La casa de José Miguel Gómez
27 de diciembre de 2013
|Antes de construirse el hermoso palacete del presidente José Miguel Gómez, al término de su mandato (1909-1913), fue ésta una casa de alto, bajo y azotea, de mampostería, piedra y cantería, con portal al frente. Se señalaba con el número 72 de la calle del Prado haciendo esquina a la de Trocadero. Así se describía en los asientos del Registro de la Propiedad hacia 1877 cuando era su dueño el Conde de la Reunión, pasando luego a manos de Don Porfirio de la Cuesta, y en 1877, a Don Pedro Nolasco Abreu, y más tarde, a su esposa Doña Rosalía Arencibia. Al fallecer esta última propietaria en 1882, y realizada la correspondiente partición de bienes, la finca, valorada en 44 846 pesos, 21 centavos oro, fue heredada por Doña Marta González Abreu y Arencibia, la gran benefactora santaclareña.
Este inmueble que le precedió al actual debió haberse construido en la primera mitad del siglo XIX, al que luego se le añadió el portal, no sólo por el propio desarrollo del Paseo del Prado en esa época, si no también, porque en una inscripción del mismo Registro…, se reconocen 148 pesos 31 centavos impuestos a favor del Municipio de La Habana, por el portal edificado en vía pública, “…según acuerdo del Exc. Ayuntamiento de esta Capital del 6 de marzo de 1835 aprobada por la superioridad”.
Al deceso de Doña Marta González Abreu y Arencibia y su esposo Don Luís Estévez, en Paris, en enero y febrero del mismo año de 1909, el Fiscal Municipal declaró como único y universal heredero a su hijo Pedro Estévez y Abreu, quien registró la propiedad a su nombre en 1910. La familia Abreu era además propietaria de otra importante mansión en el Prado, considerada una de las primeras obras construida en hormigón armado e iniciada durante la primera intervención norteamericana: la casa de Prado 48, hoy 120.
Don Pedro hipotecó la finca en dos ocasiones hasta que la vendió, junto a la de Trocadero 12, en 1913, al Mayor General José Miguel Gómez y Gómez, por el precio de 100 000 pesos la este número y 15 000 la otra. Estas casas fueron demolidas en agosto y septiembre de ese mismo año, respectivamente, para responder a un nuevo proyecto para el cual, el entonces expresidente de la República, solicitó permiso a la Alcaldía Municipal, cuya licencia le fue concedida el 16 de agosto de 1913.
Las obras corrieron a cargo del arquitecto Hilario del Castillo y Avilés quien, según expresó su propietario, procedió a realizarlas con arreglo al proyecto de obras de reedificación y ampliación de la casa Prado 72 y en efecto, las llevó a cabo edificándose la casa que actualmente existe, tal y como se encuentra hoy fabricada.
Este proyecto fue el resultado de la fusión de los inmuebles Prado 72 y Trocadero 12, refundidos por tanto en una sola vivienda, la cual a los efectos fue inscrita en el Registro de la Propiedad como una nueva y descrita de la siguiente manera: “…está construida de cantería, mampostería, concreto, hierro, ladrillos y azotea, con muros de piedra, constando de dos pisos. Medidas: superficie total 767 m, 359 mm, que lo forman la suma de los 208 m, 99 mm de la casa Trocadero 12 que se agrega a la de este número”. Las obras se terminaron el 5 de febrero de 1915 y el 25 recibió el certificado de “Habitable”.
Según las Memorias del Proyecto, los trabajos se ampliaron durante la ejecución, de manera que las obras, que ocuparían parte del segundo piso, consistieron en la construcción de diferentes locales destinados a salón de costura, lavandería y habitaciones para sirvientes con sus correspondientes servicios sanitarios. Igualmente se proyectó una torre cuandrangular de cantería como remate del edificio y complemento de su composición arquitectónica, así como pérgolas que se ejecutarían partiendo de la torre antes mencionada y ocupando las líneas de fachadas correspondientes a las calles de Prado y Trocadero.
El primer piso se construyó en piedra y el segundo, de ladrillo y azotea. La casa también se describía como un inmueble de tres niveles, o sea, dos plantas y un mirador, la vive su propietario que estima la renta en 600 pesos oro y el valor en venta 100 000 pesos moneda oficial.
