en ocasiones reacias en aceptar tales méritos a sus congéneres.
Pero este no fue el caso.
En unos años María Valero logró convertirse en un mito de indiscutible arraigo popular desde su debut en “El collar de lágrimas”, que con sus más de 900 capítulos es considerada la radionovela más larga en los anales del género.
Distinguida por la crítica especializada en 1942 y desde 1944 hasta 1947 con el galardón de Primera Actriz –primero en la RHC Cadena Azul, de Amado Trinidad, y después en el Circuito CMQ, de los Mestre–, fue proclamada a bombo y platillo como la Gran Dama de la Radio de Cuba.
Cierto es que la historia artística de María Valero fue apresurada.
Su nombre brilló no solo en la radio, sino también en las tablas del Principal de la Comedia, América, Apolo, donde actuó como figura femenina principal. Y eso que en La Habana de entonces abundaban las actrices de gran calidad en la radio y en el teatro.
Su nombre quedó como una leyenda.
Una noche, una desventurada noche, la actriz quiso ver el lejano cometa del que tanto se hablaba y en compañía de dos amigos partió feliz a presenciar el espectáculo.
Caminaban por la Avenida del Puerto rumbo al Malecón habanero, ajenos a la tragedia que se les venía encima, cuando en unos minutos, un automóvil, a toda velocidad, dejaba en el pavimento mortalmente herida a la figura más popular de la radio en el país.
Horas después su cadáver estaba tendido en la funeraria Caballero, de 23 y M, en el Vedado. Era el 26 de noviembre de 1948.
Una multitud quiso despedirse de su ídolo.
Dada la cantidad de público fue necesario formar dos interminables filas: una que salía desde el Malecón y subía por 23, y otra desde la calle 27 hasta M. A la hora del entierro, el pueblo la acompañó a pie hasta el cementerio de Colón donde rindió postrer homenaje a la destacada actriz y exiliada española, a quien la tierra cubana dio amparo y ella consideró su segunda patria.
Cuenta el periodista Ciro Bianchi Ross que: “La noche siguiente no se trasmitió el capítulo 200 de El derecho de nacer. La CMQ trasladó a la funeraria sus micrófonos. Se escribieron de prisa los textos con que los actores rendirían homenaje a la actriz desaparecida. Y el director Justo Rodríguez Santos entresacó de capítulos ya trasmitidos de la radionovela frases en boca de la fallecida a fin de ponerla a dialogar con Minín Bujones, que asumiría el papel de Isabel Cristina. María se despedía en aquella conversación que nunca fue, como si partiera a un lugar remoto. Y el público pudo escucharla, con su voz bellísima, yéndose de la novela, yéndose de la radio, yéndose de la vida.”
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