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La casa de Félix Varela

13 de septiembre de 2013

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Félix Varela

El mayor valor histórico de esta casa, ubicada en Obispo Nº 462 entre Aguacate y Villegas, en La Habana Vieja, radica en el hecho de ser considerada, por varios investigadores, como la casa donde vivió o tal vez nació el padre Félix Varela y Morales el 20 de noviembre de 1778. Era entonces el número 76 y luego 91 de la calle del Obispo, y la había heredado de su padre el Capitán de Regimiento de Fijos de Infantería de La Habana Francisco Varela y Pérez, según refiere la historiadora Resalía Oliva, a partir de la existencia de una escritura otorgada el 17 de marzo de 1810.
En los primeros años del siglo XIX Varela comienza sus estudios en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana, pero antes de convertirse en seminarista interno, vivió un tiempo fuera del recinto y por la cercanía a la fecha es posible que viviera en esta casa o en la vecina, propiedad de la familia materna, como lo afirma la especialista antes citada. En 1811 se ordena de sacerdote y por esa fecha también obtiene la Cátedra de Filosofía. Siempre inculcó a sus alumnos verdaderos códigos de moral, ética y patriotismo que quedaron expuestos en sus numerosas publicaciones.
Aunque no le gustaba la política, deseaba para Cuba un gobierno autónomo, fuera de las dependencias de España, y por ello fue conocido dentro y fuera de la patria, prueba de ello es su presentación a la Cátedra de Constitución, agregada al Seminario, de su Tratado Observaciones sobre la Constitución de la Monarquía Española. En 1822 el padre Félix Varela es elegido Diputado a Cortes, y un año después, con el restablecimiento del absolutismo, todos los diputados huyeron ante la condena de muerte que se les echaba encima. Desterrado de Cuba, Varela marcha a Gibraltar y luego a los Estados Unidos, donde vive hasta su muerte en 1853. Sin su regreso a La Habana, no se sabe qué sucedió con esta casa donde se supone haya pasado algún tiempo, o al menos, con seguridad, que le perteneció.

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No es hasta 1840 que se conoce de ella, siendo una casa de alto y bajo, de mampostería y tejas,  propiedad de Don Miguel Sánchez, y de Don José Andrés y Ternero y Andrés Pérez y Rodríguez en 1848 y 1873 respectivamente, pasando luego a la sucesión de éste y familia. En 1922, estando en manos de Don  Vicente Palacio y Pineda, la casa es arrendada a la Sociedad Mercantil Enrique Fernández y Cía. Según  el reglamento establecido por su propietario la arrendataria podía introducir las mejoras que estimara conveniente, incluso poner una vidriera. Parte de las modificaciones que hoy perduran seguramente fueron hechas durante la adaptación de la planta baja a comercio.
Sin esclarecer si se mantenía  la renta a dicha casa comercial, en 1924  el inmueble es vendido a Don Antonio Rodríguez y Vázquez. En 1947 vuelve a mencionarse  como casa de dos plantas dedicada a vivienda y comercio sin otras referencias. En 1953 fallece este último propietario heredándola sus hijos y esposa Doña. Lucila Cintra Rojas. Hasta  1963 según consta en el registro de Amillaramiento perteneció a los mismos dueños y más tarde a otra familia, en tanto la planta baja fue sede del Sindicato de la Construcción en la década de 1980.
Este inmueble, a pesar de las modificaciones sufridas, evidencia claramente su uso doméstico original. Consta de tres plantas, pero sólo dos se expresan en fachada.  La planta baja fue la más adaptada a las funciones comerciales que caracterizan a la calle Obispo. Para ello sus espacios fueron alterados al subdividirse, incorporar columnas de hierro, superponer diversos tipos de mosaico y sobre todo transformar el frente al sustituir  los elementos funcionales y ornamentales antiguos por nuevos de madera y cristal, muy de moda en las primeras décadas del siglo XX, preferiblemente los afiliados a los códigos del art nouveau.


La planta alta conservaba, sin embargo, la cubierta a dos aguas, el alero de tejaroz, las puertas  españolas y el balcón corrido con reja de hierro no tan primitiva como los componentes  anteriores, pero sí de una época precedente a las intervenciones de la planta baja. En el traspatio permanece aún el balcón de madera con balaustres torneados y huellas de presuntas pinturas murales  en una parte considerable de sus muros.
Estos últimos en su mayoría son de mampuesto y ladrillo, mientras los entrepisos son de madera y tablazón y viga y losa. De igual modo, en la cubierta se empleó el sistema de viga y tablazón junto al techo de armadura. Aunque sus datos documentales se refieren al siglo XIX, los elementos tipológicos de valor existentes, los materiales constructivos, así como la distribución de su planta, remiten a un período arcaico de la arquitectura cubana, presumiblemente de finales del siglo XVII o principios del XVIII.
En el 2001 la casa fue rehabilitada por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, devolviéndole su apariencia anterior y destinándola a Biblioteca Pedagógica con el nombre de Félix Varela, precisamente en honor al presbítero y al gran hombre de pensamiento que fue. Los fondos de esta institución recogen no sólo la vida y obra del maestro, si no también las biografías de destacados pedagogos y una vasta información sobre la educación en Cuba, así como diversos materiales de apoyo a la enseñanza. En conmemoración del 154 aniversario del fallecimiento de Varela, la investigadora Perla Cartaya Cotta presentó su libro El legado del Padre Varela y donó los únicos ejemplares existentes en Cuba de dos documentos relacionados con la vida familiar del ilustre pensador: los expedientes militares y matrimoniales de su progenitor, Francisco Varela y su tío materno, Bartolomé Morales de Medina, cuyos originales se encuentran en los archivos históricos de Sevilla. En general, su fondo bibliográfico está formado por  más de 13 000 ejemplares, la mayoría pertenecientes a las colecciones del antiguo Museo de la Educación.
Este sitio especial de La Habana Vieja, más que demostrar si vivió o nació allí el padre Varela, se propone recordarlo con la misma admiración que sentía Luz y Caballero por su maestro, resumida en la expresión: “… Mientras se piense en la tierra de Cuba, se pensará en quien nos enseñó primero en pensar”, o con la consideración de uno de sus más caros discípulos y tiernos amigos, José Antonio Saco, quien lo llamaba “el santo sacerdote”, “el hombre más virtuoso”, “el benemérito.”

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