La disciplina y el amor
25 de agosto de 2017
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Cuando en la cola de un cine, en el transporte público o sencillamente caminando por la calle nos tropezamos con adolescentes, seguramente sufrimos con sus risas tontas, conversaciones a gritos, música ensordecedora y hasta groserías y faltas de respeto si alguien les pide que se comporten bien, y es ahí donde decimos la frase recurrente, “¡tienen que madurar!”. Esto que decimos a jovencitos desconocidos, a nuestros hijos cuando también se comportan de manera desatinada, quiere decir que queremos que sean emocionalmente estables, maduros emocionales o sencillamente, que sean emocionalmente educados, porque a la luz de la inteligencia emocional nos damos cuenta de que es un aspecto un tanto olvidado en la educación, e incluso mal interpretado.
¿Qué queremos los padres de nuestros hijos? Pues que sean felices, alcancen sus metas y que posean valores, pero el camino resulta difícil y hay dos elementos que son esenciales: el amor y la disciplina en un equilibrio que permita que uno potencie al otro, lo cual raramente los padres entienden porque creen que disciplinar a los hijos debe conllevar alguna forma de alejamiento emocional, y más si es un hijo, ya que se cree que a los varones les hace bien la dureza para que sean más viriles y fuertes, mientras que el amor suaviza a los padres y los convierten en incapaces de disciplinar. Ambas posturas son erróneas porque ni la disciplina es frialdad emocional, ni violencia, ni el amor es una hemorragia incontenible que paraliza la capacidad de poner orden, y a pesar de lo que muchos piensan, hacen un dúo muy bueno, y si no lo entendemos y lo ponemos en práctica, lo que criamos son chicos con ideas equivocadas y conductas desajustadas. Con una correcta crianza en el hogar se logra desarrollar la inteligencia emocional, o sea, convertir el potencial innato en habilidades y competencias aprendidas, lo que permitirá usarlas en las diferentes situaciones de la vida.
Hay investigaciones que apuntan sobre este tema y dicen que los niños con alta inteligencia emocional, logran un mejor aprendizaje escolar, son más seguros de sí mismos, tienen menos problemas de conducta, están mejor preparados para resistir las presiones de sus coetáneos, y de forma muy particular son menos violentos, más empáticos, por lo que son más hábiles resolviendo sus conflictos. Lógicamente estas habilidades emocionales funcionan como prevención ante conductas como cometer actos delictivos, consumir alcohol, drogas y mantienen mejores lazos de amistad porque están mejor capacitados para controlar sus impulsos, siendo más sanos y exitosos.
El medio para educar la inteligencia emocional es un efectiva comunicación, pero ¡cuidado!, comunicarse con los hijos no es que los padres hablen y den lecciones de cómo quieren que los hijos se comporten porque eso es solo una forma de comunicarse y es la llamada de comunicación regulatoria, donde el padre dice “tienes que hacer esto y aquello y no quiero que me den quejas de ti”. Comunicarse es dejar que se expresen, saber que piensan, cuáles son sus problemas, sus deseos, nunca subestimarlos, ya que solemos creer que un niño de 8 años, por ejemplo no puede tener un conflicto o si lo tiene no puede ser importante, con lo cual minimizamos el mundo infantil, como también lo hacemos con el de los adolescentes y de forma cruel no damos importancia por el dolor del jovencito ante una frustración amorosa, y a veces le decimos “no seas tonto, ya te enamoraras de verdad cuando seas grande”, cuando lo que tenemos que hacer es empatizar con su dolor y darle espacio para que se exprese y ahí aprovechar para darle consejos sobre el amor y el desamor. Para terminar quiero enfatizar en la importancia en que disciplinar a los hijos con amor es la clave para la educación emocional, o para que maduren, que significa lo mismo.
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