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Hasta cierto punto (Cuba, 1983)

1 de diciembre de 2022

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“… esa igualdad del hombre y la mujer es lo correcto, ¡eh!… pero hasta cierto punto”, y la expresión de Arnaldo Moré, obrero portuario cuyo testimonio es registrado por una cámara de video, en su carácter sintético, sirvió de título al largometraje rodado en 1983 por el notorio director Tomás Gutiérrez Alea (La Habana, 1928-1996). En una entrevista concedida cuando la película era apenas un esbozo argumental, anticipó Titón: “En cierta medida se trata de una reflexión sobre el cine, sobre su alcance como instrumento para transformar la realidad y tiene como tema una confrontación entre la conciencia revolucionaria del intelectual y la del obrero nuestro, no el que nos describen los clásicos y que pertenece a una sociedad capitalista desarrollada.”

El cineasta advirtió en todas sus declaraciones a propósito de esta película que no se trataba de una ruptura con respecto a lo anterior, en lo que se refiere a la utilización del documental, en este caso del testimonio directo, y la ficción dentro de una misma obra —integración ya explorada magistralmente por él en Memorias del subdesarrollo (1968)—, si bien en Hasta cierto punto, que considerara su primera historia de amor, la fusión se realiza por contraste. Una de las intenciones del proyecto fue plantear que el machismo trasciende por su profundidad la mera relación hombre-mujer. Gutiérrez Alea insistió en que “es una actitud ante la vida en la que intervienen otros factores; (…) pretendíamos tocar otros puntos que me parecen fundamentales, que están en el centro mismo de la película, como es mostrar un contraste entre intelectuales y obreros de nuestra sociedad”.

En la trama del filme, Arturo, director de cine, acude a Oscar, guionista, para que emprenda una investigación en el puerto de La Habana con el fin de elaborar un argumento a partir de las entrevistas a los trabajadores. Ese ámbito laboral fue escogido por el criterio de que “allí el machismo es mucho más fuerte que en otro sector”. El cineasta en la ficción, esquemático, lleno de ideas preconcebidas —a juicio de Titón—, adelanta al escritor de su guion: “Esta película debe servir para que tomen conciencia de su machismo porque ahí donde tú los ves con toda su conciencia revolucionaria, en relación con la mujer siguen en la edad de piedra”.

El equipo de rodaje se propone hurgar en la contradicción existente entre aquellos trabajadores destacados, que arrastran un defecto: son machistas. “Entonces llega un momento que la presiona tanto, que ella tiene que dejar el trabajo”, se precisa en un diálogo. El inseguro cineasta resume su idea en otro parlamento: “Yo quiero mostrar a los mejores, a los que pueden servir como ejemplos. ¿No te das cuenta que en un obrero ejemplar resulta más chocante esa actitud machista frente a la mujer?”. Pero en el proceso de contacto con los auténticos obreros se revelan otros conflictos, inquietudes y dificultades más importantes y candentes que reclaman su tratamiento en el guion, cuestión rechazada por el director, que tiene motivaciones diferentes: solo quiere usar la realidad para su película; el guionista, más flexible, pretende usar el cine para tratar de entenderla.

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En la búsqueda de los prototipos en que se inspirará para moldear sus personajes ficticios, Oscar conoce a Lina, trabajadora de los muelles, madre soltera. Al descubrir valores nuevos, desconocidos para él hasta entonces, la relación sentimental establecida con ella, pone en crisis la estabilidad de su matrimonio con la actriz que interpretará en el futuro filme el papel para el cual Lina sirve de modelo. El intelectual consciente de la naturaleza del machismo, actitud que cree haber superado en su propia persona, “no será capaz él tampoco de actuar consecuentemente”.

