Habana 500, mito y leyenda, el alma de una ciudad
15 de noviembre de 2018
Por: Osmany Guerra Chang
Habitamos un lugar y muchas veces no reparamos en él. La cotidianidad nos arrebata el sosiego y la prisa se enseñorea en la capacidad de asombro que en alguna medida todos poseemos.
Imbuidos en el quehacer ordinario, el detalle escapa, la belleza esquiva, lo estético se antoja estéril, el espíritu es relegado a otra dimensión.
No sucede en su mayoría así con visitantes y turistas. Ellos portan una avidez y curiosidad lógica, explicable. Se ponen en contacto con algo nuevo, desconocido y que a veces pudiera antojárseles inescrutable.
No es gratuito ese sentimiento, cuando se pretende atrapar en breve tiempo, el alma y espíritu de una dama que ya cumplirá medio milenio y porta una historia rica y sublime que mostrar.
Colonial, moderna, tradicional, caribeña, joven, madura, abierta galante por sus luces y sin ruborizarse por sus sombras se muestra singular y desentrañable al forastero.
Sus habitantes nativos o adoptivos se enorgullecen de ella. Por anfitriona y comprensiva, pero a la vez sensible y severa con heridas y desamores que su altivez no procura disculpar.
Vital, galante y coqueta, La Habana acoge su cumpleaños en su seno de hogar, madre y guarida. Segura de sí, abre brazos a sus hijos en recibimientos y despedidas.
De encantos que imantan e historias que atrapan, La Habana no carece ni de sus símbolos que la identifican. Ahí están su Morro, su Capitolio, su Prado, su Giraldilla, su Catedral y su Malecón con su crispado o apacible mar azul, color de orgullo y del cual el poeta expresó: es su cielo proyectado como en ningún otro sitio al alma de la ciudad.
Viva y cambiante La Habana de los 500 tiende puentes y se proyecta al futuro sin renunciar a ese suculento pasado del que siempre tendrá una historia que contar y una leyenda para cobijar.
Cultura, arte y mito entrelazan una vocación que atrae y prevalece.
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