Fidel, el de las agallas
28 de noviembre de 2016
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Era viernes, el día de la Bohemia. La abuela regresó, revista en mano. La niña sabía leer, pero la abuela dirigía las lecturas. Se detuvieron frente a la foto del joven y la campana. La pequeña reconoció la campana. La abuela le había hablado de Céspedes, el 10 de Octubre, un juramento y la campana. La abuela ordenó la lectura. Sonrió pícara. “Ese blanquito tiene agallas”, dijo. Fue el primer encuentro con Fidel.
Después, un día lo descubrió hecho voz en la radio, en la COCO, y por lo que denunciaba, repitió lo de las agallas y buena conocedora del sonido humano, le felicitó también la entonación viril. Pasaría el tiempo, contado más largo para los de abajo en la escala social, cuando ansiosas, la nieta ya adolescente, buscaban en el radio Phillips de bombillos la emisora rebelde. Encontrada solo una vez, la identificaron por la voz de la mujer, La estática, así le decían entonces, no permitió conocer si el hombre que hablaba, era él.
En la mañana del 59, aquellos vecinos despertaron a todos. “¡Se fue Batista!”. Descreída, tantas mentiras le habían disfrazado de verdades, que buscó en el viejo Phillips a Radio Reloj para creerlo. Era cierto. Aquel joven lampiño de la campana, bajó barbudo de la Sierra por las agallas premeditadas por ella.
Pegada a la radio, las manos en función de costurera de pobres, saboreaba lo que la joven nieta llamaba el proceso revolucionario.
La anciana era una más entre los miles de cubanos seguidores de la voz del joven barbudo, en radios comprados a plazos de marcas y modelos disímiles, en los transitorizados, escuchados en la bodega del caserío sin electricidad. La televisión era un lujo que pocos disfrutaban. Los periódicos, papel con rayas útiles para limpiar espejos entre los miles de analfabetos.
La abuela detectaba desde el principio de su alocución, las intenciones traídas por las modulaciones de esa voz. A veces, ronca de tanto esfuerzo continuo. Nunca apagada ni indecisa. En largas oraciones en español perfecto, jamás rebajado a chabacanerías, desmenuzaba las ideas, marcaba el camino.
Aquella abuela se fue hace muchos años, pero comprobó la verdad de las primeras promesas. Dio la vacuna antipoliomelítica al bisnieto y enferma grave, estaba libre de la preocupación del pago de la funeraria y el entierro. La nieta, anciana ya, continuaba con la obligación implantada por ella. Al despertar, conectaba el equipo y buscaba Radio Reloj. Escuchó la noticia. Fidel, el de las agallas se fue. Nunca las perdió.
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