“Si el machismo es la idea inicial, el punto de partida —aclara Gutiérrez Alea—, quisimos hacer una película que, arrancando de esa problemática, la trascendiera, no la dejara en la pura relación (…) El título es feliz en ese sentido, pues llega hasta cierto punto, y vale la pena seguir ahondando en esto”. El cineasta confesó sinceramente en otra entrevista que la película llegó hasta cierto punto y no logró todo lo que se propuso inicialmente. Atribuye la causa al método de trabajo asumido y la actitud adoptada frente al material con el que iban a trabajar, al sector de la realidad donde decidieron ubicar la anécdota. En este sentido añadió:

“No salimos a filmar esta vez con un guion acabado, definitivo, sino con un guion provisional que sirvió de base, tanto para concretar un presupuesto y un plan de trabajo como para llevar a cabo un desarrollo ulterior de la historia dentro de ese marco. Así lo hicimos porque queríamos que la historia y las ideas que nos sirvieron de punto de partida se fueran modificando y enriqueciendo al máximo en su confrontación con (el medio) en que debíamos desarrollarla. (…) Esto implicaba un gran espíritu de aventura, un verdadero riesgo, pues hay momentos en que parece que todo se va a desmembrar y uno piensa que la estructura se va a caer en pedazos. Hay que mantener la tensión en todo momento y estar dispuesto a llevar a cabo los cambios más radicales e imprevistos. Fue una experiencia excitante; pienso que vale la pena seguir por ese camino porque me parece que hay una línea de trabajo muy rica y no suficientemente explorada. Un antecedente directo de Hasta cierto punto fue De cierta manera, de Sara Gómez, que también se llevó a cabo con un gran espíritu de aventura.

El triángulo Lina-Oscar-Marian, se convierte en la columna vertebral del filme —originalmente titulado Laberinto—, en el cual se percibe el tono de esbozo o apunte, perseguido por Titón, en torno al conflicto director-guionista. Este eje dramático fue desplazado hacia la relación amorosa, que pasó a ocupar el primer plano y sobre la que descansa el filme, algo muy frustrante, ajeno al deseo primigenio de Gutiérrez Alea. Como el proyecto inconcluso en la ficción, la idea primaria habría posibilitado explorar con profundidad esos aspectos surgidos en la indagación de Oscar —sacrificados en aras de la dramaturgia—, mucho más interesantes que otra historia de amor ubicada en un contexto obrero. Definido en líneas generales en el guion original, y enriquecido luego con las preocupaciones manifestadas por las propias obreras del puerto, Lina es el personaje femenino más creíble aparecido en el cine cubano desde la protagonista de Retrato de Teresa (1978), de Pastor Vega.

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Hasta cierto punto —considerada por algunos como una obra “menor” en la filmografía del cineasta—, fue la primera vez en que Titón concedió un personaje protagónico a su compañera, la actriz Mirta Ibarra, quien solo había encarnado un papel episódico en La última cena y realiza una interpretación convincente a más no poder de esa mujer segura, honesta, a quien la vida ha puesto bien a prueba y la enfrenta con entereza. Ella frustra todo intento de “cortarle las alas” a los que tratan de impedir su vuelo, como se alude metafóricamente en la hermosa canción vasca Txoria Txori, de José Antonio Arze y Mikel Laboa, leit-motiv del filme.

Gaviota inasible, con un incesante afán de superación, Lina podría ubicarse como una Lucía 198… de los años ochenta en el clásico largometraje rodado por Humberto Solás en 1968. Ella, capaz de abandonarlo todo y empezar desde cero, es la genuina encarnación de la mujer cubana de la sociedad contemporánea, nada arquetípica, decidida a no esperar por que los hombres les resuelvan los problemas. Personaje definitivo en la historia, “Lina es entonces la clave y esencia del filme, el punto de vista a través del cual deben verse y leerse los demás personajes, ella es la mejor verdad”.

Hasta cierto punto obtuvo el Gran Premio Coral, el Premio Coral de Actuación Femenina (ex aequo),[1] y el primer premio Coral al cartel diseñado por René Azcuy, en la quinta edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

 

[1] Tania Álves, por Parahyba mulher-macho (Brasil)

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