En 1918, la casa sufrió una Anotación de embargo por la cantidad de 1 000 000 para responder el procesado Mayor General José Miguel Gómez de la responsabilidad pecuniaria que se había fijado al mismo, según el Juzgado Especial de la causa Nº 177 de 1917 que se instruyó por rebelión. Posteriormente fue cancelada.
En 1921, decidió adjudicarla a favor de su hija Doña Rosa Gómez y Gómez, por el precio de 200 000 pesos, quien en ese mismo año la vendió a Don Juan Mencía y Moreno, en 250 000 pesos. En 1929 este señor la vendió a la Sociedad Anónima Fomento Agrícola Cubana, constituida por término de 20 años, según Escritura otorgada en esta capital el 28 de marzo de 1921, representada por su presidente Doña América Árias y López, viuda del señor Gómez.
Como consta en el archivo de Amillaramiento, en 1937, habitaba la casa el Dr. Miguel Mariano Gómez y sus familiares, aunque aparecía como propiedad de la Compañía Fomento Agrícola Cubano, de la cual ellos eran sus accionistas principales. En 1938, según este mismo registro, la totalidad del edificio fue arrendada a la Embajada de los Estados Unidos.
En 1940 la Cía Fomento Agrícola Cubana estaba presidida por Don Miguel Mariano Gómez Árias, hijo de Doña América Árias y el Mayor General José Miguel Gómez y también expresidente de Cuba. Para esa época hipotecó la casa a favor de los señores José René Morales y Valcárcel, Manuel Aspuru y San Pedro y Fernando Scull y Carmona, para garantizar el pago de 40 000 pesos que dicha sociedad había recibido de estos señores. En 1943, figura la Compañía Minera Nicaro Níquel, S.A., como arrendataria de todo el inmueble, dedicado entonces a oficinas.
En 1945 se liquida la Sociedad Anónima de los Gómez, dividiendo los bienes entre sus accionistas, entre ellos Don Miguel Mariano Gómez y sus hermanas Narcisa, Manuela, Marina y Petronila, quienes se quedan con el dominio de esta finca. Al morir el señor Miguel Mariano Gómez, en 1950, su parte en esta propiedad es heredada por su viuda Doña Serafina Diago y de Cárdenas y sus hijas Serafina, Graciela y Margarita Gómez y Diago, último propietarios que aparecen entre 1953 y 1956.
Como afirman los arquitectos María E. Martín y Eduardo L. Rodríguez en la La Habana. Guía de Arquitectura, la casa, una vez terminada, tuvo una imagen más llamativa que la conservada actualmente, pues poseía esbeltas columnas pareadas que sostenían la pérgola en todo el contorno superior de la primera línea de fachada. Y es que esta pérgola por la calle Trocadero fue sustituida por varias habitaciones para la servidumbre, y las viguetas que se hallan retiradas hacia la segunda crujía por la fachada principal no son más que un remedo de aquella pérgola. En cambio, la torre-mirador con cubierta a cuatro aguas ha mantenido su imagen. En un inicio se pretendió un portal, cerrado con barandas metálicas, pero éste se abrió a la circulación como establecían las ordenanzas. A través del pórtico se accede a la entrada principal y de esta hacia un vestíbulo desde donde se divisa la majestuosa escalera de mármol.
Alrededor de un patio central rectangular y con escasa decoración, se organizan todos los locales, en contraste con un interior profusamente ornamentado, como máxima expresión del eclecticismo. Así, abundan las escocias, dorados, y aplicaciones yuxtapuestas que reflejan el gusto de una época y de sus comitentes.
En la planta baja estuvieron los despachos de José Miguel Gómez y de su hijo Miguel Mariano Gómez. La planta alta se destinó para las habitaciones principales, con una amplia terraza abierta al frente del Paseo del Prado.
La casa del expresidente republicano intentó acercarse a la tipología doméstica ya extendida en la primera década del siglo XX en barrios como El Vedado, donde estas casas con torre-mirador, acompañadas de verja, jardín y portal, con interiores espléndidos, identificaban la urbanización de esta zona y el lenguaje arquitectónico escogido por una clase de alto estrato social. Sin embargo, este palacete habanero tuvo que ajustarse a las medianerías del centro compacto, aún aprovechando las bondades de la esquina.
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