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La Cecilia de Humberto Solás

12 de mayo de 2022

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Cuando el 12 de mayo de 1980 el cineasta Humberto Solás dio la orden de «¡Luces… cámara… acción!», la claqueta fue accionada y se efectuaron las primeras tomas de la coproducción cubano-española Cecilia, estaba consciente de la responsabilidad asumida. Había decidido trasladar a la pantalla en versión libre lo que se considera como la mejor novela cubana del siglo xix, la más notoria de nuestras obras costumbristas de todos los tiempos y una de las más importantes de la literatura nacional: Cecilia Valdés o La loma del ángel, escrita por Cirilo Villaverde (1812-1894).

Remontémonos en el tiempo. El escritor pinareño reelaboró un primitivo relato sobre una hermosa y dotada mulata a quien refería haber visto personalmente cuando ella era una chiquilla de unos catorce años, y sus amores con un hombre blanco de superior extracción social. Esto originó la primera versión de la novela Cecilia Valdés (1839), compuesta por ocho capítulos. Transcurrieron cuatro décadas para que el autor terminara la tercera y definitiva versión, de cuarenta y cinco capítulos, editada en Nueva York en 1882, que consolidaría su fama literaria. Es la que ha llegado a nuestros días y le otorgó celebridad hasta ocupar un lugar destacado en la novelística latinoamericana del siglo xix.

Aunque calificada tradicionalmente de novela costumbrista, en verdad el propio Villaverde la definió como realista. El costumbrismo comprende la copiosa descripción de lugares, personajes, hábitos, paisajes, etc. Pero ni la composición ni el objeto de la obra responden al esquema costumbrista que presupone superficialidad. Por el contrario, en Cecilia Valdés existe un profundo desentrañamiento de una trágica realidad histórico-social. Por encima de todo es una novela social de factura realista y como tal debe interpretarse.

Cecilia Valdés representa el panorama más abarcador y completo de la sociedad cubana del primer tercio del siglo xix. La trama de amores trágicos se sitúa entre 1812 y 1821, centrándose sobre todo en este último año. En este espacio temporal, Villaverde fotografía todos los estratos de la Cuba colonial. La terrible lacra de la esclavitud es su tema esencial, contra la cual se proyectan todos los sucesos de la novela. Lo decisivo por encima del argumento de tono romántico es el ambiente de esta etapa colonial, reflejado como en un mural fidedigno con prolijidad, algo que determina su vigencia en la apreciación de los críticos.

No exenta de falencias, a juicio de sus estudiosos, Cecilia Valdés dista de ser una obra perfecta. El lento proceso creativo resintió el saldo final del trabajo. El drama central de amor, adulterio, celos ardorosos y venganza que culminan en muerte, apenas difiere de los usuales folletines de la época. Los personajes en su mayoría no trascienden los rasgos externos, la acción es desarticulada; el estilo, híbrido, plagado de debilidades románticas con algunos atisbos realistas; el lenguaje, oscilante entre el más rebuscado arcaísmo y nuestro espontáneo giro popular; el desenlace resulta precipitado, en contradicción con las dimensiones de la narración.[1]

Sin embargo, esas abundantes y graves deficiencias no impiden que constituya la obra cumbre de nuestra narrativa decimonónica, el único mito literario creado por un novelista criollo. El pueblo de Cuba ha llegado a identificarse con el contenido de Cecilia Valdés al punto de olvidar sus imperfecciones formales para apasionarse con el desarrollo de los hechos que pinta con maestría en sus páginas. La mayoría del público conoce la sinopsis argumental, no tanto por haber leído la novela, o ser objeto de estudio en las aulas, sino a través de dos versiones televisivas,[i] la sintética historieta publicada en los años sesenta y, sobre todo, por el libreto teatral de Agustín Rodríguez y José Sánchez Arcilla que se estrenó en el Teatro Martí el 26 de marzo de 1932, musicalizado admirablemente por Gonzalo Roig.[ii] En esta aplaudida zarzuela que ha tenido intérpretes memorables, despojado del lujo descriptivo ambiental, el asunto resulta endeble y melodramático, sin dejar de calar en el espectador. Confirma que lo fundamental en Cecilia Valdés es el logro de ese ambiente atenuador de sus fallas.

