Francesco Antommarchi
9 de mayo de 2019
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“La persona que entregará a usted esta carta es el señor doctor Antommarchi, cuyo nombre es demasiado conocido”, así aseguraba el documento fechado el 19 de mayo de 1837 y dirigido por el cónsul de Francia en La Habana a su homólogo en Santiago de Cuba.
El portador era ciertamente persona renombrada. Nacido en 1789, en la comunidad de Mossiglia, Córcega, Francesco Antommarchi acompañó en condición de médico de cabecera y un tanto que también de confidente, a su compatriota el emperador Napoleón I durante el destierro y muerte de este en la isla de Santa Helena.
En 1825 Antommarchi dio a conocer en París sus Memorias de los últimos momentos de Napoleón, que causó impacto en toda Europa. Se hizo público también que el médico tenía en poder suyo nada menos que la mascarilla mortuoria del emperador. De modo que unos por celos, otros por viejos odios y algunos quién sabe si hasta por envidias mal encubiertas, desataron una campaña de descrédito de Antommarchi, al tiempo que negaban la autenticidad de la mascarilla y lo tildaban de farsante.
El médico corso erró por varios países de Europa, cruzó el océano, viajó por Estados Unidos y desde México llegó a La Habana. Trajo consigo sus conocimientos y útiles de medicina, así como varios objetos personales del Gran Corso, mechones de su pelo y por supuesto la controvertida mascarilla.
Entonces se dirigió hacia el oriente de la Isla. Pasó primero varias semanas en la ciudad de Puerto Príncipe (hoy Camagüey) y por último se encaminó a Santiago, donde se estableció y ejerció, destacándose en la cirugía ocular. La hospitalaria sociedad santiaguera le abrió las puertas e igual espíritu halló entre los residentes franceses de la región. El brigadier español don Juan de Moya y Morejón, gobernador militar de la plaza, hospedó en su hogar al ilustre extranjero y pronto tuvo Antommarchi una nutrida y distinguida clientela.
Pero para infortunio suyo, los tiempos de bonanza no soplaron con fuerza: el 28 de marzo de 1838 contrajo la fiebre amarilla y el 3 de abril falleció de 1838. Una gran resonancia tuvieron sus funerales. Dos días antes había testado:
“…Declaro que soy de estado soltero y que no reconozco por hijo a ninguna persona (…) Declaro que no le debo a persona alguna, y a mí me deben, por varias curaciones…”
Nombró heredero de todos sus bienes en Cuba a su primo hermano Antonio Juan, establecido años atrás en un cafetal de El Cobre.
Lo curioso es que el apellido Antommarchi, escrito de diversas maneras, es hoy día bastante común, por lo que su pariente debió tener una abundante descendencia que preservó el apellido.
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