José Martí: su contribución a la guerra necesaria por la independencia de Cuba
21 de febrero de 2020
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El 24 de febrero de 1895 se hizo realidad un gran sueño de José Martí: en los campos de Cuba se reanudaba la guerra y se le daba continuidad a la lucha por la independencia que se había iniciado el 10 de octubre de 1868.
Desde aquel entonces, aún cuando era un adolescente Martí había detallado lo que para él significaba la gesta independentista, cuando en un soneto titulado 10 de octubre, señaló:
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra
Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza, y tímido se aterra.
De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza
Degrada y mancha horrible cobardía.
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!”
Algunos lustros después y durante varios años José Martí se consagró al empeño de hacer renacer ese gran anhelo.
Para eso fue capaz de interrelacionar a los viejos combatientes con las nuevas generaciones de cubanos que también soñaban con ver a su tierra natal libre e independiente.
Martí concibió la guerra por la independencia cubana no como el producto del ansia libertaria de un grupo de patriotas sino como el reflejo de lo que sentía el pueblo y como tal consideró que debía ser cuidadosamente preparada.
En un trabajo titulado Nuestras ideas, que salió reflejado en la primera edición del periódico “Patria”, el 14 de marzo de 1892, resaltó la necesidad de hacer la guerra por la independencia de Cuba y comentó que era criminal quién promoviera en un país la guerra que se le puede evitar, pero que también lo era quién dejaba de promover la guerra inevitable.
Al respecto precisó Martí al referirse a la actitud que debía asumirse ante tal situación: “El que no ayuda hoy a preparar la guerra, ayuda ya a disolver el país”.
Seguidamente trató en torno al significado que podría tener la reanudación de la guerra y a propósito dijo que no era el caso preguntarse si la guerra era apetecible o no, puesto que ninguna alma piadosa la podía apetecer, sino ordenarla de modo que ella propiciara la paz republicana.
Expresó, además, que la guerra no se haría contra el español sencillo que habitaba en la tierra cubana, sino contra la dependencia de una nación incapaz de gobernar un pueblo que sólo puede ser feliz sin ella.
Y añadió que la guerra tenía de aliados naturales a todos los españoles que quieran ser felices.
Tras manifestar que la guerra no sería contra el español, sino contra la codicia e incapacidad de España, expresó con particular elocuencia: “La guerra no ha de ser para el exterminio de los hombres buenos, sino para el triunfo necesario sobre los que se oponen a su dicha”.
También en una carta enviada a Máximo Gómez, el 4 de enero de 1894, Martí expuso: “Yo entiendo la guerra así: despertar con la primera batalla; y no dormir hasta haber ganado la última.”
Y el 25 de marzo de 1895 en un documento que suele ser identificado como Manifiesto de Montecristi, en correspondencia con la ciudad dominicana donde fuera suscrito por José Martí y Máximo Gómez, se detalló: “La guerra no es, en el concepto sereno de los que aún hoy la representan, y de la revolución pública y responsable que los eligió el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino la demostración solemne de la voluntad de un país harto probado en la guerra anterior, para lanzarse a la ligera en un conflicto sólo terminable por la victoria o el sepulcro.”
José Martí convocó a la guerra, la organizó, creyó en ella y en correspondencia con la responsabilidad que tenía y con sus principios supo predicar con el ejemplo en el propio escenario donde se desarrollaban los combates.
Precisamente en una carta fechada el 25 de marzo de 1895 en Montecristi cuando ya estaba próximo a retornar a Cuba, le señaló a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la Patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber.”
E igualmente en esa misma fecha, en lo que fue la última carta que le dirigió a su querida madre, Leonor Pérez Cabrera, le manifestó: “Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud. Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”
Algo más de quince días después de haber hecho estos planteamientos en las cartas citadas, Martí llegaba a Cuba, el 11 de abril de 1895 en unión de Máximo Gómez y otros patriotas, por la parte suroriental de Playitas de Cajobabo.
En correspondencia plena con lo que había proclamado en cartas, trabajos periodísticos y discursos actuó en los campos de Cuba cuando daba su contribución directa a la guerra hasta que se produjo su caída el 19 de mayo de 1895 en la zona de Dos Ríos.
Ya el día antes en una carta que comenzara a escribirle a su amigo mexicano Manuel Mercado, y que quedara inconclusa, él había señalado: “Mi hermano queridísimo: Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.”
Seguidamente puntualizó: “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin.”
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