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Juventino Rosas y su vals “Sobre las olas” (II)

7 de febrero de 2024

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Algunos se preguntan todavía cómo dio a parar el famoso músico mexicano a este humilde poblado de Batabanó, perteneciente hoy a la provincia de Mayabeque, luego de una fructífera estancia en Cuba durante casi seis meses, en donde realizó una exitosa gira como figura principal de la compañía musical de González y Bianculli.

El recorrido comenzó por La Habana, y continuó por Matanzas, Cárdenas, Santa Clara, Cienfuegos, Trinidad, Sancti Spíritus, Guantánamo y Santiago de Cuba.

La cuestión es simple: en aquellos primeros días de junio, partía de Santiago de Cuba la compañía en cuestión, en un buque de la naviera Menéndez y Cía, cuyo destino final era el pequeño pueblo costero de Batabanó como punto de enlace con La Habana, y desde donde los artistas irían después a Nueva York, con destino a Europa.

Sin embargo, Juventino Rosas se ve impedido de proseguir el viaje pues llega al puerto sureño peligrosamente enfermo de la dolencia que lo llevará poco después a la muerte.

Dicen quienes lo vieron por ese entonces que parecía un viejo cuando solo tenía 26 años. Tal era el grado de postración en que la enfermedad y la vida bohemia lo habían sumido.

De su andar por la región oriental de la Isla, aún se conoce poco, y demandará de una nueva etapa de investigaciones.

Sin embargo, se sabe que, en Guantánamo, Juventino estrechó amistad con un joven de 16 años que daba entonces sus primeros pasos en la poesía y llegaría a ser una de las voces altas de la lírica cubana: Regino Botti.

De Botti es este testimonio fechado muchos años después: “Se me presentó una mañana Juventino Rosas. Iba a tomar un trago. Como ‘pelado’ genuino, se acercaba al altar sin preparar. El alcohol no era mágico por la liturgia, sino la liturgia mágica por el alcohol. El hombre era un dipsómano a la pata llana.”

“Entonces el vals Sobre las olas era cantado, susurrado, musitado, coreado por todo el mundo. Precedía a Juventino Rosas un pordiosero que vociferaba a los cuatro vientos el sobadísimo vals, acompañándose de un acordeón imposible”.

Se presume que Juventino Rosas abordó en Santiago el vapor de cabotaje Josefita, que navegaba a lo largo de la costa sur de Cuba, atracando en cuanto puerto avistaba a su paso, hasta que llegó a Surgidero de Batabanó, donde el compositor desembarcó el 22 de junio de 1894.

En cualquier caso, el vals de Juventino era ya demasiado célebre para que su creador pasara inadvertido, aunque lo más sorprendente estaba en el hecho de que quienes esperaban encontrar en su autor a un hombre de buen vivir y marcada elegancia, no descubrían en él sino a un modesto forastero enjuto, atrapado por el alcohol, y de quien se comentaba que estaba muy enfermo.

En Batabanó se levanta un modesto monumento dedicado a la memoria del gran músico mexicano. Su dramática muerte en aquel pueblito de pescadores fue acaso el último impulso que necesitaba su leyenda.

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