La Compañía de Jesús y su impronta en la arquitectura religiosa habanera
20 de septiembre de 2015
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Cuentan las actas capitulares consultadas por el arquitecto Joaquín Weiss, que las gestiones para el establecimiento de la Compañía de Jesús en la villa San Cristóbal de La Habana datan de mediados del siglo XVII. Al interés de los religiosos se sumaba el anhelo de los vecinos de fundar un colegio que permitiera la educación de los hijos.
Frustración tras frustración, empeño tras empeño, llegó el siglo XVIII. Para ese entonces, los jesuitas habían seleccionado la Plazuela de la Ciénaga, hoy Plaza de la Catedral, como el lugar indicado para erigir su institución, a lo que se opuso el Procurador General don Luis González Carvajal en 1704. La negativa estaba basada en la inconveniencia de despojar al pueblo de un lugar público como este y a la inexistencia de otro espacio cercano para el esparcimiento de moradores y la creación de grandes artificios portátiles de madera, como grúas y otros.
Finalmente, los Padres de la Orden optaron por el lugar contiguo a la Plaza y en 1727 Su Majestad ordenó que se hiciera el colegio. Según constató Weiss en el acta del Cabildo del 4 de julio de 1732, para esa fecha los jesuitas hacían realidad el sueño acariciado durante tanto tiempo. Tres lustros más tarde, solicitan al Gobernador y al Ayuntamiento permiso para su extensión en la Plazuela de la Ciénaga. El Cabildo, aunque con oposición, accedió a este ajuste. Las obras continuaron hasta 1767, año en que los jesuitas, sin haber concluido el edificio, fueron expulsados de Cuba de acuerdo con el Real Decreto que los excluía de todo territorio español.
Luego, teniendo en cuenta el estado ruinoso de la Parroquial Mayor en la Plaza de Armas, se decide en 1772 otorgarle la condición de Parroquial a la otrora iglesia de la Compañía. Si bien hasta la fecha no se han encontrado referencias con respecto al arquitecto o proyectista del edificio en cuestión, especialistas como el propio Weiss se han inclinado a pensar que el proyecto fue trazado por uno de los padres jesuitas, quizás tomando como base alguna lámina o dibujo recibido del extranjero.
“La planta en cruz latina, con capillas laterales y en la cabecera que completan el rectángulo; la cúpula sobre el crucero, y la composición del cuerpo central, con las consolas o alegrones que forman el tránsito entre las dos alturas, eran formas típicas de las iglesias de Jesús, bien conocidas por todos los miembros de la Compañía”, detalla el citado autor en su texto “La arquitectura Colonial Cubana: siglos XVI al XIX”.
En palabras de la autora Zenaida Iglesias, su majestuosa fachada está considerada una de las más bellas de los códigos formales del estilo barroco en América. Explica, además, que sirvió de modelo a seguir para muchas de las fachadas de los grandes palacios coloniales habaneros. “La desigualdad de sus torres llama la atención y el despliegue cóncavo del lienzo de fachada sobre la plaza que de ella toma nombre, hacen que domine el magnífico conjunto arquitectónico construido a su alrededor con su imponente presencia”.
Para Joaquín Weiss, “estilísticamente este edificio va mucho más lejos que cualquier otro de nuestra arquitectura barroca: la concavidad del muro de la fachada, con las columnas dispuestas siguiendo la curva del paramento, recuerda la de Santa Inés de Borromini en Roma; sin embargo, la Catedral es una obra de estilo más libre. En realidad, no hallamos en las creaciones de Borromini ni de Churriguera –los dos más exaltantes practicantes del barroco en el Viejo Mundo– tanta libertad y fantasía de líneas”.
Objeto de varias intervenciones, la iglesia fue adoptando un aspecto cercano al que conocemos hoy. Narra la historiadora del arte Yamira Rodríguez que, hacia 1775, Lorenzo Camacho labró la portada de la Capilla de Loreto. En 1777 fueron concluidas las obras y fue exaltada a Catedral en 1788. Condicionada por el dominante gusto neoclásico del Obispo Espada, definitivamente fueron sustituidos sus altares barrocos por otros neoclásicos en 1820. Los techos originales de madera se recubrieron de yeso imitando bóvedas nervadas y se terminaron en piedra durante las reformas dirigidas por Cristóbal Martínez Márquez en 1950. Agrega que en la década de 1990 se realizaron en el templo nuevos trabajos de restauración, fue por entonces cuando se restituyó el Coro de los Canónigos en la nave central del templo, junto a su altar mayor. Se hicieron, además, trabajos de limpieza en sus fachadas y se rediseñó la iluminación interior y exterior del inmueble.
Hace pocos días, a propósito de la visita a Cuba de su Santidad, el Papa Francisco, el sagrado edificio fue objeto de nuevas intervenciones. Además de pulir las piedras calizas de su fachada, se realizaron transformaciones en su interior. La periodista Rosa Miriam Elizalde informó en un reciente artículo de Cubadebate que un mosaico veneciano del italiano Giampiero Maria Arabia presidirá el Altar Mayor.
Anexo a la antigua iglesia de los jesuitas, hoy Catedral, se conserva el claustro del convento, que fuera sede del Seminario Conciliar San Carlos y San Ambrosio, y donde hoy radica el Centro Cultural Félix Varela. En el edificio, terminado por los padres de la Compañía en el siglo XVIII antes de su expulsión, destaca la portada, que según Weiss recuerda ciertos ejemplares españoles como la Universidad de Valladolid.
“Las salas de la edificación, se desarrollan en el perímetro de un vasto patio y las galerías circundantes nos ofrecen el único ejemplar colonial que conocemos del empleo de columnas pareadas para sostener la arcada”, especifica. A su vez, señala la solidez y amplitud de los distintos elementos de su interior, entre ellos el tramo de vuelta de la monumental escalera y su desembarco en el piso superior, con pasos de dura piedra de San Miguel.
Con gran certeza, este arquitecto asegura que la antigua iglesia y claustro de los jesuitas en La Habana, “forman el conjunto de arquitectura religiosa cubana más importante de la época colonial”.
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