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José Martí y sus consideraciones acerca de la oratoria y los oradores

2 de noviembre de 2018

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Para un amigo, 1998 Ángel Mayet Para un amigo, 1998 Óleo sobre tela 70 x 50 cm Colección del artista

“Para un amigo”, Ángel Mayet, 1998, 1998 Óleo sobre tela 70 x 50 cm Colección del artista

 

José Martí expuso consideraciones significativas en relación con la oratoria y cómo debían ser los oradores y la preparación que era necesario que tuvieran más allá de la facilidad de palabras que pudieran tener para trasmitir realmente un mensaje, una enseñanza, a quienes los escuchan.

Precisamente en unas “Notas sobre la Oratoria” precisó que orador sin instrucción es palmera sin aire.

Planteó tres interrogantes: “¿De qué le sirven las hojas a la palma si benévolo alisio no las mueve? ¿De qué le sirve el cauce al río si no tiene agua que rodar por él? ¿De qué le sirve la fluidez al orador, si no tiene nutrición en el intelecto que corresponda a las facilidades de los labios?”

Martí manifestó que no hablaba de la condición empalagosa que corta el vuelo a la palabra y pone pies de hierro al ibis alígero y confunde inútilmente a los oyentes que no han de contagiarse de erudición en un instante, sino que hacía referencia a la fuerza de la doctrina, a la seguridad del asunto tratado que a su juicio era el misterio y resorte del éxito e influencia verdadera de un discurso.

Detalló en esas consideraciones que cuando no se piensa claro no se habla claro y agregó que ni basta conocer una materia sola; porque cuando se asciende a la tribuna, a la que catalogó como una iluminada majestad, “no se miden los rayos de este sol, no se cuentan las ondas de este mar; tiende el alma su vuelo poderoso, lo único que pesa se hace ave que vuela; calienta la lengua una especie de fuego sibilítico; truécase el hombre en numen, y anonada, convence, reivindica, destruye, reconstruye, exalta, quema.”

Martí resaltó que el orador necesita un conocimiento general de la Historia que prueba, de la Literatura que ameniza, de las artes que embellecen, de las ciencias políticas que fundan.

Y añadió: “Así, en todos los instantes, tendrá todos los argumentos necesarios; su fuerza no estará fatalmente ligada a su memoria, su réplica no será menos viva que su discurso fundamental, y su influencia, que va con él, será constante y duradera.”

Para Martí la oratoria constituía la ardiente manera de expresar y al respecto precisó que la expresión no era posible sin la materia expresable.

Igualmente enfatizó que la oratoria era la forma exaltada y convincente del pensamiento y el sentimiento.

En las “Notas sobre la Oratoria” tras exponer que no basta para ser orador ser un hombre bueno y perito en el decir, planteó que orador es varón justo, generalmente instruido, que habla con palabras no nacidas de la retórica, ni del estudio de los labios.

También significó que el orador es el hombre virtuoso instruido que expresa ardientemente la pasión.

Atendiendo a todo lo anteriormente señalado se puede llegar a la conclusión que para Martí el verdadero orador no era quien supiera decir un grupo de frases bellas en correspondencia con su capacidad de improvisación, sino aquel cuyo discurso estuviera basado en la instrucción y en el convencimiento.

A través de su vida hizo realidad lo que expresara en relación con la oratoria y sobre el papel y las características de los oradores.

Él había expuesto que el orador que al hablar convence, está en los rayos del sol y que el manto que le cabe se hallaba en los pliegues volcánicos de la montaña.

Con su palabra vibrante, llena de contenido, iluminó a sus compatriotas, supo guiarlos al aquilatar el camino a seguir divisado desde la gran altura de una estrategia y en correspondencia con esto, cautivó, convenció y motivó a quienes lo escucharon en las diferentes intervenciones que realizara, de manera muy especial en los actos y veladas realizados en distintas ciudades estadounidense entre la etapa final de la década de los años ochenta y principios del lustro siguiente, en el siglo XIX, cuando acometió la gran y hermosa tarea de lograr que se reorganizase la lucha por la independencia de Cuba.

Precisamente dos de sus más emotivos y relevantes discursos los pronunció en la ciudad estadounidense de Tampa los días 26 y 27 de noviembre de 1891.

En el primero identificado en nuestra historia como Con todos y para el bien de todos, frase con la que concluyó su intervención ante un grupo de emigrados cubanos residentes en dicha ciudad, llegó a precisar en forma metafórica al resumir el grado de compromiso que tenía con Cuba y su pueblo: “¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas!”

Y en el pronunciado en el acto con motivo del vigésimo aniversario del vil fusilamiento en La Habana de los ocho estudiantes de medicina, Martí calificó a las nuevas generaciones de cubanos que estaban dispuestos a continuar la lucha de sus predecesores por alcanzar la independencia de su tierra natal como los pinos nuevos.

Martí como orador fue un faro visible a muy larga distancia.

La cubana Blanche Zacharie de Baralt tuvo la posibilidad de conocer a José Martí durante su estancia en la ciudad de Nueva York en los Estados Unidos de América.

No sólo lo trató en su casa, que él solía visitar con frecuencia, puesto que era amigo de su esposo, sino también en otras actividades de carácter social y político. Lo escuchó cuando pronunció algunos discursos.

Y de las características y cualidades de Martí como orador, ella señaló que hablando, sin afectación, su vocabulario era, no obstante, escogido y que aunque empleaba, a veces, términos superiores a la comprensión de gente sencilla; su tono era tan sincero, tan convincente, que las palabras iban derecho al corazón de sus oyentes.

Agregó que el verbo de Martí en los momentos culminantes del discurso era un vendaval imponente cuya ráfaga barría cuantos obstáculos se le oponían.

Y precisó que las ideas se precipitaban con tal ímpetu que costaba trabajo seguirlas, y sólo al leer con calma esas frases candentes, refrescadas por la letra de molde, se da uno cuenta cabal de su forma y contenido magistrales.

Comentó que la imaginación del orador trabajaba con más rapidez que la de su auditorio que no podía siempre seguirlo y necesitaba una pausa para poderlo alcanzar.

Y también expresó en el libro que escribió titulado El Martí que yo conocí, elaborado en 1945 por la Editorial Trópico, y reeditado en Cuba en 1980 por el Centro de Estudios Martianos y la Editorial Ciencias Sociales: “Su voz, bien timbrada, tenía reflexiones infinitas. Empezaba con tono suave y medido. Hablaba despacio, convencía. Articulaba con cuidado dibujando los contornos de sus vocablos, pronunciando un poco las “eses” finales, al estilo mexicano. No pronunciaba la C y la Z a la española, sino, como gran americanista que era, suave como se hace en América. Pero, cuando tocaba el tema de la patria oprimida y la necesidad de luchar por ella, crecía el caudal de palabras, acelerando el tempo: su voz tomaba acentos de bronce y de sus labios brotaba un torrente. El hombre delgado, de mediana estatura, se agigantaba en la tribuna y el público quedaba cautivado bajo su hechizo”.

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