Joaquín Albarrán: “Nunca olvido que soy cubano” (II)
20 de septiembre de 2024
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En Francia se entregó por completo a los estudios de Medicina. Influyó sobre él el célebre profesor Louis Antoine Ranvier, quien, impresionado por su talento, le ofreció amplias posibilidades para la investigación. Incluso pudo asistir al laboratorio de Louis Pasteur para estudiar bacteriología.
No pasó mucho tiempo para que el doctor Albarrán –graduado en París en 1883- se convirtiera en una gran figura de la medicina a nivel mundial. Excelente clínico, histólogo, bacteriólogo y fisiólogo, modernizó la urología con técnicas innovadoras.
Fue el primer cirujano en Francia que realizó un tipo de operación (la prostatectomía perineal) para el tratamiento del cáncer prostático. Se le reconoce como el inventor de un instrumento llamado uña de Albarrán, que posibilitó una práctica urológica más viable. Escribió obras imprescindibles para su especialidad, como “Exploración de las funciones renales”, de 1905, y “Medicina exploratoria de las vías urinarias”, de 1908.
Numerosos honores de las más selectas instituciones científicas del mundo recibieron el insigne cubano. Ganó tres veces el Premio Goddard, de la Academia Francesa de Medicina. En 1898 se le designó vicepresidente de la Sociedad Francesa de Urología. Y en 1908 dirigió el Primer Congreso Internacional de Urología.
Murió prematuramente en París a los 51 años, el 17 de enero de 1912.
Aunque el doctor Joaquín Albarrán permaneció casi toda su vida en el exterior, siempre se consideró cubano. Cuentan que en el invernadero de su casa de descanso sembraba árboles, flores y frutas de su tierra natal. Cuando a París llegaba algún compatriota, allí estaba él con los brazos abiertos para recibirlo.
De visita en Sagua la Grande, su patria chica, en septiembre de 1890, el prestigioso galeno levantó su copa en un banquete ofrecido por sus colegas del patio, para afirmar: “Brindo, señores, porque se le den a Cuba los elementos que le faltan para su completo desarrollo científico y por el porvenir de la ciencia, que tendrá consigo el porvenir moral y material de la tierra en que nacimos.”
Acerca de su ciudadanía francesa, como para aclarar cualquier duda sobre sus raíces, Albarrán declaró al semanario El Fígaro -también por aquellos días de 1890 -, que: “Si los azares de la vida me han hecho adoptar por patria a la gran nación francesa, nunca olvido que soy cubano y siempre tendrán mis esfuerzos a hacerme digno de la patria en que nací”.
Una tarja colocada en la casa de la calle de Solferino, en París –donde vivió–, así como una calle que lleva su apellido
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