Fenómenos atmosféricos en las crónicas de José Martí
25 de septiembre de 2015
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En varios de los trabajos que José Martí elaboró en los Estados Unidos de América y que enviara para distintas publicaciones latinoamericanas, de modo específico primero para La Opinión Nacional, de Caracas y después para La Nación, de Buenos Aires, trató en relación con fenómenos atmosféricos que provocaron cuantiosos daños humanos y materiales en el territorio norteamericano.
El apóstol no dejó de detallar en sus crónicas, aunque en forma sintética, aspectos relacionados con el desbordamiento del río Mississippi y también las inundaciones causadas por la crecida del río Ohio.
Acerca del primer tema, hizo referencia en la parte inicial de la crónica que elaboró el 12 de marzo de 1882 y que fuera publicada en La Opinión Nacional, el 31 del propio mes y año.
Comentó al respecto que “El Mississippi desbordado, aquel río hermoso que vieron, antes que ojos algunos de Europa, ojos de españoles, arrasa e inunda aldeas, haciendas, centenares de hombres, millares de ganados”.
Seguidamente precisó: “Llena de agua los valles. Trueca en mar la comarca”.
Algo más de un año después, en otra de sus colaboraciones, en este caso dirigida a La Nación, Martí hizo alusión a la situación relacionada con el río Ohio.
En la edición correspondiente al 31 de marzo de 1883 de la publicación argentina, señaló: “De grandes desgracias tengo que enviar hoy nuevas a la tierra de los grandes llanos. Jamás manadas de potros, arremolinadas por vientos de tormenta, velocearon con cascos alados y ardientes por las hondas pampas, –como las olas oscuras del río Ohio, encabritadas y en despeño, se han derramado ahora por márgenes y valles, subido sobre cerros, tragado villas, trocado en pretiles bajos torres y campanarios, y sacudido, como los animales monstruosos de otro tiempo, los árboles selvudos a que se abrazaban, las míseras ciudades que han hallado al paso. Todo es luto en las márgenes del río”.
Martí hizo referencia a la indiferencia de muchos de los habitantes de la ciudad ante esa tragedia, y acerca de ello aseguró que “New York, con el ruido de la fragua de oro, no oye aún el clamoreo”.
Y agregó: “Estas grandes ciudades bursátiles tienen la prisa, el fervor, la absorción, la indiferencia de las mesas de juego. No hay más batallas para los jugadores que las que va a ganar el rey de copas, –ni más inundaciones que las que barrerán la mesa de dineros: –toda la tierra gira con el dado. La más espantable desventura del mundo exterior los halla en estupor lúcido, ebrios de un vapor verde”.
Otro trágico hecho que Martí trató con mayor amplitud en una de las colaboraciones que envió para La Nación, tuvo lugar el 10 de septiembre de 1886: el terremoto en Charleston.
“Un terremoto ha destrozado la ciudad de Charleston. Ruina es hoy lo que ayer era flor, y por un lado se miraba en el agua arenosa de sus ríos, surgiendo entre ellos como un cesto de frutas, y por el otro se extendía a lo interior en pueblos lindos, rodeados de bosques de magnolias, y de naranjos y jardines”.
Con singular maestría Martí no solo ofrecería detalles acerca de la historia y características de esta ciudad, y la composición de sus habitantes, sino también narró lo referido al suceso con estas palabras en las que se reflejan imágenes relevantes: “En esa paz señora de las ciudades del Mediodia empezaba a irse la noche, cuando se oyó un ruido que era apenas el de un cuerpo pesado que empujan de prisa. Decirlo es verlo. Se hinchó el sonido: lámparas y ventanas retemblaron… rodaba ya bajo tierra pavorosa artillería: sus letras sobre las cajas dejaron caer los impresores, con sus casullas huían los clérigos, sin ropas se lanzaban a las calles las mujeres olvidadas de sus hijos; corrían los hombres desalados por entre las paredes bamboleantes: ¿quién asía por el cinto a la ciudad, y la sacudía en el aire, con mano terrible, y la descoyuntaba?”
El horror y la desesperación de los habitantes de la ciudad igualmente fue reflejado por Martí con frases sintéticas y a la vez con gran simbolismo: “Los suelos ondulaban; los muros se partían; las casas se mecían de un lado a otro; la gente casi desnuda besaba la tierra: ¡oh Señor! ¡oh, mi hermoso Señor! Decían llorando las voces sofocadas: ¡abajo, un pórtico entero!: huía el valor del pecho y el pensamiento se turbaba: ya se apaga, ya tiembla menos, ya cesa: ¡el polvo de las casas caídas subía por encima de los árboles y de los techos de las casas!”
Martí igualmente escribió sobre lo acaecido el 31 de mayo de 1889 cuando una terrible inundación azotó el pequeño poblado de Johnstown, situado en los montes Alleghanys, en el estado de Pensilvania. La rotura de un dique que contenía las aguas de una presa, debido a torrenciales lluvias ocurridas en las montañas, hizo que una gigantesca ola arrasara el valle donde estaba esa ciudad y otras pequeñas villas. El desastre ocasionó la muerte de muchas personas y pérdidas materiales cuantiosas.
En una parte del trabajo titulado Johnstown. “El valle, el torrente. Espectáculos de la calamidad. La reconstrucción”, publicado en La Nación, el 26 de julio de 1889, Martí diría: “Llovió la semana entera, se hincharon los ríos y salieron de madre; en Johnstown y en todo el valle estaba la inundación por encima de las aceras; con la fuerza de los torrentes del monte, cedió el dique de tierra que sujetaba las aguas del lago; lamió, en dos horas de furia, la catástrofe el valle; y hoy no quedan de los ocho pueblos de Comemaugh más que cinco mil muertos enterrados en el lodo, a la luz de las piras, de ruinas humeantes”.
“Y de pronto, las aguas echaron a la gente a los techos”.
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