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José Martí ante el espionaje estadounidense

2 de septiembre de 2022

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Mt6qnp_25-01-2018_11.01.24.000000Desde su arribo a Nueva York en 1880 Martí estuvo sometido a estrecha vigilancia por parte del espionaje colonial, que llegó a contratar a la afamada agencia Pinkerton de detectives. De un modo u otro, tal atención se mantuvo tras el fracaso de la Guerra Chiquita, pero al iniciarse a fines de 1891 los movimientos del Maestro hacia la Florida y los pasos que conducirían en 1892 a fundar el Partido Revolucionario Cubano, la diplomacia española aumentó sus esfuerzos para torpedeas los planes revolucionarios de la emigración patriótica. La declaración pública de que el PRC trabajaría para organizar una nueva guerra liberadora en la Isla, alentó al gobierno colonial a buscar pruebas palpables de que los cubanos residentes en Estados Unidos preparaban acciones armadas en su contra, lo cual violaba las leyes del país vecino y afectaba las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

Por varias cartas a patriotas de toda su confianza, sabemos que Martí se dio cuenta de que la correspondencia que llegaba a su oficina en la calle Front de Nueva York era abierta y leída por el correo estadounidense. El Maestro comprendió que se estaban buscando evidencias de que los patriotas compraban armas, hacían prácticas de tiro y preparaban expediciones marítimas para encender la contienda. Así lo explicó en varias cartas de agosto de 1892 a Fernando Figueredo, Serafín Sánchez, Serafín Bello, Carlos Roloff, José Dolores Poyo, Gerardo Castellanos y a los presidentes de los clubes del PRC en Cayo Hueso.

Ante el peligro de que se tomasen medidas represivas contra los líderes patriotas y el propio Partido, Martí ejecutó dos líneas de acción. Una fue advertir sistemáticamente a esas personas y a los clubes que no hicieran declaraciones públicas acerca de los preparativos para la guerra liberadora ni que se hacían prácticas de tiro. Sus palabras en una de sus cartas fueron no hacer “ostentación de la organización armada y almacenaje público de armas.” Y explicó claramente cómo actuar: “El respeto del país nos es indispensable, y posible, y lo perderíamos justamente con alardes innecesarios. Al público lo legal. Que no nos tomen prueba escrita de estar allegando armamentos contra España.”

La otra acción fue afrontar directamente al propio gobierno de Estados Unidos. A ese efecto hizo un sigiloso viaje a Washington. No sabemos a quién vio ni cuál oficina gubernamental visitó. El conspirador ocultó los detalles, y en una de sus cartas posteriores a sus colaboradores más cercanos solo señala: “Extraoficialmente he protestado ante el Gobierno.” Y en otra misiva dice; “…las fuentes de relación con la alta política abiertas…”

¿Acaso tenía Martí por su labor anterior como cónsul alguna relación cercana en el Departamento de Estado, o en el de Justicia o en Correos de Estados Unidos? No sabemos. Quizás algún día aparezcan documentos en archivos gubernamentales de ese país que nos aclaren al respecto. El hecho es que regresó satisfecho de su estancia en la capital norteamericana: el diplomático puso su experiencia para salvar la lucha por la patria libre.

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