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Jorge Semprún

1 de julio de 2016

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Jorge Semprún es una personalidad dentro de la literatura de habla francesa y española del siglo XX. Nació en Madrid el 10 de diciembre de 1923 y murió en París el 7 de junio de 2011. Vivió entre una familia de abolengo, con representantes en altos niveles de la política española (alcaldes, gobernadores, presidentes del Gobierno, senadores, marqueses y otros títulos nobiliarios, fuera ya vía paterna o la materna). Monárquicos y republicanos confluyeron en la sangre de Jorge Semprún antes de hallar por sí mismo un camino propio.
Al término de la Guerra Civil en España (pasada en el exterior porque su padre era embajador en La Haya, Holanda), la familia se trasladó a París, Jorge hizo estudios en la Sorbona y allí los tomó la ocupación nazi de Francia.
Definitoria resultó la tragedia que representó para el pueblo francés aquella ocupación. Jorge Semprún se incorporó a los guerrilleros o partisanos que integraron el movimiento de resistencia, se afilió al Partido Comunista Español, fue detenido, torturado y confinado en el campo de concentración de Buchenwald.
Sobrevivió y la experiencia nutrió varios de sus libros. Escribía en francés y alcanzó celebridad. Trabajó como funcionario de la UNESCO. Ocupó cargos dentro del PCE, después fue expulsado de él. Tuvo en España diversas identidades falsas, para las cuales utilizó seudónimos. Entre 1988 y 1991, llegaría a ser ministro de Cultura con el gobierno socialista de Felipe González.
Es la carrera literaria de Jorge Semprún la que cimenta su prestigio y lo trae a La Habana en enero de 1968, como jurado del género de novela del Premio Literario Casa de las Américas, ocasión en que además ofreció un conversatorio en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Casi olvidado permanece un texto suyo publicado en la revista Casa de las Américas, número 46, de enero-febrero de aquel año. Dedicado al comandante Guevara, allí se lee:

“Voces confusas, trémulas nos dirán, nos están ya diciendo, que la muerte de Ernesto Che Guevara es un sacrificio inútil, aunque generoso. Un acto desesperado. Una explosión, todo lo bella que se quiera, pero ineficaz, del romanticismo revolucionario. Pues no. Esa muerte es la culminación de una vida, de una serie de decisiones racionales (…) Esta muerte es un hecho político, y nos incumbe esclarecer y preservar su significación política: sus razones, sus sinrazones, sus causas, sus consecuencias. Para aprender de esta muerte. Para vivir de esta muerte, luchando”.

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