Ahora bien, si la novela prefigura la consolidación de «lo cubano», ameritaba por sus auténtica virtudes y la vigorosa indagación política, económica y social, que su transposición al séptimo arte fuera lo más fiel posible, con todas las limitaciones del escritor, inherentes a la época. El pueblo cubano, tras la frustrante tentativa de 1949, siguió con enorme y creciente interés todo lo relacionado con la producción por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC)[iii] de Cecilia por un creador de la talla de Humberto Solás (1941-2008).

 

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No pretendemos adentrarnos en la perenne polémica entre literatura y cine. Existen cinematografías —y la de la desaparecida Unión Soviética era modélica en este sentido— que al trasponer una obra literaria al lenguaje del arte de las imágenes en movimiento, sienten un profundo respeto hacia su propia literatura. En ocasiones, es posible confrontar adaptaciones en celuloide con el original y comprobar la extraordinaria fidelidad, sin desdeñar el aporte creativo de los cineastas. Algunas veces, el traductor cinematográfico opta solo por el respeto al espíritu y no a la letra. Los ejemplos son innumerables en todas estas vertientes, con excepción de esas raras oportunidades en que el filme supera con creces el texto primario, algo alcanzado por el italiano Luchino Visconti que tanto influjo ejerciera en Humberto Solás

Cecilia, sin embargo, tiene poco de Valdés, y sí mucho del inagotable caudal imaginativo de Solás, quien concibió el discutido guión junto a su estrecho colaborador, el editor Nelson Rodríguez, unidos a Jorge Ramos y Norma Torrado. El aclamado autor que hasta este momento solo había filmado guiones originales, en su primera aproximación a una obra literaria se inspira en un clásico con ilimitada libertad, derecho de todo artista, pero desvirtúa situaciones y personajes a extremos inimaginables. Da origen a una obra que difiere en grado sumo de la fuente original, cuya acción se extiende hasta 1850.

En líneas generales sintetizamos el argumento del filme ubicado en La Habana durante la primera mitad del siglo xix: Cecilia, una atrayente mestiza, ambiciona llegar al mundo de los aristócratas blancos. El joven estudiante Leonardo Gamboa, apuesto hijo de una prominente familia de origen español, pretende convertirla en su amante tras enamorarse perdidamente en una fiesta donde ella deviene mensajera de conspiradores independentistas. Uno de los conjurados, José Dolores Pimienta, sastre y músico, amigo de Cecilia, pero mulato y pobre como ella, la ama con pasión, pero no es correspondido. La muchacha termina por entregarse al contradictorio Leonardo, no por amor, sino como medio para salvar a un cimarrón herido. Surge la tortuosa relación, relegada pronto a un segundo plano, hasta diluirse y dejar de constituir el eje central del conflicto.

La acaudalada familia de los Gamboa, a instancias de Doña Rosa, quien siente una obsesiva inclinación hacia el mimado hijo en la cual se intuye un sentimiento incestuoso, acuerda un matrimonio de conveniencia con Isabel Ilincheta, de su misma clase. Señalado el día de la boda, la desesperada Cecilia se propone impedirla a toda costa. Pimienta no ve en Leonardo un poderoso e invencible rival en amores al que, desquiciado por los celos, debe matar para vengarse, sino al delator de la conspiración que se gesta —en lo cual se advierten ciertas resonancias del primer cuento de Lucía, ubicado en 1895—. Y cuando en contra de la voluntad de Cecilia, que quería retenerlo, decide ejecutar al traidor, esperábamos que el personaje femenino con su pelo desmadejado y el traje suelto corriera a la puerta de la Catedral y, en lugar de la inútil advertencia villaverdiana: «¡José! ¡José Dolores! ¡A ella, a él no!», escapara de sus labios un enardecido grito de: «¡Viva Cuba libre!». (Continuará).

 

Notas

[1] El autor recomienda la extraordinaria edición anotada por Reynaldo González y Cira Romero de Ediciones Boloña (2018), aún a la venta.

[i] Una en los años sesenta con el protagonismo de Odalys Fuentes y Germán Barrios, y otra una década más tarde interpretada por Obelia Blanco y Miguel Navarro.

[ii] En el exitoso estreno el personaje de Cecilia fue interpretado por la soprano mexicana Elisa Altamirano, secundada por Miguel de Grandy como Leonardo. Rita Montaner fue la primera cubana en caracterizar el personaje en la reposición de la zarzuela ocurrida también en el Martí, el 16 de marzo de 1935.

[iii] Con la firma española Impala S.A.

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