José Martí y sus apreciaciones sobre el gran valor de la naturaleza
3 de junio de 2016
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José Martí experimentó un gran amor y respeto por la naturaleza acerca de la cual destacó que inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre.
Expuso reflexiones sobre la relación de la naturaleza y los seres humanos. Al respecto enfatizó que la naturaleza influye en el hombre, y este hace a la naturaleza alegre, o triste, o elocuente, o muda, o ausente, o presente, a su capricho.
Martí además patentizó en otro de sus trabajos periodísticos que donde la naturaleza tiene flores, el cerebro las tiene también.
Igualmente en una carta fechada en Veracruz el primero de enero de 1877 y dirigida a su amigo Manuel Mercado, llegó a afirmar con particular elocuencia: “…los que sienten la naturaleza tienen el deber de amarla: las alboradas y las puestas son el verdadero estudio de un artista: un pintor en su gabinete es un águila enferma.”
Para Martí el hombre no se halla completo, ni se revela a sí mismo, ni ve lo invisible, sino en su íntima relación con la naturaleza.
Precisamente en otro de sus trabajos, en este caso en el artículo identificado como Maestros ambulantes, reflejado en La América, Nueva York, en mayo de 1884, estableció una comparación entre la naturaleza y los seres humanos.
Expresó que la naturaleza no tiene celos, como los hombres; no tiene odios, ni miedo como los hombres; no cierra el paso a nadie, porque no teme a nadie; los hombres siempre necesitarán de los productos de la naturaleza.
Y unos meses después en ese mismo año y en la citada publicación Martí resaltó que la naturaleza no es más que un inmenso laboratorio en el cual nada se pierde, mientras que en otra consideración que hiciera acerca de este tema manifestó en un trabajo publicado en el periódico “Patria” el 10 de abril de 1892 que la hermosura de la naturaleza atrae y retiene al hombre enamorado.
Se hace evidente que desde la etapa de su niñez Martí se sintió atraído por el esplendor de la naturaleza. En lo que se estima haya sido la primera carta que le escribiera a su querida madre doña Leonor Pérez, el 23 de octubre de 1869, con sólo nueve años, le describía lo que contemplaba al divisar el paisaje de la zona de Caimito de Hanábana, en la provincia de Matanzas.
Martí le detalló: “Tanto el río que cruza por la finca de Don Jaime como el de la Sabanilla por el cual tiene que pasar el correo, estaban el sábado sumamente crecidos…”.
Y algo similar haría en otras etapas de su existencia cuando nuevamente estuvo en contacto directo con la naturaleza al hallarse en zonas rurales. Por ejemplo hay que recordar cuando tuvo que residir en una zona montañosa de los Estados Unidos en 1890 para reponerse de problemas de salud que confrontaba, Martí llegó a exponer en una nota introductoria que hizo a un grupo de poemas que creó y que al año siguiente fueron editados con el título de Versos Sencillos: “Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos. A veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores.”
Y en varios de los 46 poemas que conforman su libro Versos Sencillos él hizo alusión a aspectos relacionados con la naturaleza, así como sobre la flora y la fauna.
Por ejemplo en el segundo de sus Versos sencillos Martí resaltó:
Yo se del canto del viento
En las ramas vocingleras
Nadie me diga que miento
Que lo prefiero de veras
Y en el siguiente Verso Sencillo también enfatizó:
Denle al vano el oro tierno
Que arde y brilla en el crisol:
A mi denme el bosque eterno
Cuando rompe en él el sol
En muchos de los 46 poemas que conforman los Versos Sencillos en forma casi constante Martí se refiere a aspectos relacionados con la flora y la fauna y con la naturaleza en sentido general.
En otra de las cuartetas del tercero de sus Versos Sencillos igualmente expresó:
Duermo en mi cama de roca
Mi sueño dulce y profundo
Roza una abeja mi boca
Y crece en mi cuerpo el mundo.
Además en el vigésimo quinto de los Versos Sencillos hizo alusión a un canario amarillo, al patentizar:
Yo pienso, cuando me alegro
Como un escolar sencillo
En el canario amarillo,-
¡Que tiene el ojo tan negro!
Incluso los temas referidos a la naturaleza están presentes en las anotaciones que hiciera José Martí en la última etapa de su existencia en el diario de campaña que llevó en su estancia en la parte oriental del territorio cubano entre el 11 de abril y hasta el día anterior de producirse su caída en combate el 19 de mayo de 1895.
El 14 de abril comentó que estaba subiendo lomas, y que había llegado a Sao del Nejesial, sitio al que catalogó como lindo rincón, claro en el monte, de palmas viejas, mangos y naranjas. Incluso igualmente llegó a exponer: “Miro del rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella.”
Resulta impresionante apreciar las anotaciones de Martí en su diario por cuanto evidencia cómo fue capaz de reflejar con certeza las características de las zonas por donde transitaba y hasta describir lo que hace un avecilla, puesto en una ocasión señaló: “El pájaro, bizambo y desorejado, juega al machete; pie formidable; le luce el ojo como marfil donde da el sol en la mancha de ébano.”
Y es que puede decirse que en los campos de Cuba, más allá del organizador de la guerra, del combatiente que deseaba con la fuerza de su ejemplo contribuir al desarrollo de la lucha por la independencia de su tierra natal, estaba igualmente el escritor amante de la naturaleza, el hombre con una gran sensibilidad.
Para ejemplificar esto cito otro fragmento de su diario, correspondiente a lo que escribió el 18 de abril al reseñar que había subido una loma, en este caso la identificada como Payano: “A lo alto de mata a mata colgaba, como cortinaje, tupido una enredadera fina; de hoja menuda y lanceolada. Por las lomas, el café cimarrón.”
Precisó además que la noche bella no dejaba dormir y puntualizó al respecto: “Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde: aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinada; vuelan despacio en torno las animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima –es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿Qué danza de almas de hojas?”
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