George Raft
2 de diciembre de 2016
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Del actor norteamericano George Raft se ha escrito mucho… y poco en su favor. Dice el adagio: tantas voces no pueden estar equivocadas… Lo cierto es que alcanzó la popularidad durante la década del 30, al punto que se afirma que James Cagney, Edgard G. Robinson, Paul Muni y él fueron entonces los grandes gángsteres de la pantalla cinematográfica.
Raft consiguió muy buenos momentos y fue muy conocido por varias décadas, al punto que tiene dos estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, una por su trabajo en el cine y otra por su labor en la televisión. Su interpretación en Cara cortada (Scarface), 1932, resultó tan convincente que lo hizo como un verdadero gángster. También se cuentan Noche tras noche (Night After Night), de 1932; El arrabal (The Bowery), 1933; Bolero, 1934; La llave de cristal (The Glass Key), 1935; Almas en el mar (Souls at Sea), 1937; Pasión ciega (They Drive by Night), 1940; Manpower, 1941… La relación de su filmografía completa es extensa, integrada por alrededor de 60 películas.
Todavía en 1959 actuó en la inolvidable comedia Some Like It Hot (Algunos prefieren quemarse), junto a Marilyn Monroe, Tony Curtis y Jack Lemmon, y aún en 1978 y 1980, ya anciano, se le podía ver en alguna que otra película.
Para los cubanos, su presencia más recordada se remonta a un suceso importante: la inauguración del hotel Capri, en el barrio de El Vedado, el 27 de noviembre de 1957, ocasión que reunió en la capital cubana a varios capos mafiosos estrechamente conectados al desarrollo de la industria hotelera.
Damos la palabra al investigador y escritor Enrique Cirules (en La vida secreta de Meyer Lansky en La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 2006) para que relate el protagonismo de Raft en el suceso:
“En el instante preciso, George Raft penetró en el casino con una sonrisa cinemascope. Esa noche, como siempre, vestía una de sus caras y exclusivas camisas, una corbata muy llamativa y uno de aquellos trajes, con los que hizo época”.
En el hotel, en funciones de algo así como lo que hoy denominaríamos un relacionista público, la presencia del actor –a la sazón de 62 años, si bien siempre elegante y en pose– constituía un gancho de atracción al turismo y el juego del casino, y para él representaba, además, un negocio en que podía ejercitar sus condiciones histriónicas.
El cierre de los casinos y el cese de la actividad mafiosa e ilícita después del triunfo de la Revolución en Cuba afectó las arcas de quien era ya más que un actor, un recuerdo para los cinéfilos. Vivió 85 años (26 de septiembre de 1895-24 de noviembre de 1980)
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