La cocina en la literatura cubana (II)
28 de octubre de 2021
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De sus memorias contadas en la novela Y el mundo sigue andando, Daniel Chavarría recordaba particularmente el tema del Congrí. Narraba que antes de venir hacia Cuba tuvo la oportunidad de comerlo en un ambiente de embajada cubana que le hizo la boca agua y lo hechizó transitoriamente, y por el cual, una vez haber pisado nuestra tierra después de una de sus emblemáticas aventuras –hacerse de un avión para llegar hasta aquí– recordó el plato añorado y para su desagradable sorpresa se topó con la peor de sus variedades. Aunque él lo esbozaba de manera generosa, poco faltó para que saliera corriendo de Cuba y no precisamente por el incidente del mal platillo –otras razones le hicieron plantearse esta disyuntiva– pero a mí se me antoja que estos dos primeros encuentros con el Congrí fueron como una premonición, que afortunadamente el destino logró concretar hacia el lado de la mejor variante y haberlo tenido como uno de los más entrañables escritores cubanos.
Muchos cafés se hicieron famosos en La Habana decimonónica y algunos llegaron hasta el siglo XX. El café Europa, en Obispo y Aguiar, era preferido por la gente pudiente y Carlos Loveira, en su novela Juan Criollo, lo inmortalizó en las letras cubanas.
Y así, teniendo en cuenta que lamentablemente muchos faltarán en esta breve aproximación, englobamos en un todo el recuerdo de José Soler Puig con su pan dormido y otros no menos ilustrativos de Ramón Mesa y su afamado tío. Por ahora, no faltarán a la cita menciones de Fernando Ortiz o Alejo Carpentier. Mucho se pudiera decir de Leonardo Padura de la mano de su personaje estrella, el policía Mario Conde.
No faltan a la convocatoria por escribir sobre cocina, escritores que han emigrado del país que buscan referencias en libros de abuelas para recrear esos momentos nostálgicos.
Pero si se trata de identificar un escritor cubano obsesivo con el tema culinario desde una óptica altamente conocedora del tema, todos coinciden que este lugar lo ocupa José Lezama Lima, eminente literato del siglo XX, gastrónomo como pocos y gourmet por convicción. Con su buena pluma y amplia cultura ha dejado plasmados más de 160 platos en sus obras, compilados pacientemente por algunos investigadores. Sus referencias nutricias son como el himno nacional culinario de la literatura cubana y como no escapo a esta influencia, culmino con una de sus citas específica en la novela Paradiso, que siempre he identificado como cosa personal, sibarita, erótica, de buen gusto y esencialmente cubanísima.
“Al final de la comida, doña Augusta quiso mostrar una travesura en el postre. Presentó en las copas de champagne la más deliciosa crema helada. Después que la familia mostró su más rendido acatamiento al postre sorpresivo, doña Augusta regaló la receta: –Son las cosas sencillas –dijo–, que podemos hacer en la cocina cubana, la repostería más fácil, y que enseguida el paladar declara incomparables. Un coco rallado en conserva, más otra conserva de piña rallada, unidas a la mitad de otra lata de leche condensada, y llega entonces el hada, es decir, la viejita Marie Brizard, para rociar con su anisete la crema olorosa. Al refrigerador, se sirve cuando está bien fría. Luego la vamos saboreando, recibiendo los elogios de los otros comensales que piden con insistencia el bis, como cuando oímos alguna pavana de Lully”.
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