La casa de don Francisco Álvarez-Calderón y Kessell
25 de octubre de 2017
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En 1842 Francisco Calderón volvió a contraer matrimonio, esta vez con doña María Catalina Chacón y Calvo de la Puerta, hija de los condes de Casa Bayona, de cuya unión nacieron sus hijos María de la Asunción Jacinta; José María y Francisco Álvarez-Calderón y Chacón. De ellos, los varones mueren prematuramente y es la hija quien tiene sucesión y hereda finalmente todos sus bienes.
En 1854 Francisco Calderón solicitó licencia para reedificar la casa de Oficios No. 50. Al conformar una nueva familia y establecer en ella su residencia, probablemente necesitó hacer transformaciones a la vivienda, de suponer, obras de ampliación y mejoras que le incorporaron al inmueble los elementos neoclásicos hoy presentes, como la introducción de este tipo de guardapolvos sobre las ventanas exteriores, algunos elementos de hierro forjado, además de la sustitución de la carpintería anterior por otra de paneles. La misma puerta de entrada debió ser antes a la española o clavadiza.
En consecuencia, Calderón pidió permiso para la instalación de andamios en la calle Oficios con el objetivo, supuestamente, de cambiar la cubierta de la sala y la habitación principal. También, realizar modificaciones en la azotea del resto de la casa, como la eliminación de las almenas existentes en el pretil y el cambio de soladura. Al mismo tiempo, las obras incluían colocar ventanales en las paredes que daban al patio donde se localizaba el comedor, sustituyendo los arcos de piedra por vigas de ácana a modo de arquitrabe.
De igual forma, en esta época se cambiaron varios pisos en todas los niveles; se instalaron cañerías sanitarias en la planta baja, además de que el pozo del traspatio se transformó en fosa maura, recibiendo la descarga del local primitivamente usado como letrina; se emplazaron ventanas en la planta baja y se realizaron intervenciones en la fachada como la apertura y tapiado de vanos y la variación de los guardapolvos. Esta sería la última gran transformación del inmueble, luego se hicieron obras menores durante el resto del siglo XIX y el XX a nivel puntual: paredes divisorias, baños, fosas y pequeñas cisternas en planta baja.
En 1881 así se describía en el Registro de la Propiedad: “casa de tres pisos y sus accesorias señalada hoy con el número 70 y antes con el 50 de la calle de los Oficios, haciendo esquina a la de Santa Clara, cuadra comprendida entre esta última y la de Sol. Linda por la derecha con la calle de Santa Clara, por la izquierda con el Ldo. D. Agustín Saavedra y por la espalda con D. Brígida Zavala. Mide: 18 varas de frente, 41 varas 12 pulgadas de fondo y 20 varas de frente de fondo, o sean, 15m 264cm de frente, 34m 869cm de fondo, 16m 960cm de frente de fondo”, medidas que ya había alcanzado en el siglo anterior como se evidencia en la tasación de 1776 y en estos tres niveles quedaba comprendido el entresuelo. A partir de 1860 la casa se señaló con el número 70.
Don Francisco, hombre activo dentro de las actividades económicas y políticas de la Isla, fue también propietario del periódico El Siglo, el cual compró a su fundador José Quintín Suzarte en 1864, junto con José Morales Lemus y José Manuel Mestre. El conde de Pozos Dulces asumió la dirección del diario en 1863 y luego se unirían como accionistas otras personalidades de la época como Leonardo del Monte y Aldura y José Ricardo O’Farril. En 1868 este órgano pasó a denominarse El País.
Envuelto en negocios de diferentes géneros, el marqués de Casa Calderón hipotecó en más de una ocasión la casa de Oficios y Santa Clara, la cual sufrió varias anotaciones preventivas de embargo, incluso, fue llevado a juicio ejecutivo por la Sociedad Soler y Cía., establecimiento tipográfico, por concepto de cobro de dinero en 1883. Pese a ello, Calderón y Kessel conservó la propiedad de la casa hasta su muerte en 1884. La finca pasó luego a manos de doña Catalina Chacón y Calvo, marquesa viuda de Casa Calderón, quien no la inscribió hasta 1887. Un año después falleció sin testar, convirtiéndose en su única y legítima heredera su hija doña Asunción Álvarez-Calderón y Chacón, condesa de Casa Bayona, registrando el dominio del inmueble en 1889.
Julián del Casal dejó en sus Crónicas Habaneras una hermosa estampa de la familia de don Francisco Calderón. En 1888, en los artículos que agrupó bajo el título La antigua nobleza, publicados en La Habana Elegante, refirió: “La Marquesa de Calderón, venerable señora, vive consagrada a los deberes religiosos. Inspira la más profunda veneración. El óvalo de su rostro, coronado de cabellos blancos, recuerda al de María Antonieta, en sus postrimerías. Su hija, la Condesa de Casa Bayona, es una de las señoras más respetables de nuestra sociedad. Desde la muerte de su primogénita, la Condesa se ha retirado al desierto de su dolor. La pérdida de su ángel adorado le ha abierto una herida profunda que no se puede cicatrizar. Ejercita la primera de las virtudes: la Caridad. Su esposo, el Conde de Casa Bayona, divide con ella su pesar. Es un excelente causeur. Se distingue por su aristocrática figura y sus refinados modales. Posee una vasta ilustración. ¡Lástima que haya abandonado su carrera diplomática, donde hubiera podido recoger numerosos laureles! De este matrimonio, quedan dos hijos. El mayor, que lleva el título de Vizconde de Santibáñez, sigue la carrera de abogado, cultiva la literatura y tiene buenas dotes oratorias. Ha pronunciado discursos políticos, en Guanabacoa, y en el Mariel, que han sido muy aplaudidos. El menor, que es niño todavía, asombra por su precocidad. Tiene profundos conocimientos históricos. Se le llama el futuro Cantú cubano. Ambos brindan a sus padres la esperanza de glorioso porvenir”.
Según la Guía de Forasteros, 1844, doña Catalina Chacón de Calderón figuraba entre las señoras que componían la Junta de Piedad de la Real Casa de Maternidad de María Santísima y San José, situada en el hospicio de San Isidro. La misma había sido fundada para recibir los niños expósitos y criarlos hasta la edad de seis años como también para acoger las mujeres parturientas. Era gobernada por la Junta de Caridad, compuesta de vocales natos nombrados por la Real Cédula de erección, y otros que elegía la propia Junta, renovándolos cada dos años. La de Piedad, integrada por señoras que escogía la misma, tenía a su cargo el inmediato cuidado de los desamparados.
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