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La boda

15 de marzo de 2013

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Siempre me ha gustado asistir a las bodas de los novios que se casan, sí, no dije ningún disparate, porque todas las bodas no son de novios que se casan.
Están las Bodas de Camacho, que son un episodio del Quijote, de Cervantes; las Bodas de Fígaro, una ópera en dos partes de Mozart, inspirada en la obra de Beaumarchats; las bodas de diamante, de oro y de plata, pero en ninguna de esas se ofrecen brindis.
Si agradables son estas fiestas donde dos enamorados se unen para crear una nueva familia, núcleo fundamental de la sociedad, harto aburrido resulta para mí, cuando quince días después, estoy enfrascado en un trabajo, y se aparece la mamá de la novia, ya esposa, con un enorme álbum lleno de fotos en colores y de todos los tamaños, para que las vea.
Pero señora, pienso, si ya todo eso lo vi, ¿por qué verlo de nuevo?
Lo peor no es eso, sino que casi todas las fotos son las mismas: besándose, en el acto del traspaso de anillos, dentro del auto, frente al espejo de la cómoda, detrás del cake con los invitados, con las copas de champán…
Y uno tiene que ser delicado, mirar las fotos y decir también lo mismo: “verdad que tu hija es bella”, “mira qué linda esta foto, “es que tu hija es muy fotogénica”, “Y tú, qué bien quedaste junto a tu marido, fíjate que parecen los novios”.
Por suerte, en los últimos años, esto ha cambiado un poco, ahora se buscan para las fotos autos Cadillac negros y descapotables de los años 40 y 50, y si los consiguen más viejos, mejor.
También coches tirados por caballos de la empresa San Cristóbal de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Ah, y lo mejor, el cambio de locaciones, los novios prefieren lugares como la escalinata del Capitolio, el Malecón, viejos conventos o fortalezas, o junto a la estatua del Caballero de París, a la entrada del Convento de San Francisco.
Y yo recuerdo ahora la última boda a la que asistí, en el Palacio de los Matrimonios de Prado y Ánimas, majestuosa instalación inaugurada en febrero de 1914 bajo la dirección del arquitecto Luis Dediot, para sede del Casino Español.
Su piso superior fue diseñado para bailes, banquetes y grandes recepciones, y está recargado de una decoración excepcional, en la que se destacan los escudos de las entonces 49 provincias españolas y el del Consejo de Piloña.
Sus fachadas se destacan por una decoración de ascendencia plateresca, y rematan el palacete dos torres y un frontón curvo, todo en piedra sin repellar.
Allí se casaba Misusisleidys, la hija de mis amigos Cuco y Pacha, con su novio Junior.
Y no me queda más remedio que dar a conocer el resultado de aquella boda: a la semana de casados, él para el cementerio y ella para el hospital.
Nada, lo más natural, él es sepulturero y ella enfermera.

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