La Casa Calderón: comienzo de una historia de amor y patriotismo
8 de noviembre de 2017
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Junto a la presencia de la ilustre familia Calderón a esta casa la distingue un hecho legendario y sublime: el primer encuentro de Ignacio Agramonte y Amalia Simoni, figuras insignias de la etapa revolucionaria colonial en la Isla y protagonistas de una de las historias de amor más hermosas de todos los tiempos.
Aunque a temprana edad se habían visto en su natal Camagüey, es en la casa de Oficios y Santa Clara donde los jóvenes coincidieron de cerca. En 1865, la familia Simoni regresó a Cuba de un largo viaje por Europa y se hospedaron precisamente en el palacio de los Álvarez-Calderón. El patriarca familiar era de Puerto Príncipe como los Simoni y Agramonte, y al igual que sus coterráneos poseía la hidalguía de aquellos rodeándose de la clase más poderosa e ilustrada de la época.
Escribe Juan J. E. Casasús en Vida de Ignacio Agramonte, que el marqués de Casa Calderón –que por entonces aún no poseía el título nobiliario– fue un gran favorecedor de la pareja, cuyo “amor a primera vista” no contó en sus comienzos con la aprobación del Dr. Simoni. Para el padre, el jurista, aunque procedía de una prestigiosa familia principeña, apenas contaba con medios de fortuna, pero su hija fue firme en sus sentimientos. Famosa es la frase de Amalia que su entrañable amiga y escritora Aurelia del Castillo, guardó para siempre: “No te daré el disgusto, papá, de casarme en contra de tu voluntad; pero, si no con Ignacio, con nadie lo haré”. Por otro lado, la elocuencia de Agramonte acabó por convencer a su futuro suegro, quien permitió el noviazgo. Y mientras Ignacio estudiaba y trabajaba en La Habana, ella regresó a Camagüey, manteniendo su relación amorosa por cartas.
El romance continuó entre los jóvenes así como la relación con la familia Calderón. En sus propias cartas –citadas por Casasús–, Ignacio cuenta a Amalia de su estancia en las propiedades del hacendado camagüeyano: “Acabado de salir de los exámenes de todas las asignaturas del período de doctorado, quise aprovechar la oportunidad del domingo, para ir a ver a la familia de Calderón, que se halla en su finca en Managua: cumplía así con ella, y pasaba un día y dos noches de menos calor que el que en La Habana se experimenta”. Aquí quedaba expresa su gratitud inmensa a don Francisco Calderón por su hospitalidad incondicional y quién sabe, acaso también por la dicha de su noviazgo que concluyó en matrimonio el 1 de agosto de 1868.
Dadas las ideas rebeldes del joven hidalgo y las del dueño de un periódico reformista como El Siglo, no es difícil suponer que Agramonte y Calderón llegaran a tener encontradas conversaciones sin que ello afectara su relación fraternal. El Reformismo constituyó una posición política o corriente de pensamiento entre los criollos del siglo XIX que pretendía solucionar los problemas de la Isla a través de reformas concedidas por España sin separarse de la metrópoli, por lo cual tuvo un carácter conservador. La primera etapa del Reformismo fue la más exitosa desde el punto de vista de sus resultados aunque evidenció que en el aspecto político España no estaba dispuesta a conceder ni un mínimo de las demandas.
De la misma manera, es fácil imaginar a la primogénita de los Simoni amenizando los salones de la casa de Calderón si la muchacha fue su huésped al regresar de Europa donde había recibido clases de idioma y canto. En Roma, Florencia y París aprendió música, pero desde su niñez Amalia recibió una educación esmerada y no pocos en su época alabaron su voz, su cultura y su belleza.
La vida matrimonial de Amalia e Ignacio fue igual de intensa y breve. El 11 de noviembre del propio 1868 salió Agramonte rumbo al campo insurrecto para apoyar el alzamiento en armas de Carlos Manuel de Céspedes contra el dominio español. Allí llegó a alcanzar el grado de Mayor General de las fuerzas cubanas, pero su relación familiar y amorosa estarían marcadas en lo adelante por la separación, hasta su muerte en 1873. Físicamente terminaba así aquella pasión iniciada un día de 1865 en La Habana, en la esquina de Oficios y Santa Clara, sin embargo, en cada letra él reafirmó su amor infinito: “…no dudes que aún después de la muerte te amará tu Ignacio”. El intercambio epistolar entre Ignacio Agramonte y Amalia Simoni cuenta entre las misivas amorosas más notables del romanticismo cubano, lamentando que solo se conserven las cartas de él.
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