José Martí, continuador de la obra de Carlos Manuel de Céspedes
9 de octubre de 2015
|
El 10 de octubre de 1868 se inició en Cuba la guerra por la independencia que fue encabezada inicialmente por Carlos Manuel de Céspedes.
Con el decursar de algunos decenios, José Martí se convirtió en un continuador de la obra de quién la historia llegó a otorgarle el calificativo de Padre de la Patria, al trabajar en forma intensa en la reorganización de la lucha por la liberación de su tierra natal del dominio colonial español.
Precisamente, en ocasión de hablar en el acto efectuado en Nueva York organizado por los emigrados cubanos para conmemorar la fecha del diez de octubre, en el año 1890, aseguró: “Otros llegarán sin temor a la pira donde humean, como citando con la hecatombe, nuestros héroes; yo tiemblo avergonzado: tiemblo de admiración, de pesar y de impaciencia. Me parece que veo cruzar, pasando lista, una sombra colérica y sublime, la sombra de la estrella en el sombrero; y mi deber, mientras me queden pies, el deber de todos nosotros, mientras nos queden pies, es ponernos en pie, y decir: ‘¡presente!’”
Martí era un adolescente cuando se inició la guerra en Cuba, pero ya se hacía evidente su amor por tierra natal y su preocupación por cómo vivía el pueblo, puesto que había recibido la influencia de su profesor Rafael María de Mendive, a quién consideró como un padre desde el punto de vista espiritual.
Y ese apoyo resuelto a la lucha de los cubanos por su independencia, el joven Martí la puso de manifiesto en un soneto que escribió en 1869, es decir, a tan solo unos meses de haberse iniciado la guerra, en el que enfatizó el simbolismo que le concedía a ello.
Consecuente con sus convicciones, José Martí llegó después hasta sufrir en Cuba el presidio político y la realización de trabajo forzado y seguidamente la deportación hacia España, donde también continuó su combate con la fuerza de la palabra a favor de la causa independentista.
Ejemplo de ello fue el trabajo que elaboró en 1873 cuando en España se produjo la constitución de la República. Entonces, de inmediato él comentó sobre la actitud que debían asumir los nuevos gobernantes españoles con respecto a Cuba, y también expresó en torno a la guerra que se realizaba en el territorio cubano: “Mi patria escribe con sangre su resolución irrevocable. Sobre los cadáveres de sus hijos se alza a decir que desea firmemente su independencia”.
En el transcurso de su breve pero fecunda existencia, Martí expuso otras consideraciones acerca de la figura de Carlos Manuel de Céspedes y de la trascendencia de la guerra de los Diez Años.
De Céspedes de manera específica trató en un trabajo que publicó en Nueva York en ocasión de conmemorarse el vigésimo aniversario del inicio de la gesta independentista. Afirmó que resaltaba su ímpetu y su arrebato, y en forma metafórica lo catalogó como “el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra”.
Al referirse de modo específico a su labor y su actitud en general, Martí planteó: “Cree que su pueblo va en él y como ha sido el primero en obrar, se ve como con derechos propios y personales, como con derechos de padre sobre su obra. Asistió en lo interior de su mente al misterio divino del nacimiento de un pueblo en la voluntad de un hombre, y no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de la libertad que ha entrado vivo en el cielo de los redentores”.
Desde los primeros años de la década del ochenta en el siglo XIX, José Martí tras su llegada al territorio norteamericano empezó a relacionarse, de modo directo o a través de cartas, con patriotas cubanos que se hallaban interesados en lograr la reanudación de la guerra por la independencia que había concluido en 1878 sin haber alcanzado el objetivo de librar a Cuba del dominio colonial español y la abolición de la esclavitud.
Pero es sobre todo a partir del segundo lustro de ese decenio y en los años iniciales de la década del noventa, cuando Martí realiza una encomiable labor que propicia que en Cuba se reinicien los enfrentamientos con las fuerzas españolas.
Él, en ese empeño, se sintió un continuador de la obra de sus antecesores y de modo muy especial las de aquellos que como Carlos Manuel de Céspedes, habían muerto.
De ello trató en la serie de discursos que pronunció en Nueva York en las veladas que organizaron los patriotas cubanos en la fecha del 10 de octubre.
Y en la primera intervención que realizó en tal sentido, el diez de octubre de 1887, en el Masonic Temple, aseguró: “Esta fecha, este religioso entusiasmo, la presencia –porque yo siento en este instante sobre todos nosotros la presencia de los que en un día como éste abandonaron el bienestar para obedecer al honor– de los que cayeron sobre la tierra dando luz, como caen siempre los héroes, exige de los labios del hombre palabras tales que cuando no se puede hablar con rayos de sol, con los transportes de la victoria, con el júbilo santo de los ejércitos de la libertad, el único lenguaje digno de ella es el silencio”.
Y más adelante resumió el simbolismo del instante en que se inició la guerra por la Independencia de Cuba el 10 de octubre de 1868, al expresar: “Los misterios más puros del alma se cumplieron aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “¡Ya sois libres!”.
Agregó de inmediato: “¡Para ellos, para ellos todos esos vítores que os arranca este recuerdo glorioso!” Y resaltó: “…gracias en nombre de ellos, cubanos que no os cansáis de ser honrados”.
Galería de Imágenes
Comentarios