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Henry Bergh y la protección de los animales

29 de marzo de 2024

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Henry Bergh

Henry Bergh

La atención martiana sobre la sociedad estadounidense fue honda y sistemática: estuvo atento ante sus más variados aspectos y personalidades. Por ello no dejó pasar sin su comentario la muerte de Henry Bergh, el fundador de la Sociedad Americana para la Prevención de las Crueldades sobre los Animales. Esta fue una de las primeras instituciones en torno al estudio y cuidado de la vida animal, y esa labor protectora de la vida animal, sr hallaba en plena congruencia con su particular concepto de la naturaleza, la cual él apreciaba no como un entorno ajeno a los seres humano sino a estos como parte de aquella. Por eso en marzo de 1888 entregó sus comentarios a la muerte de Henry Bergh, ocurrida el 12 de ese mes, publicados en sendas crónicas casi similares para los diarios “La Nación”, de Buenos Aires y “El Partido Liberal”, de México, datadas respectivamente el 15 y el 16 de marzo de aquel año.
Nacido en familia acomodada en 1813, Bergh viajó por Europa con su esposa, hija de un inglés acaudalado. Fue designado por el presidente Lincoln como Secretario de la Legación y Cónsul en Funciones, en San Petersburgo, Rusia, en 1862 y allí decidió, según sus propias palabras, “ante tanta y tan repugnante crueldad hacia los seres irracionales, que regresé a los Estados Unidos decidido a hacer algo para convencer al hombre que debería demostrar hacia los animales siquiera tres cuartas partes de la piedad y justicia que pide para él mismo “.
Martí lo describe como “un hombre alto y flaco, de mucho corazón y no poco saber, que pasó lo mejor de su vida predicando benevolencia para con los animales”. También señala, en favor de Bergh, que este no era un “vanidoso que quisiera, por el escabel de la virtud, subir a donde la gente lo viese y celebrase.” El cronista cubano destaca ejemplos y resultados de sus acciones contrarias a las crueldades sobre los animales: combatió los latigazos sobre los caballos y los puntapiés a los perros, y planteó que no se enseñara a los niños cómo enfurecer a los gatos, que no se clavasen los murciélagos en las cercas y se les diese de fumar, que la muerte de los animales para alimento humano fuese sin dolor y pronto, que se alimentasen las tortugas que se vendían en los mercados, que no se alimentasen las serpientes con conejos. Según Martí, Bergh ahuyentó a los peleadores y apostadores de perros, extinguió las riñas de gallos, acabó con los combates de ratas. Señala, además, que “su benevolencia fue más loable, porque vivió siempre enfermo”. Martí coincide con las aspiraciones de Bergh y señala: “Los pueblos tienen hombres feroces, como el cuerpo tiene gusanos. Se han de limpiar los pueblos, como el cuerpo. Se ha de disminuir la fiera.”
Al final de su texto Martí refiere la obra literaria de Henry Bergh, versos y dramas, silbados estos últimos sin “que se le agriara el alma noble.” Fue este, sin dudas, de los hombres del país del norte presentados positivamente por Martí porque fue “un humanitario”, una persona entregada siempre a la causa noble “de mejorar a sus semejantes.”

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